sábado, 17 de noviembre de 2018

Respuestas ante el sufrimiento y el mal

Lamentaciones y Proverbios


La destrucción de Jerusalén en el 586 a.C. y el exilio de Babilonia fueron un momento crítico para el pueblo de Israel. Sin capital, sin rey, sin tierra, devastado… O moría, o se transformaba. Como dice el proverbio, «lo que no te mata, te hace más fuerte». Y hoy justamente vamos a hablar de proverbios, y de sabiduría de la vida.

Ante una catástrofe, un dolor inmenso y un sentimiento de pérdida y desarraigo, hay varias actitudes posibles. La Biblia las expone todas en diversos libros. En la Biblia Hebrea, la respuesta al sufrimiento y al mal se ve ilustrada en cuatro libros: Lamentaciones, Proverbios, Eclesiastés y Job.

Seguiré en algunos aspectos los apuntes del curso de la profesora Christine Hayes (Yale, 2006), pues explican con mucha claridad esta respuesta y el sentido de cada uno de estos libros.

Recreación de los jardines de Babilonia, junto al canal.

Quien canta, su mal espanta


El Libro de las Lamentaciones es una sucesión de largos poemas de duelo y búsqueda de consuelo. Los israelitas, desterrados, se sumergen en la opulenta babilonia. Junto a los canales que riegan aquellos campos fértiles, reflejando las murallas y los templos colosales de la gran ciudad, los exiliados añoran la colina de Sión, sus viñedos, sus pequeños campos, sus hogares. Lloran por la destrucción de Jerusalén como si fuera una amada, un ser querido que ha muerto violentamente. Los versos son dramáticos y retratan los momentos más crueles de la conquista a manos de las tropas babilonias. 

¡Ay! Solitaria  está la ciudad que un día fue grande y poblada,
era grande entre las naciones y ahora es como una viuda,
fue princesa entre los pueblos y se ha convertido en esclava…
Los hermosos hijos de Sión, un día valiosos como el oro,
¡ay!, ahora son tratados como vasijas de barro
en manos del alfarero.
Hasta los chacales ofrecen su pecho para alimentar a sus crías,
pero mi pobre pueblo se ha vuelto tan cruel como las bestias del desierto.
La lengua de los recién nacidos se clava en su paladar, sedienta,
los niños lloran pidiendo pan, nadie les da un bocado.
Los que festejaban con manjares exquisitos
ahora mueren de hambre en las calles;
los que vestían de púrpura
se aferran a sus harapos.
La culpa de mi pobre pueblo ha excedido la iniquidad de Sodoma,
que fue eliminada en un instante…  (Lamentaciones, cap. 4)

La culpa: he aquí la clave de todo. Israel ha sido castigado por su enorme culpa, por sus pecados, por su mal. El exilio y la destrucción no son más que una consecuencia de sus obras. No vemos aquí nada de la literatura de exaltación davídica: ni Sión es inviolable, ni sus reyes están bendecidos por siempre. Dios se ha enfurecido y no ha perdonado a nadie. El pueblo es responsable de sus propios males.

Soy el hombre que ha conocido la miseria bajo la vara de su furor.
Me ha conducido hacia las tinieblas pavorosas,
sólo contra mí ha descargado su mano, una vez y otra, sin cesar.
Ha consumido mi carne y mi piel, ha quebrado todos mis huesos… (Lm, cap. 3)

No vemos aquí rastro de un Dios misericordioso, sino de un castigador inclemente, que ya no puede perdonar.

Hemos sido infieles y tú no has perdonado. Te has recluido en tu ira y nos has perseguido, matándonos sin piedad. Te has ocultado en una nube para que ningún clamor llegue hasta ti; nos has convertido en escombros en medio de las naciones (Lm 3, 42-45).

¡Qué contraste entre estos versos y los cánticos triunfantes de los jueces, cuando se sabían apoyados por la mano de Dios, sostenidos por su diestra y aupados hasta la victoria!

