sábado, 14 de julio de 2018

Los profetas: la voz en la crisis


Los libros proféticos forman un grueso importante del Antiguo Testamento, y la segunda parte de la Biblia Hebrea, los Nevi’im. La palabra nevi, que se traduce por profeta, significa «el llamado». También se puede entender por el heraldo, el anunciador. El nombre lo dice todo: el profeta es un hombre ―o una mujer, que también las hubo― enviado por Dios para anunciar algo al pueblo. Se convierten en los portavoces de Dios y en un aguijón que espolea al pueblo.

De entrada, hay que rechazar la imagen del profeta como alguien «que predice el futuro». En realidad, el profeta está hablando del presente, aunque utilice un lenguaje simbólico y se valga de imágenes muy dramáticas, a  veces apocalípticas. No sólo habla: el profeta a menudo realiza acciones que pueden ser consideradas audaces o extravagantes, para llamar la atención de las gentes. Jeremías fue un buen ejemplo. Todas ellas tienen un significado. Muchos años más tarde, Jesús haría un gesto profético en el templo de Jerusalén, echando mano a un látigo y volcando los puestos de los mercaderes y cambistas.

Místicos y enviados


La profesora Christine Hayes en su curso sobre Antiguo Testamento distingue entre los profetas extáticos y los apostólicos.

Los profetas extáticos son los primeros que aparecen en la Biblia, en los relatos de los libros de Samuel y Reyes. Son personajes curiosos y audaces, que tienen visiones y experiencias místicas, protagonizan hechos espectaculares y están rodeados de mitificación. Por ejemplo, Elías y Eliseo. Se dice también del rey Saúl, que de tanto en tanto caía en trance y también profetizaba. Este tipo de profetas eran muy populares en todo el antiguo Oriente. Solían entrar en trance, un estado de conciencia alterado, y pronunciaban oráculos para los reyes y señores (casi siempre favorables). Algunos profetas posteriores, como Ezequiel, también vivieron este tipo de experiencias sobrenaturales.

Los profetas apostólicos, o literarios, son aquellos que dejaron escritos, o bien sus discípulos recogieron sus enseñanzas en libros que llevan su nombre: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, y todos los demás. En estos profetas se da un perfil y una función distinta. De entrada, se alejan de la adivinación y la magia. No son videntes ni astrólogos. Son hombres, algunos muy normales y alejados del ámbito religioso, como Amós, que un buen día viven una experiencia que cambia radicalmente sus vidas. Son llamados por Dios. Desde entonces consagran su vida a la misión: transmitir el mensaje que Dios les ha dado.  Su principal propósito es despertar las conciencias y provocar un cambio en las gentes.

Voces en la tormenta


Los profetas apostólicos o enviados suelen aparecer en tiempos de grandes crisis. Los biblistas a veces los agrupan en cuatro periodos:
  • Los profetas de la crisis asiria, en torno al 722 a.C., cuando los asirios conquistaron Israel, el reino del norte, y deportaron a su población. Unos cuantos huyeron y se refugiaron en el sur, en el reino de Judá, y llevaron consigo su mensaje. En esta época, los profetas alertan del peligro que se cierne sobre el país y achacan la inminente catástrofe al caos interno: idolatría religiosa, hipocresía, avaricia, injusticia social flagrante, desprecio de los pobres y arrogancia de los reyes. Entre estos profetas encontramos a Amós y a Oseas, en el norte, y en el sur Isaías y Miqueas.
  • Los profetas de la crisis babilonia, en torno al 586 a.C. En esta época, el imperio babilonio conquistó el reino del sur, Judá, y destruyó Jerusalén y el templo. Israel desaparece como potencia de la historia y la catástrofe traumatiza al pueblo. Los profetas en torno a esta crisis llevan un mensaje de alerta y aviso, y después de consuelo ante la ruina y esperanza en el futuro. Entre ellos encontramos a Nahum, Habacuc y Jeremías.
  • Los profetas del exilio. Intentan explicar el desastre desde una visión teológica y animar al pueblo a sobrevivir en condiciones muy adversas. Entre ellos destaca Ezequiel.
  • Los profetas del post-exilio o restauración, a partir del siglo V a.C. En esta época el imperio persa invade y absorbe el imperio babilonio y conquista todos sus territorios. El emperador persa, tolerante con los pueblos dominados, permite que los israelitas regresen a su tierra y reconstruyan el templo de Jerusalén. Pero el retorno no será fácil y la restauración de la comunidad estará plagada de dificultades. Más adelante, una nueva potencia, Grecia, conquistará Palestina. Los gobernantes helenísticos intentarán imponer su cultura, provocando la oposición de un sector de la población. Es la época de las revueltas de los Macabeos. Los profetas de esta época presentarán distintas alternativas y actitudes, según el momento histórico. Su mensaje es tanto de alerta como de aliento y esperanza. Profetas de este periodo son Ageo, Zacarías, Joel (tal vez) y Malaquías.

