Mucho se ha escrito sobre los patriarcas, su historia, su
origen, su función literaria y teológica en el conjunto del relato bíblico y su
papel emblemático en las religiones… Pero, ¿qué hay de las matriarcas? También
ha habido mujeres, teólogas y escritoras que, con intuición y finura, han
escrutado la simbología y el mundo femenino que se esconde tras estos
personajes.
Publico aquí unas reflexiones personales sobre las tres
matriarcas, Sara, Rebeca y Raquel. Las reflexiones anteriores forman parte de mi librito Mujeres de Dios, publicado en 2009 por
Ediciones Mensajero.
Sara, la que creyó
Esposa de un hombre de fe
Como tantas otras grandes mujeres de la Biblia, Sara vive a la sombra de su tienda y de su esposo, Abraham, el patriarca del pueblo judío.
La historia de Sara y Abraham es azarosa. Se va
desarrollando entre las tierras de Mesopotamia, Canaán y Egipto, siguiendo el
periplo de Abraham y su tribu en su vida nómada de rico propietario ganadero.
La Biblia nos resalta en todo momento una relación muy especial de Abraham con
Dios, a quien habla de tú a tú, y con quien le une, no sólo la veneración
debida a un Dios poderoso, sino una confianza que llega a ser entrañable.
El drama de Sara, esposa de un hombre importante, era la
esterilidad. La promesa de Dios a su marido: «serás padre de un gran pueblo»,
hacía aún más absurda y dolorosa su situación. Como relata la Biblia, Abraham
tomó a su esclava Agar para tener descendencia con ella. Fruto de esta unión
nació Ismael, padre, según la tradición, de los futuros pueblos arábigos, hermanos
del pueblo judío.
Pero las cosas iban a cambiar para Sara. Siendo ya de edad
madura, ella y su esposo reciben una visita un tanto especial.
El huésped
Tres hombres se acercan al campamento de Abraham y piden su hospitalidad. Éste los acoge solícito e inmediatamente reconoce que es una visita extraordinaria. Es Dios mismo, en forma humana, quien acude a visitarlo. Abraham pide a su esposa que les prepare los manjares más selectos para comer.
Acabado el banquete, los visitantes misteriosos llaman a Sara
y le hacen una promesa: al cabo de un año, tendrá un hijo. Sara ríe. ¿Cómo
creer esas palabras, si es estéril y ya ha dejado atrás la edad reproductiva?
Pero la promesa se cumple. Y Sara engendra a Isaac, el joven a quien su padre
amaría entrañablemente. El mismo que Dios le ordenaría poner en sus manos, años
después.
Como la de Abraham, la de Sara es una historia de fe. Ante
las palabras de Dios, a veces incomprensibles, absurdas o alejadas de nuestra
lógica humana, la primera reacción es de incredulidad, hasta de risa. La Biblia
cuenta que Sara soltó la carcajada cuando oyó las palabras de sus invitados.
Sí, el designio de Dios puede parecernos un tanto increíble, aunque éste sea
bueno. Al menos, Sara ha hecho una cosa: ha acogido a Dios, ha sido hospitalaria.
Y las palabras divinas se han abierto paso en su corazón, muy a su pesar.
¿Acaso tener un hijo no es lo que más desea en el mundo?
Dios conoce lo que desea nuestro corazón
Dios sabía lo que más anhelaba Sara. Así ocurre con todo ser humano. Dios conoce los secretos y los deseos más recónditos de nuestro corazón. Ni una lágrima, ni un anhelo, le es indiferente. Si estas aspiraciones nos llevan a la plenitud, ¿cómo dudar que nos las va a conceder? ¡El no desea otra cosa! Somos nosotros quienes, a veces desconfiamos. No creemos que Dios pueda ser tan magnánimo, tan generoso o tan conocedor de los entresijos de nuestra alma. Poner aquello que deseamos en sus manos es la manera más segura de conseguirlo, siempre que esto contribuya realmente a nuestro bien.
Así lo hizo con Sara, contra todo pronóstico. Lo que para
las fuerzas y capacidades humanas es imposible, no lo es para Dios. ¿Puede ser
imposible para quien ha creado la naturaleza humana producir en ella un pequeño
cambio? Sólo el artista es capaz de retocar su obra para perfeccionarla.