El final del libro acaba con una súplica desesperada, un anhelo de reconciliación con Dios, un deseo irreprimible de regresar, de volver a casa, de renovarse:

Pero tú, Señor, te sientas en un trono eterno, tu sede perdura por todos los tiempos. ¿Por qué nos has olvidado para siempre, por qué nos abandonas? Haznos regresar, Señor, a ti, déjanos volver. Renueva nuestros días como antaño, porque nos has rechazado y te has enfurecido contra nosotros. Haznos regresar, Señor, a ti, ¡déjanos volver! Renueva nuestros días… (Lm 5, 19-22).

Como afirma la profesora Hayes, «Las Lamentaciones son una respuesta a la caída de Jerusalén. El sentimiento de pérdida es abrumador, así como la tristeza, el dolor y la desolación ante el trato recibido por Dios. También hay un anhelo de regreso, de renovación y reconciliación. Los doscientos años siguientes a la destrucción serían un periodo muy crítico, una época de transición. La literatura israelita de esta época refleja su conflicto ante los desafíos filosóficos y religiosos que plantea la destrucción».

Otra recreación idílica de los canales y jardines babilónicos.

Perlas de sabiduría para cada día


Los Proverbios pertenecen a la llamada literatura sapiencial. Fue un género muy popular en todo el antiguo Oriente. Egipto y Mesopotamia nos ofrecen espléndidos libros de este tipo, no muy diferentes de los que se incluyen en la Biblia. Muchos de estos libros adoptan la forma de consejos, dichos o proverbios. Son enseñanzas prácticas para la vida de cada día y su carácter es universal: sirven para todos. No son libros, por tanto, centrados en Israel y en su tierra, en su religión ni siquiera en su Dios. El centro de la literatura sapiencial es el ser humano y su relación con los demás, con el mundo, con la vida. Podría decirse que son literatura humanista. El mensaje es que cada ser humano es libre y responsable, y su felicidad dependerá de lo que haga. Eres dueño de tus actos, recogerás lo que has sembrado.

Esta filosofía, como vemos se ha extendido por todo el mundo y en todas las épocas. Es la filosofía optimista del hombre hecho a sí mismo, del hombre como centro, del potencial humano y del karma, por así decir. Todo lo que nos sucede, de alguna manera, nos lo hemos buscado. Es un pensamiento retributivo: todo cuanto haces recibe un premio o un castigo. Hay una ley universal, avalada por Dios, que así ordena las cosas. Esta línea de pensamiento fue muy importante en la cultura judía, explica la profesora Hayes: porque hace hincapié en la responsabilidad personal y colectiva, librando a Dios de culpas. Dios y la justicia universal quedan intactos: el mal es consecuencia directa de las acciones humanas. Pero si estas acciones son justas y virtuosas, el resultado será beneficioso. Por tanto, el éxito y el bien están en nuestras manos.

Tres sabidurías


Christine Hayes destaca tres tipos de sabiduría en los Proverbios.

La primera es una sabiduría práctica, la tradición del clan, que sirve para la vida cotidiana, y que abarca todo tipo de aspectos, desde la alimentación hasta el matrimonio, la economía, las relaciones…

Más vale plato de lentejas con amor, que un buey cebado con odio (Pr 15, 17).
Nada, no vale nada, dice el comprador. Pero, habiéndose ido, se felicita a sí mismo (20, 14).
La puerta gira en su gozne, y el hombre holgazán gira en su lecho (26, 14).
Como agua fría en garganta sedienta son las buenas noticias que llegan de lejos (25, 25).
Son leales los mordiscos del que ama, y traidores los besos del que odia (27, 6).

La segunda es una sabiduría cortesana, o social, que sirve para escalar posiciones en los lugares públicos y desenvolverse con habilidad entre funcionarios, nobles y oficiales del rey.