El papel de los profetas


Los profetas son personas hondamente arraigadas en su tiempo y en su espacio vital. Su mensaje refleja una preocupación por las gentes y su porvenir. Su misión proviene de Dios, y permanecen en continuo diálogo con él, pero su vida está volcada en los hombres. Las palabras proféticas adquieren una triple tonalidad: denuncia, anuncio y esperanza. Además, suelen acompañar sus discursos con actos simbólicos y llamativos.

Políticamente incorrectos


Muchos profetas fueron perseguidos por atacar a los aduladores cortesanos. Los profetas no eran complacientes con los reyes ni con la gente. No decían lo que los otros querían oír. Y arremetían contra los «falsos profetas», los «hombres del sí», que halagaban la vanidad de los reyes para obtener beneficios, sin que les importara la verdad ni el futuro del pueblo.

Miqueas disgustó a los reyes del norte y del sur, porque «nunca ha profetizado nada favorable para mí», como se queja el rey Josafat, de Judá. Amós fue expulsado del santuario de Betel por el sacerdote Amazías, acusado de agitador y agorero. Jeremías fue perseguido, apalead, encarcelado y sometido a vergüenza pública en varias ocasiones, por no ser complaciente con los diversos reyes que le tocó conocer.

Hoy diríamos que eran políticamente incorrectos, que decían verdades incómodas y que no seguían las corrientes dominantes del poder. ¿Quieres saber si una persona es realmente profética? Si tiene mucho éxito y todo el mundo le aplaude, posiblemente le esté faltando algo (o mucho) de autenticidad y veracidad.

Poner reyes y quitar reyes


Algunos profetas fueron muy combativos e incluso se metieron en política. El profeta Samuel fue consejero y promotor de los primeros reyes, David y Saúl. El profeta Natán apoyó a la reina Betsabé a aupar al trono a su hijo Salomón, a la muerte de David. Estos profetas apoyaron a la monarquía y en especial a ciertos miembros de la casa real. El profeta Isaías es un firme defensor de la Casa de David.

Otros profetas hicieron lo contrario. A muchos nos resultan familiares las vicisitudes del profeta Elías, acusador del rey Acab y de su esposa la reina Jezabel. Su enemistad le valió persecuciones y ataques de todo tipo. Más tarde, su sucesor Eliseo instigó a Jehú, capitán de los ejércitos reales. Jehú asesinó al rey Acab, exterminó a su familia y se coronó rey. 

Conciencia del rey


Otros profetas fueron la voz de la conciencia para los reyes, avisándolos cuando caían en abusos de poder o se desviaban en su conducta. Es célebre el caso del profeta Natán, cuando David se acostó con Betsabé y envió al marido de esta, Urías, a la muerte en combate. La historia del hombre pobre y su oveja es una parábola que se ha hecho célebre para explicar los excesos de los poderosos. Elías también quiso ser la conciencia del rey Ajab, como se relata en la historia de la viña de Nabot. Más tarde encontraremos a Jeremías, intentando aconsejar a los reyes bajo cuyos reinados le tocó vivir, con suerte dispar, como veremos.