Esta historia nos proporciona un poderoso aliciente ante los
obstáculos que impiden nuestra felicidad o bienestar. Tal vez algunos de ellos
son fácilmente solucionables. Otros nos parecerán imposibles. ¿Cómo cambiar nuestro
carácter, nuestra propia naturaleza, nuestros defectos, nuestra historia? No es
necesario. Dios puede hacer milagros y hacer brotar flores hasta del desierto.
Sí, también en nosotros Dios puede hacer maravillas. De lo estéril, Dios puede
sacar fruto abundante. Con Dios, nuestras miserias y debilidades pueden
producir actos de nobleza y heroísmo humano. Nadie está excluido. Pero Dios es
un huésped sumamente gentil y educado. Si no lo invitamos a pasar, como
hicieron Abraham y Sara, si no lo dejamos entrar en nuestro hogar, jamás
forzará la entrada ni nuestra respuesta. Dios sólo intervendrá en nuestra vida
si se lo permitimos. Sólo fecundará nuestro jardín interior si le abrimos la
cancela. Eso sí, una vez esté dentro, nos asombraremos ante lo que pueda ocurrir.
Pues nosotros pedimos favores y gracias con medida humana, y él da con medida
de Dios: inabarcable, inesperada, magnificente.
El cambio de nombre
En la historia de Abraham y Sara se da un hecho que vale la pena explicar. Ambos personajes eran llamados, inicialmente, Abram y Sarai. Desde el momento en que comienza su relación más estrecha con Dios, éste mismo les cambia los nombres por los nuevos de Abraham y Sara. El nombre, en la cultura hebrea, es importante. No sólo distingue a una persona de otra: el nombre expresa su identidad y su mismo ser. El cambio de nombre equivale a cambio de persona. Es decir, después de que Dios pase por sus vidas, Abram y Sarai ya nunca serán los mismos. Serán un hombre y una mujer nuevos. Así sucede con todo aquel cuya vida se ve sacudida por el soplo de Dios. Su aliento, como dice un hermoso salmo, renueva la vida y la faz de la tierra. También renueva y hace renacer por dentro a la persona que se abandona en sus manos y confía en su amor.
Rebeca, la astuta
Rebeca, como tantas mujeres bíblicas, nos puede resultar
sorprendente y contradictoria. Rebeca ha pasado a la historia por ser la esposa
de Isaac, el hijo de Abraham, y también por ser madre de los hermanos Esaú y
Jacob. Su proeza está íntimamente ligada a una célebre triquiñuela que empleó
para engañar a su esposo y conseguir que su hijo favorito, Jacob, el pequeño,
fuera elegido heredero de su padre y recibiera su bendición. La historia de
Rebeca está íntimamente ligada a un famoso plato de lentejas.
El ardid
Resumiendo el episodio, la Biblia nos cuenta que el matrimonio de Isaac y Rebeca tuvo dos hijos. Esaú, el mayor, robusto y velludo, cazador y temperamental, era el preferido de su padre, mientras que Jacob, el menor, más delicado, lampiño de cuerpo, inteligente y de carácter suave, era el predilecto de su madre.
Un día, regresando de cazar y con hambre de lobo, Esaú
encontró a su hermano menor guisando una cazuela de lentejas. Tan hambriento
estaba, que le prometió darle lo que fuera a cambio de un plato de aquel
suculento guiso. Jacob, ladino, le pidió el derecho de primogenitura, a lo que
Esaú, un tanto ligeramente, accedió, mientras daba cuenta de las lentejas. Y se
olvidó del asunto.
Pero Rebeca había oído lo sucedido entre ambos hermanos.
Dispuesta a asegurar un buen porvenir para Jacob, aprovechó que su esposo era
viejo y ciego para engañarlo. Mientras Esaú estaba ausente, cazando para
ofrecer una buena presa a su padre, Rebeca ordenó a Jacob cubrirse los brazos
con un vellón de carnero. A instancias de su madre, y fingiendo ser Esaú, el
joven Jacob guisó un buen estofado para su anciano progenitor y éste,
agradecido, le ofreció su bendición y el derecho de primogenitura. Pero al oír
su voz dudó. «Es la voz de Jacob.» Entonces Jacob tendió hacia él sus brazos
cubiertos de la piel de carnero. Al palpar el vello, Isaac cayó en la trampa: «Los
brazos son de Esaú». Y lo nombró su heredero y le dio su bendición. Cuando Esaú
llegó del monte con su botín, ya era tarde para él. Este fue el inicio de una
azarosa etapa de persecuciones y huidas entre ambos hermanos, hasta su
reconciliación final, muchos años más tarde. Como todos sabemos, Jacob conservó
sus derechos y, cuenta la Biblia, fue padre de doce hijos que darían origen a
las doce tribus de Israel. Después de Abraham, Jacob es el gran patriarca del
pueblo judío.