Pon orden en tus asuntos, reúne lo que tienes en el campo y constrúyete una casa (24, 27).
El que guarda sus labios y su lengua, se guarda de problemas (21, 23).
Por falta de estrategia sucumbe el ejército; la victoria nace de la buena planificación (11, 14).
El que ama la disciplina ama el conocimiento, el que rechaza la corrección es un necio (12, 1).

Finalmente, tenemos una sabiduría existencial, que aborda las grandes cuestiones de la vida humana, las inquietudes y los misterios.

Te he indicado el camino de la sabiduría, te he encaminado por sendas rectas. Cuando camines, no vacilarán tus pasos, y si corres, no tropezarás. Aférrate a la instrucción, no la sueltes; consérvala, porque te va la vida en ello (4, 11-13).
Hay tres cosas que me desbordan y cuatro que no comprendo:
el camino del águila por el cielo, el camino de la serpiente en la roca,
el camino del barco en alta mar y el camino del hombre hacia la doncella (30, 18-19).

La mujer fuerte


En los Proverbios encontramos un hermoso final, el célebre elogio de la mujer fuerte, que tantas veces es leído y citado. Este cántico recoge un retrato ideal de la mujer de entonces.

¿Quién encontrará a una mujer ideal? Vale mucho más que las piedras preciosas.
Su marido confía plenamente en ella, pues no carecerá de nada.
Le da beneficios sin pérdidas todos los días de su vida.
Adquiere lana y lino y los trabaja con finas manos.
Es como un barco mercante que trae de lejos sus provisiones.
Se levanta cuando aún es de noche para dar el sustento a su familia.
Examina y compra tierras, y con sus propias ganancias planta viñas.
Se arremanga con decisión y trabaja con energía.
Comprueba que sus asuntos van bien, y ni de noche apaga su lámpara.
Tiende sus manos al necesitado y ofrece su ayuda al pobre.
Su casa no teme a la nieve, pues todos los suyos llevan vestidos forrados.
Se confecciona sus mantas y viste de lino y púrpura.
Su marido es reconocido en la plaza, cuando se sienta con los ancianos del lugar.
Se reviste de fuerza y dignidad y no le preocupa el mañana.
Abre su boca con sabiduría y su lengua instruye con cariño.
Sus hijos se apresuran a felicitarla y su marido hace su alabanza:
¡Hay muchas mujeres valiosas, pero tú las superas a todas!
Engañosa es la gracia y fugaz la belleza;
sólo la mujer que respeta a Yahvé es digna de alabanza.

Este cántico, no nos presenta una mujer débil o arrastrada por las circunstancias, sino una persona fuerte, emprendedora, que protege a los suyos, cuida de su hogar pero también sale de casa para sus gestiones y negocios. Es una mujer hábil, astuta, creativa y planificadora. Lejos de la mujer florero u objeto: lo más hermoso de ella no es su aspecto físico, sino su inteligencia, su integridad moral y su fortaleza interior.

Este retrato de la mujer fuerte, o virtuosa, nos deja entrever que la mujer, en la sociedad israelita, pese a vivir legalmente sometida al varón, no era considerada en absoluto como un ser inferior. La cultura de la época mantenía a las mujeres sometidas y en desigualdad legal, pero en el día a día, en el plano vital y existencial, el papel de la mujer era de primer orden, y vemos que los autores bíblicos, al menos en Proverbios, así lo reconocen. Una mujer descuidada o negligente podía ser la ruina de un hogar (y en los Proverbios encontramos muchos aforismos que así lo indican); pero una mujer fuerte y responsable era una bendición para la familia y para toda la comunidad.

Leer los Proverbios puede ser una fuente de sorpresas y de satisfacciones, por el ingenio con que están escritos, por su agudeza y sensatez, pero también por su sentido del humor y su gracia al retratar situaciones cotidianas que debían ser muy habituales. Es lo que hoy podríamos decir un auténtico manual de autoayuda que no ha perdido su vigencia. Sigue siendo un best-seller pasados más de veinticinco siglos…

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