domingo, 5 de agosto de 2018

20. Isaías: el fuego de Dios (1)



El teólogo y escritor Eugene H. Peterson, autor de una de las versiones más originales y audaces de la Biblia (El mensaje), ha escrito una espléndida introducción al libro de este profeta. Afirma que Isaías es un poeta en el sentido más genuino: con sus palabras construye un mundo donde la presencia de Dios se revela con todo su poder. En Isaías, Dios es el centro y la santidad la clave. Y santidad, afirma Peterson, no es una piedad blanda y sentimental, sino la vida misma, vivida en toda su crudeza y autenticidad, apurada hasta el último sorbo, y no contemplada a distancia. «La santidad es un horno que transforma a los hombres y mujeres que entran en él.» «Santidad es la revolución.» 

Peterson también estructura el libro de Isaías en tres partes, que corresponden a los tres grandes temas del profeta: juicio, consuelo y esperanza. Estos tres temas componen una sinfonía que bien podría llamarse Sinfonía de la Salvación. El mismo nombre del profeta lo indica. Isaías quiere decir «Dios salva».

Los rollos proféticos y sus autores


Los libros antiguos no eran tomos, sino rollos de papiro. Tal como se encontraron en Qumram, los rollos proféticos eran cuatro, ordenados por su extensión. El primer rollo es el de Isaías, el más largo. En Jerusalén, en el museo del Santuario del Libro, se expone este rollo iluminado en una sala.  El segundo rollo es el de Jeremías. El tercero es Ezequiel y el cuarto comprende todos los restantes profetas, los doce llamados «profetas menores». Menores no por su menor importancia, sino por la extensión de sus escritos.

Hay que tener en cuenta que los autores de estos libros no son necesariamente los profetas que les dan el nombre. En la antigüedad no existía el concepto actual de autoría: un autor-una obra, con derechos reservados. Los libros eran recopilaciones de dichos, hechos y escritos de varios profetas y sacerdotes. Solían escribirlos sus discípulos, que se agrupaban formando escuelas. Con el paso del tiempo, los escritos se iban reeditando, retocando y completando. Así, es frecuente encontrar comentarios, inserciones y añadidos posteriores intercalados con los oráculos del profeta. Esta es la riqueza de la Biblia, un enorme tapiz o patchwork cuyo resultado final es tan rico que nunca agotaremos del todo su significado.

Tres Isaías


El libro de Isaías abarca la obra, al menos, de tres profetas o escuelas proféticas. Los académicos distinguen tres Isaías (con sus correspondientes discípulos):

El primer Isaías, del siglo VIII a.C., fue un sacerdote próximo a la casa real de David. Vivió a lo largo de los reinados de Ajaz, Ezequías y Manasés. Es la época de la crisis asiria y la caída del reino del norte. Su obra, con algunos añadidos posteriores, corresponde a los capítulos 1 al 39. Isaías ve el peligro que corre su tierra no sólo por la amenaza de los enemigos externos, sino por la corrupción interna, tanto religiosa como moral. Sus oráculos son de denuncia y aviso, junto con un mensaje de promesa de renovación futura. Dios no fallará a su alianza con el pueblo elegido.

El segundo Isaías, en el siglo VI a.C., después del exilio de Babilonia. Esta parte del libro contiene un mensaje de consuelo para el pueblo desterrado y una exhortación a la fidelidad a Dios, renovando la alianza del éxodo. La autoría es de una escuela profética cercana al pensamiento de Isaías: Dios en el centro de todo, olvidar la idolatría. En esta parte del libro se encuentran los cuatro famosos cánticos del siervo de Dios. Abarca del capítulo 40 al 55.

El tercer Isaías, del capítulo 56 al 66, recoge una serie de oráculos de autores y épocas diversas. El tema que los unifica es una visión de esperanza en el futuro. Hay una llamada al pueblo a que se comporte con honestidad y justicia, fiel a Yahvé, y una serie de cánticos gozosos donde se revela el rostro más maternal y amoroso de Dios.

Sin embargo, algunos autores sostienen que la autoría de Isaías corresponde a un único escritor o escuela profética, debido a ciertos temas y conceptos que aparecen a lo largo de todo el libro y que no se dan con tanta frecuencia en el resto de la Biblia, y también a la tradición que atribuye estos escritos a un solo autor.

El primer Isaías: Juicio y promesa


Temas del libro


En la primera parte del libro encontramos escritos muy diversos.