La madre astuta
Rebeca se nos presenta como modelo de madre astuta que no vacila en emplear sus ardides a fin de conseguir lo mejor para su hijo predilecto. Vemos cómo estas cualidades de la madre son heredadas por su hijo, Jacob, quien también las empleará durante su vida para salir adelante, enriquecerse y llegar a ser un hombre notable en medio de su pueblo. La historia de Rebeca nos muestra cómo la acción de las madres es decisiva en la vida de los hijos. Dicen los pedagogos entendidos que las mayores cualidades que heredan los hijos suelen ser las virtudes de la madre.
Moralmente, la actuación de Rebeca es muy cuestionable. Pero
su resolución debería, cuando menos, hacernos reflexionar. La astucia en sí no
es nada malo si se emplea para un buen fin. No se trata de justificar los
medios por el fin, sino de rescatar una cualidad del ser humano que a menudo
nuestra cultura ha hermanado más con los vicios y los defectos que con las
virtudes.
La astucia, léase aquí, la capacidad de tramar un plan con
inteligencia, evitando los enfrentamientos violentos, debería ser una cualidad
a recuperar, debidamente depurada de cualquier interés dañino o egoísta.
Cuántas veces se producen rupturas, discusiones, situaciones violentas y
distanciamiento entre las personas por no haber sabido tratar con tacto y
perspicacia un asunto. La astucia, que Jesús elogia en el evangelio, debería
ser una clase de diplomacia, delicadeza y saber hacer que evitara el dolor y
las fricciones entre las personas, cuando esto sea posible.
Conjugar inteligencia y corazón
Rebeca nos hace presente una frase de Jesús que deberíamos recordar con frecuencia: «Sed mansos como palomas y astutos como serpientes». Muy a menudo nos concentramos en la primera parte, es decir, en la ingenua mansedumbre, que llega a ser pánfila y corta de miras, y no reparamos en la segunda.
La astucia, la capacidad de raciocinio, la inteligencia, son
dones de Dios. Como talentos, hemos de emplearlos y desarrollarlos. Bien usados
contribuyen a nuestro bienestar. La persona puede ser bondadosa, leal, de trato
amable y magnánimo, sin que esto signifique que deba ser ingenua o boba. La
astucia no está reñida con la bondad. Es más, la bondad sola y simple, sin
inteligencia, puede llevarnos a chocar una y otra vez con los demás, causando
incluso un daño que no pretendemos. En cambio, si empleamos la inteligencia y
la conjugamos sabiamente con el corazón, es posible que las cosas nos vayan
mejor, a nosotros y a quienes nos rodean.
Un apunte sobre las lentejas
El episodio de las lentejas también tiene una profunda carga pedagógica. Los dos hermanos, Esaú y Jacob, representan dos actitudes diversas ante la vida, como algunos filósofos y literatos han hecho notar. Esaú es el hombre que vive el presente, la inmediatez, el disfrute de lo rápido. Es el hombre del «lo quiero ya, ahora, pronto». Sin duda, es una imagen de nuestros tiempos acelerados. En cambio, Jacob, como su madre Rebeca, es el hombre que sabe esperar con paciencia. Traza sus planes y aguarda el momento para actuar. Es el hombre racional, que piensa y actúa de acuerdo con un plan. Esaú vive el instante. Jacob se propone una meta y la persigue hasta alcanzarla.
La actitud de Esaú nos resulta muy familiar e incluso
podemos simpatizar con ella. Personifica la filosofía del carpe diem hasta el extremo. Vive el ahora, no te preocupes por el
futuro, porque, ¡Dios dirá! Pero las consecuencias de su despreocupación serán
enormes. Esaú perderá algo muy valioso y la angustia y el resentimiento lo
acompañarán durante largos años. En cambio, el paciente Jacob, cuya vida no
parece sino una sucesión de esperas y de trabajo largo e ingrato (recordemos la
historia de Raquel, ¡Jacob tuvo que esperar siete años para casarse con la
mujer que amaba!), finalmente alcanzó la plenitud, colmando sus aspiraciones y su
vida.