Dios y los hombres


Los primeros profetas, como Amós, Miqueas, Oseas y el mismo Isaías, centran su denuncia a la sociedad en dos polos: por un lado, la hipocresía religiosa y la idolatría. Atacan duramente los rituales y el culto, lleno de folclore y vacío de sentido. Por otro lado, atacan la injusticia social y los excesos de los ricos que oprimen a los pobres. Este fragmento de Isaías es un compendio de la denuncia:
¿A mí qué vuestros sacrificios?, dice Yahvé. Harto estoy de holocaustos de carneros, de sebo de cebones; no me agrada la sangre de los novillos […] Cuando venís a presentaros ante mí, ¿quién ha solicitado de vosotros que andéis pateando mis atrios?… Vuestras lunas nuevas y solemnidades aborrezco de corazón […] Vuestras manos están llenas de sangre; lavaos, purificaos, apartad vuestras fechorías de mi vista, desistid de hacer el mal y aprended a hacer el bien: buscad lo que es justo, reconoced los derechos del oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda (Isaías 1, 11-17)

Finalmente, podríamos resumir que el mensaje profético es principalmente:
  • De denuncia y amenaza, en tiempos de aparente bonanza y cuando el hombre se siente arrogante y poderoso. El aviso es este: alerta, porque la destrucción se acerca. Los oráculos contra Israel y otras naciones, como los de Isaías, son sobrecogedores.
  • De consuelo y aliento en tiempos de profunda crisis y devastación. Cuando el hombre está hundido, hay que levantarlo y ayudarle a sobrevivir y a mirar hacia adelante. Los escritos de Jeremías, Isaías y Ezequiel, así como partes del libro de Oseas,  ayudan a hacer lecturas trascendentales de la catástrofe y a extraer una enseñanza y una fortaleza para el futuro.
  • De esperanza y alegría, confiando en un mundo mejor que está en camino. Todo está en manos de Dios, y el plan de Dios es hermoso e inimaginable. Las guerras y las desgracias son castigos, lecciones que aprender. Pero Dios no abandona a su pueblo. Los textos del llamado Tercer Isaías, las visiones de un futuro pacífico y gozoso, de una vida próspera en tierras fértiles, son imágenes de ese porvenir que llegará.

Literariamente…


Los escritos proféticos son espectaculares. Si se leen con mente limpia de prejuicios y con los seis sentidos, no pueden dejar indiferente a ningún lector, aunque no se comprenda toda la complejidad del texto de una sola vez.

Durante muchos años compartí cierta visión literaria de la Biblia, difundida por reputados autores, como Erich Auerbach. Él comparaba la Biblia y los textos de la Ilíada y la Odisea y decía que el lenguaje bíblico es austero y muy sobrio, apto para ser oído y captar un mensaje, pues carece de imágenes plásticas. En cambio, el lenguaje homérico es visual y colorido, apto para ser visto y recrearse más en las sensaciones estéticas. Leyendo a los profetas he descubierto que esta visión es un poco simplista. Se puede aplicar a la narrativa bíblica y a ciertos pasajes, pero la Biblia, claro está, no es un solo libro, sino muchos. Los libros proféticos están lejos de ser un lenguaje austero y falto de estética visual. Isaías, por poner un ejemplo, se recrea en poderosas imágenes que despiertan la imaginación y suscitan toda clase de emociones. El teólogo Eugene H. Peterson dice de Isaías que es un poeta en todo el sentido de la palabra: con su discurso crea y destruye, engendra realidades y pulveriza otras, suscita todo tipo de sentimientos. Su palabra es pincel, mazo y cincel; también es espada y hacha de doble filo. No es el único. Leyendo a Jeremías, a Ezequiel, Oseas, las visiones de Daniel… uno se da cuenta de que la Biblia no sólo contiene mensaje, sino una riquísima y variada expresión literaria.