Los capítulos 1 al 5 son un compendio de lo que podría ser todo el libro: aviso y denuncia de los males de Israel, amenaza de la invasión asiria, juicio de Dios y salvación de un resto sagrado, más el canto de la viña como metáfora del destino del pueblo.

En el capítulo 6 leemos una impactante visión del trono celestial y la vocación del profeta. Mucha imaginería religiosa procede de estos textos, como los pantocrátores románicos y los ángeles de seis alas ante su trono.

Vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, con el roce de su manto que llenaba el santuario. Unos serafines ante él tenían seis alas cada uno: dos para cubrirse el rostro, dos para cubrirse los pies y dos para volar. Y gritaban unos a otros: ¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, su gloria llena toda la tierra! (Isaías 6, 1-3)
Siguen una serie de oráculos contra las naciones extranjeras, similares a los de otros profetas. Estos oráculos son sobrecogedores por sus crudas imágenes y poderosas metáforas.

Un pequeño apocalipsis o visión mitológica del fin de los tiempos (capítulos 24-27). Se cree que esto es una inserción posterior.

Más oráculos, ya no contra el extranjero, sino contra Israel y Judá, por su idolatría, sus injusticias y su errática política internacional.

¡Ay, Ariel, Ariel, ciudad donde acampó David! Serás para mí como un león de Dios, acamparé contra ti como David, te rodearé de empalizadas, levantaré trincheras… Como el polvo del camino será la multitud de tus enemigos, y como las semillas al vuelo será la multitud de tiranos. Y, de pronto, serás visitada por Yahvé Sabaot, con trueno, estrépito y gran fragor, huracán, tempestad y llamaradas de un fuego devorador… Así será la multitud de los paganos en guerra contra la montaña de Sión (Isaías 29)
Una narración histórica que relata la invasión del rey asirio Senaquerib, que tomó muchas ciudades de Judá, deportó a miles de habitantes y llegó a asediar Jerusalén (capítulos 36 y 37). El rey Ezequías se encontró cazado como un pájaro en la jaula. Isaías fue llamado por el rey y pronunció un oráculo contra Asiria. Finalmente, Senaquerib, tras aterrorizar a la población, se retiró. Las hipótesis de su retirada son varias: según la Biblia, una peste diezmó su ejército. Al mismo tiempo, una rebelión en otra zona de su imperio le obligó a acudir allá… ¿Terror ante el Dios que protegía su ciudad, su santa colina de Sión? No lo sabemos, pero Senaquerib volvió a su tierra, donde fue asesinado poco después por sus propios hijos.


Mensaje: Dios es Señor de la historia


¿Qué podemos extraer de este primer Isaías? En primer lugar, la autenticidad de la vocación del profeta. Isaías es llamado y responde pronto y decidido. El fuego de Dios lo transforma por dentro; su vida a partir de entonces estará al servicio de Yahvé.
Entonces voló hacia mí uno de los serafines, con una brasa en la mano que había tomado con unas pinzas de encima del altar. Me tocó la boca y dijo: Cuando esto toque tus labios, tu culpa será borrada y tu pecado ha sido expiado. Entonces oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, quién irá por nosotros? Yo dije: Aquí me tenéis, ¡enviadme a mí! (Isaías 6, 6-8)

Sin embargo, Dios es muy sincero y advierte al profeta: su misión no será fácil y topará con rechazo e incomprensión. Dios prevé la catástrofe que sobrevendrá al pueblo, pero al mismo tiempo también arroja una brizna de esperanza con la imagen de la semilla sagrada:

Él dijo: Ve, di a este pueblo: Escuchad bien, pero sin entender; mirad atentamente, pero sin conocer. Haz insensible el corazón de este pueblo, vuélvelo duro de oído y tápale los ojos, no sea que oiga… que se convierta y sane. Y le dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Repondió: Hasta que todo sea un desierto, y las ciudades queden sin habitantes, las casas sin hombres, las tierras yermas, hasta que Yahvé haya llevado lejos a los hombres y quede un país desolado y vacío. Y si todavía subsistiera alguno, volvería a brotar para que lo poden, como a la encina y al terebinto, que cuando los cortan, queda la raíz. Su raíz es una semilla santa. (Isaías 6, 9-13)

En segundo lugar, Isaías resalta la preeminencia de Dios sobre toda la creación y también sobre el acontecer de la historia humana: ningún poder humano puede desafiarlo. Todo cuanto ocurre está bajo su control, aunque el mundo parezca sumido en el caos. Los oráculos contra las naciones que se creen poderosas se expresan en esta línea: todos caerán en la ruina por su orgullo.