El vitalismo de Esaú, en realidad, es trágico. Al carecer de
visión de futuro, se convierte en existencialismo que lo lleva al vacío. Por el
contrario, la actitud serena y reflexiva de Jacob lo conduce a una vida intensa
y plena.
Sin dejar de disfrutar el presente ―lo único que tenemos― esta
historia apela al equilibrio necesario entre el goce vital y la necesidad de
orientar la vida hacia un norte, trazando un plan básico que dé sentido a la
existencia de cada cual. El recorrido de ese camino, disfrutando de cada paso,
pero sin perder la meta de vista, puede convertir nuestra vida en una aventura
gratificante y motivadora.
Se dice que estamos entrando en una era histórica donde los valores femeninos ganan cada vez
mayor protagonismo. Rebeca es un símbolo de estos valores. Es propio de la
mujer pensar, meditar y aguardar que las cosas sigan su proceso, sin
precipitación. La obsesión del corto plazo, del «ya mismo», no es propia de una
cultura auténticamente femenina. Una mujer sabe esperar muy bien. Sabe que la
vida humana requiere de nueve meses para gestarse y salir a la luz. Sabe que
una persona requiere de mucho más que nueve años para hacerse adulta… Sabe,
intuye y tiene grabados en su sangre los ritmos vitales de la naturaleza, con
sus vaivenes y sus aparentes pausas. Unos ritmos que poco tienen que ver con el
frenesí y la loca precipitación de la vida contemporánea. Si nuestra
civilización quiere ensalzar los valores femeninos deberá apelar a un ritmo más
sosegado y paciente. Y también deberá rescatar la astucia, la intuición, la
capacidad de meditar, de planear a medio y largo plazo y de soñar para el
futuro.
Raquel, una historia de amor
Un amor más allá de la razón
La historia de Raquel está íntimamente ligada con la de Jacob, padre de doce hijos de quienes descenderían las doce tribus de Israel. Raquel es una mujer muy femenina y hermosa, tal como nos la describe el Génesis, y no siempre virtuosa en sus sentimientos y actitudes. Pero hay algunos rasgos en su historia que merece la pena destacar.
Raquel, con Jacob, protagoniza una hermosa historia de amor.
Por ella, Jacob trabaja siete años para su tío Labán, padre de la joven. Pero
Labán lo engaña en la misma noche de bodas y sustituye a su hija Raquel por su
hermana mayor, Lía, alegando que en su tierra no es correcto dar en matrimonio
a la hija menor antes que a la
primogénita. Para conseguir desposarse con Raquel, a Jacob no le importa
trabajar siete años más en la hacienda de Labán. Tan enamorado está, que los
años «aún se le hacen pocos días». Este romance es una bonita flor que brota en
las páginas bíblicas, sobrepasando las convenciones de una sociedad patriarcal
arraigada en sus costumbres.
El deseo de maternidad
La relación entre ambas hermanas, Lía y Raquel, una amada y la otra desposada por la fuerza, no será fácil. Lía concebirá muchos hijos, mientras que Raquel tardará años en hacerlo. Los celos estallan entre ambas hermanas, que rivalizarán durante años por dar descendencia a su esposo. Finalmente, también Raquel tiene hijos. El primero de ellos es José, que más tarde sería vendido por sus hermanos e iniciaría la aventura del pueblo de Israel en Egipto.
Así, vemos cómo la gran pasión de la vida de Raquel es la
maternidad. En su contexto histórico, ser madre es lo que más valor da a la
vida de una mujer.
Su último hijo, Benjamín, fue alumbrado en un parto difícil,
que le causó la muerte. Raquel lo llamó Ben-Omi, hijo del dolor, aunque posteriormente su padre lo renombró
Ben-Iamin, el hijo de la dicha, en
recuerdo de la felicidad que había disfrutado junto a su esposa. Hoy día en
algunos países se ha extendido un movimiento llamado «el apostolado de Raquel».
Consiste en ayudar a aquellas mujeres que, a pesar de las dificultades y los
riesgos para su salud, deciden ser madres y llevar adelante su maternidad. Y
esto me lleva a la siguiente reflexión.