Humanamente…


¿Qué podemos extraer los lectores de hoy de estos libros, a parte de un rato interesante y un mayor conocimiento del mundo bíblico? Creo que los profetas son una voz atemporal que no pierde vigencia. Siguen siendo denuncia, anuncio y esperanza para el mundo de hoy. Sus clamores siguen siendo de rabiosa actualidad… Veamos algunos ejemplos.

Ante la prepotencia de los ricos y poderosos, los profetas avisan que todo imperio tiene sus días contados, y puede caer estrepitosamente bajo otro.

Ante los atropellos y la injusticia social, los profetas denuncian que la desigualdad, los abusos y la corrupción acabarán destruyendo la sociedad, y nadie se librará de las consecuencias.

Ante la pobreza flagrante de unos y la riqueza obscena de otros, los profetas pronuncian palabras durísimas que pocos activistas contemporáneos se atreverían a utilizar (¡leed a Amós!).

Ante las catástrofes y crisis de todo tipo, los profetas animan a seguir viviendo, luchando y proyectando, sin perder la esperanza.

Ante la dura realidad de los emigrantes y refugiados, profetas como Jeremías envían un mensaje sobre la necesidad de integración y convivencia con otras culturas.

Ante la desesperación por una gran pérdida, los profetas animan a levantar la mirada y hacer planes de futuro. No estamos solos ni abandonados. El mundo no se termina.

Ante la vejez, el cansancio y la tristeza, los profetas nos invitan a seguir vivos, como Jeremías. ¡Nada de jubilarse! Nada de rendirse. Siempre activo, siempre luchando, siempre transmitiendo un mensaje… Siempre en misión, hasta el último día de su vida.

Hoy las personas tenemos mucha información, quizás demasiada. Y los medios e Internet nos bombardean con toda clase de datos y noticias. Cierta literatura nos revela los secretos de la «cúpula del mal» que gobierna el mundo a la sombra, y una sensación de miedo e impotencia se adueña de mucha gente. ¿Qué podemos hacer? ¿Basta adoptar una postura de heroicos supervivientes? ¿Buscar círculos de gentes afines y crear pequeños oasis, islas de resistencia? ¿Basta aspirar a aumentar nuestro «nivel de conciencia» para situarnos en un plano espiritual superior? ¿Buscamos una conciliación entre el ser conscientes y dejarnos llevar por la corriente? ¿Nos contentamos con el mal menor o el ir tirando?

¿No son posiciones un tanto resignadas o escapistas?

Los profetas, desde luego, no se resignan ni se escapan. Se meten hasta los codos en la realidad y bregan en ella. No se refugian en espiritualismos ideales. No se pertrechan en monasterios ni en islas de paz. Tampoco sucumben a la seducción del poder político y mediático (si fueran ricos y poderosos… ¡podrían hacer «tanto bien»!). No temen nadar a contracorriente, y no los detienen ni el rechazo ni la persecución ni la pobreza. Hoy diríamos que no les preocuparía tener muchos «like» y fans en las redes sociales.  No les importaría ser o no influencers. Tampoco se refugiarían entre amigos o partidarios. Ellos se lanzan a combatir, a campo abierto y a pecho descubierto. Sin otra defensa que el mismo Dios que les ha seducido y les ha llamado. Su amor los sostiene. Es la única explicación a su perseverancia. Los profetas son hombres ―y mujeres― amigos de Dios. Su relación con él atraviesa crisis, también sostienen sus luchas (leed a Jeremías). Pero son peleas de dos que se aman y están indisolublemente unidos. Sólo quien está enamorado persiste.

Algunos pasajes proféticos (no todos, por supuesto), podrían leerse como auténticos libros de autoayuda. Si eres creyente, lector, encontrarás la presencia de Dios latiendo detrás de las líneas. Si no lo eres, déjate fascinar por el ritmo poderoso de sus versos y saborea la fuerza de sus palabras. Son la voz de un puñado de hombres valientes que se atrevieron a desafiar el mal, cara a cara.

1 comentario:

  1. Arquimedes decía haciendo alusión a la palanca, dame un punto de apoyo y movere el mundo, creo que has dado un punto de apoyo.

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