Soy yo quien he dado órdenes, por mi ira, a mis santos guerreros… Escucha: un tumulto desciende por las montañas, como de un gentío inmenso. Escucha: un fragor de armas, de naciones aliadas; es Yahvé de los ejércitos que pasa revista a sus tropas antes de la batalla… Castigaré al mundo por su maldad, a los impíos por su perversión, pondré fin al orgullo de los presuntuosos y humillaré la arrogancia de los tiranos (Isaías 13, 3-4. 11)

Por eso no debemos amilanarnos ni dejarnos asustar por las grandes potencias. Isaías anima al rey Ajaz, abatido ante la amenaza extranjera:

Calma, ¡no tengas miedo! Que tu corazón no desfallezca por culpa de estos dos cabos de antorcha que sacan humo… [Se refiere a los reyes de Aram e Israel, que quieren atacar Judá] ¡Si no tienes fe, no te mantendrás firme! (Isaías 7, 4. 9)

En tercer lugar, Isaías no deja de transmitir mensajes de esperanza: un resto fiel del pueblo se salvará. Nacerá un niño que traerá la salvación (¿un futuro heredero real?, ¿un profeta?). La interpretación cristiana ha visto en esta profecía un anuncio del nacimiento de Jesús y un preludio del reino de Dios. El Señor no abandonará a su pueblo tras el castigo. En el primer Isaías arraiga la convicción de que la alianza de Yahvé con la casa de David es eterna, y la estirpe bendecida no perecerá.

Nacerá un brote del tronco de Jesé, un renuevo de sus raíces. El espíritu de Yahvé estará con él, un espíritu de sabiduría e inteligencia, de consejo y fortaleza, de ciencia y de temor de Dios. No juzgará según las apariencias… juzgará a los humildes con justicia y sentenciará con razón sobre los pobres de la tierra. Pero golpeará al violento con su boca, con el aliento de sus labios. La justicia será su ceñidor, la lealtad, su cinturón. Entonces el lobo habitará con el cordero, la pantera yacerá con el cabrito, el ternero pacerá con el cachorro de león… Las gentes no serán malvadas ni causarán daño sobre la montaña santa; porque el país estará lleno del conocimiento del Señor, como las aguas que cubren el mar (Isaías 11, 1-9)

Este fragmento es muy conocido. Se suele leer en Adviento, como un preludio de la Navidad. Habla del nacimiento de un niño, un futuro rey justo, que traerá la paz y la prosperidad al pueblo. De nuevo, la visión cristiana lo lee como una profecía sobre Jesús:

El pueblo que vivía en tinieblas ha visto una gran luz, y la claridad resplandece sobre los habitantes que vivían en la sombra. Habéis multiplicado la gente, sí, con gran alegría… Porque ha nacido un niño, un hijo nos ha sido dado, que lleva la insignia de un príncipe y al que le ha sido dado este nombre: Consejero-admirable, Héroe-divino, Padre-por-siempre, Príncipe-de-la-paz… (Isaías 9, 1-3, 5)

Hay también un mensaje que mira al futuro, cuando los exiliados puedan regresar a su tierra desde todos los lugares donde fueron desterrados.

Ese día el Señor alzará la mano de nuevo para rescatar al resto de su pueblo… y reunirá a los expulsados de Israel y recogerá sus restos dispersos de Judá, de los cuatro confines de la tierra… Entonces abrirá una ruta para el resto de su pueblo, como lo hizo por Israel el día que subió del país de Egipto (Isaías 11, 11. 16)

La sección apocalíptica es tormentosa y lírica. Los fragmentos que hablan de juicio terrible y catástrofe alternan con oraciones encendidas de amor y confianza:

Palidecerá la luna y el sol se ruborizará, porque Yahvé Sabaot reinará sobre la montaña de Sión y en Jerusalén, y su gloria resplandecerá sobre sus ancianos… (Isaías 24, 23).

Por eso os glorifica un pueblo bárbaro, la ciudad de los paganos: los tiranos os temen. Vos habéis sido un refugio para el humilde, un auxilio para el pobre en su infortunio, abrigo bajo la lluvia, sombra contra el calor. Porque el soplo de los tiranos es como la lluvia de invierno, como el calor sobre una tierra árida. Sofocáis el tumulto de los insolentes como se calma el calor a la sombra de una nube; humilláis así los cánticos triunfales de los tiranos (Isaías 25, 3-5).