La actitud de estas madres, que para muchos es heroica,
ciertamente puede ser discutible. ¿Por qué arriesgar la vida, sin necesidad,
para tener un hijo? ¿No resulta absurdo e imprudente? Tal vez una mujer con
dificultades o peligro para engendrar debería buscar otras opciones. Pero, en
el supuesto de que esté ya embarazada y peligre su vida, ¿quién puede erigirse
en juez e impedirle que opte por la vida de su hijo? Hoy día, el aborto está legalizado
en muchos países, con o sin restricciones. En España, si la madre corre un
riesgo para su salud, física o anímica, la ley lo permite. La elección de las
madres que prefieren continuar adelante con su embarazo y tener su criatura no
puede menos que ser admirada, del mismo modo que admiramos el heroísmo de
quienes se arriesgan altruistamente para salvar la vida de otros, aún sabiendo
que pueden perder la vida en el intento.
Dar la vida, algo intrínseco al ser humano
Muchos podrían alegar insensatez o locura en la disponibilidad para dar la vida por los demás. Hoy día, tal abnegación incluso es tachada de fanatismo religioso. Algunos aseguran que estas actitudes van en contra de la verdadera naturaleza e instinto humano, que son enfermizas y neuróticas, casos de psiquiátrico y no muestras de grandeza moral. Quienes afirman esto quizás tengan una pobre imagen de lo que es la naturaleza humana.
Me parece muy rico y profundo su artículo. Yo también admiro a estas y a otras mujeres que pese a su fragilidad Dios las eligió para una gran misión en concreto: vincular las generaciones que fueron teniendo la historia de salvacion.
ResponderEliminarAgradezco su manera de describir esto, con sensibilidad de mujer. Muchas gracias
Me parece muy rico y profundo su artículo. Yo también admiro a estas y a otras mujeres que pese a su fragilidad Dios las eligió para una gran misión en concreto: vincular las generaciones que fueron teniendo la historia de salvacion.
ResponderEliminarAgradezco su manera de describir esto, con sensibilidad de mujer. Muchas gracias
Gracias por tu lectura y comentario, María Isabel. Si te interesa el tema, en mi libro "Mujeres de Dios" hablo de estas y otras mujeres de la Biblia. Lo puedes encontrar en la Casa del Libro o en Amazon.
ResponderEliminarEscribes muy hermoso, con una gran sensibilidad. Transmites los valores y la verdad divina de una forma muy inteligente pero a la vez llegas al corazón.
ResponderEliminarhola alguien me pueden ayudar con un mapa mental donde explique los aspectos mas importantes de los patriarcas y matriarcas
ResponderEliminarHola, Manuel. Si quieres leer buenos libros sobre el Antiguo Testamento te recomiendo al menos estos dos:
ResponderEliminarIntroducción al Antiguo Testamento, de J. L. Ska.
Women in the Bible, de Tikva Frymer-Kensky (no sé si existe traducción al español, espero que sí).
Hay muchos otros, pero estos dos son estupendos para personas no "expertas", amenos y a la vez rigurosos y profundos.
También puedes consultar mi libro Mujeres de Dios, más centrado en las mujeres de la Biblia (no sólo las matriarcas), aunque desde una perspectiva muy personal.
Otro libro sobre las mujeres de la Biblia, breve, ameno y muy bien escrito es Mujeres de Dios, de José Román Flecha.
¡Gracias por tu lectura!
Hola me encanto el articulo. Donde puedo conseguir tu libro. Vivo en Cartagena-Colombia
ResponderEliminarHola, Patri, gracias por tu lectura y comentario. Mi libro en España está en librerías religiosas, pero desde Colombia lo puedes adquirir fácilmente por Amazon. Simplemente teclea "Mujeres de Dios Montse de Paz" y te saldrá en Google.
ResponderEliminarEl enlace es este: http://amzn.eu/3AlNP6I
La cita biblica
ResponderEliminarHola, fue una gran bendición leer esta porción de la biblia. Un enfoque directo a la función de preservar y generar vida; don que Dios dio a las mujeres. Benditas por siempre.
ResponderEliminarHola muchas gracias por este artículo que nos orienta mucho mejor sobre el sentido correcto de la biblia
ResponderEliminarhola gracias me gusto mucho,aprendí mas de la biblia
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