La ruta del justo es derecha, vos allanáis el camino del justo. Sí, en el camino de vuestra justicia os esperamos, Señor, vuestro nombre y vuestro recuerdo son el anhelo del alma. Mi alma os desea de noche, ansío con deleite vuestra presencia (Isaías 26, 7-9)


El canto de la Viña


Un conocido capítulo de Isaías es el 5, donde se relata el canto de la viña. Jesús en su evangelio recogerá este relato para contar una de sus parábolas más incisivas.

Mi amigo tenía una viña en una fértil ladera. La cavó, sacó las piedras, plantó cepas escogidas… ¿Qué más podía hacer por su viña, que no haya hecho? ¿Por qué esperaba racimos y ha dado agrazones? Pues ahora os mostraré qué haré con mi viña… La dejaré para el saqueo, ¡no más podas ni cuidados, crecerán las zarzas y los cardos y daré órdenes a las nubes para que no lluevan sobre ella!  Sí, la viña de Yahvé Sabaot es la casa de Israel, y el hombre de Judá es su cepa preferida. Esperaba justicia de ellos ¡y no ve más que abusos! Esperaba rectitud ¡y no ha encontrado más que injusticia! (Isaías 5, 1-7).
La viña es una imagen de Israel. Y, por extensión, podemos interpretar que la viña es la imagen de la humanidad, que Dios ha plantado en el mundo con amor, esperando que dé buen fruto. ¿Y qué ha dado la humanidad? Muchos “profetas” actuales, no creyentes, se echan las manos a la cabeza ante los desastres que hemos cosechado: guerras, explotación, desastres ecológicos, hambrunas, genocidios… ¿Qué clase de fruto ha dado la humanidad? ¿Cómo responderá el amo de la viña a esto? Para muchos que no creen en Dios, la naturaleza será la vengadora, ella ocupará el lugar de Dios. La vida se abre camino, pero no necesariamente la vida humana. Muchos creen que la madre tierra se tomará su revancha. La raza humana se extinguirá por sus propios errores y la naturaleza salvaje volverá a campar por sus respetos…

La preocupación por nuestro futuro, como vemos, es muy antigua. Hace casi tres mil años, Isaías se planteaba cuestiones que hoy siguen angustiándonos. 

¿Qué hará el amo de la viña?

Confianza


Los cánticos de confianza de Isaías son auténticas oraciones de gratitud. La fe en Dios transforma y fortalece por dentro:

En Dios está mi salvación, en el confío, nada me asusta, porque Yahvé es mi fuerza y mi canto, él ha sido mi salvación. Todos, felices, beberéis las aguas de la salvación… ¡Gritad de gozo y de alegría, habitantes de Sión, porque es grande entre vosotros el Santo de Israel! (Isaías 12, 2-6).

Desde un punto de vista moderno, estas lecturas pueden chocar y rebelarnos. Hoy el mensaje dominante es muy distinto: tú eres dios, en ti está la fuerza y la salvación. Tú te salvas a ti mismo y tu felicidad está dentro de ti, y no en otro. El individualismo autosuficiente que destila la mística moderna choca con esta radical dependencia de un Dios que lo es todo para el profeta. Los críticos señalan que esta es una fe para débiles y un consuelo para personas de psique frágil… ¿Es realmente así?

Leídos sin prejuicios, los versos de Isaías rezuman fuerza y alegría, un vigor y un gozo exultante que se alejan mucho de una psique débil. Solos no somos nada. Nuestra autosuficiencia y nuestra arrogancia son humo. Pero con él somos fuertes, nada nos asusta, y el canto rebosa en nuestros labios.

Pero ¿dónde está Dios? Hacia el final del capítulo 38 encontramos un hermoso cántico de sanación, entonado por el rey Ezequías. Enfermo y a las puertas de la muerte, se dirige a Dios pidiendo ayuda y vida. Cuando la curación ya no está en nuestras manos, queda la confianza en aquel que es la fuente de nuestro ser, y en nuestra conexión con él:

Señor, es para ti que vivirá mi corazón, y mi espíritu. Me curarás y me devolverás la vida, mi dolencia se convertirá en salud. Eres tú quien tienes que preservar mi alma del foso de la nada, ya que te has echado a la espalda todos mis pecados. Porque el país de los muertos no puede alabarte, ni los que bajan a la fosa esperan tu fidelidad. El que vive, el que vive, sólo él os alaba, como lo hago yo, en este día. El padre hace conocer a los hijos tu fidelidad. ¡Oh, Señor, sálvame! (Isaías 38, 16-20)

Según relata el libro de Isaías, Ezequías sanó de su enfermedad y aún vivió unos cuantos años con buena salud.

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