sábado, 29 de septiembre de 2018

La Biblia y los primeros profetas


La Biblia y los primeros profetas from Montse de Paz

Características del profeta



Arraigados en la fe en Yahvé, liberador y comprometido.
A la escucha y en diálogo permanente con Dios.
Encarnados en la realidad y en la historia.
Actúan en tiempos de crisis.
Se preocupan por el pueblo y su futuro.
Unen fe y vida y llaman a los demás a hacer lo mismo.
Palabras de denuncia, anuncio y esperanza.
Realizan actos simbólicos.

Profecía oral y escrita


Los escritos proféticos fueron recogidos por sus discípulos.
Fueron recopilados, seleccionados y ordenados, con añadidos posteriores según el contexto del momento.

Podemos distinguir cuatro etapas:

Primitiva: profetas extáticos. Samuel, Elías, Eliseo.
Clásica: denunciadores y anunciadores. Amós, Oseas, Isaías, Miqueas, Sofonías, Nahum, Habacuc, Jeremías.
Exilio: reflexión y consolación. Jeremías, Ezequiel, Isaías 2.
Post-exilio: restauración y animación del judaísmo. Ageo, Zacarías, Abdías, Malaquías, Isaías 3, Joel.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Ezequiel, la regeneración

El trasfondo


La destrucción de Jerusalén, la deportación a Babilonia y el exilio fueron un evento traumático para Israel. Cualquier otro pueblo de la antigüedad hubiera perecido, definitivamente, y hubiera quedado borrado del mapa de la historia. De hecho, las tribus del reino del Norte, Israel, quedaron dispersas para siempre. Samaría nunca fue lo mismo, y en tiempos de Jesús los evangelios reflejan perfectamente esta antigua enemistad entre los judíos, que se consideraban los verdaderos servidores de Yahvé, y los samaritanos. Otras civilizaciones brillantes se han ido eclipsando y no ha sido hasta tiempos recientes que han salido a la luz, tras las excavaciones arqueológicas y el trabajo concienzudo de los académicos. La Biblia recoge la existencia de muchos pueblos perdidos. En cambio, el más pequeño e insignificante de los pueblos, Israel, ha sobrevivido hasta hoy. El secreto de esta pervivencia hay que buscarlo en estos hombres que marcharon al exilio sin perder la fe, en la tarea callada y perseverante de un grupo de líderes, sacerdotes, profetas, sabios, que sacaron fuerzas de flaqueza y convirtieron el desastre en la oportunidad para reinventarse y reforzar su identidad en medio de una civilización distinta, la rica cultura babilónica.

El profeta Ezequiel, pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

Entre ellos encontramos a Ezequiel. El profeta Ezequiel escribe desde el exilio y está muy ligado a la llamada escuela sacerdotal, el grupo que compiló las tradiciones anteriores, redactó el inicio del Génesis (el gran himno de la Creación) y se ocupó de la edición final de la Torá. El mismo Ezequiel era sacerdote, conocía muy bien Jerusalén y el templo y esto se refleja en su obra.

Ezequiel es un profeta que, por carácter, podríamos llamar místico, pues experimenta éxtasis y visiones extraordinarias. Pero por su trabajo, es un auténtico líder que exhorta al pueblo. Como todo profeta, en su mensaje hay una parte de juicio y acusación, un primer toque de alarma y atención, y duras palabras contra la idolatría, la infidelidad y los malos pastores que pierden al pueblo (falsos profetas). Pero a continuación llega otra parte de esperanza y consuelo, una promesa de restauración y, al final, un plan completo para la reconstrucción, que incluye, al igual que se incluye en el Éxodo, instrucciones muy precisas sobre el nuevo templo, el culto al Señor y el modo de vida que ha de llevar el pueblo creyente.

Por tanto, el libro de Ezequiel abarca tres momentos de la catástrofe-oportunidad: la destrucción del reino, el exilio en Babilonia y el regreso a Jerusalén y la reconstrucción del templo (ya bajo el imperio persa).

Visión de Ezequiel, según Raphael.


La misión del profeta

Me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a la casa de Israel (a las naciones), a los rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres me han sido infieles, hasta el día de hoy. A los hijos de rostro de piedra y corazón duro yo te envío. Y les dirás: Así habla el Señor Yahvé. Tanto si te escuchan como si no, pues son una casa rebelde, sabrán que tú eres un profeta en medio de ellos. Y tú, hijo de hombre, no temas, ni te asusten sus caras, si te mueven brega y te menosprecian y tienes que vivir entre escorpiones. No tengas miedo de sus palabras ni te asusten, porque son una casa rebelde. Les llevarás mis palabras…  (Ezequiel 2, 1-7)

Como todo profeta, Ezequiel es llamado y elegido. No es él quien se autodesigna, sino que recibe una misión de Dios. Y Dios, como siempre, es muy sincero: no le promete éxito sino problemas. Le avisa de la dificultad de su tarea: va a encontrarse con un pueblo duro y con rechazo. Pero al mismo tiempo le promete estar con él. ¡No tengas miedo!

A continuación sigue otro párrafo muy conocido, donde el mensaje de Dios se presenta como alimento (Jesús utilizará una imagen semejante cuando dice que su pan es hacer la voluntad del Padre).

¡Abre la boca y come lo que te doy! Y vi cómo alargaba la mano hacia mí, con un volumen enrollado. Lo desplegó ante mí, estaba escrito por detrás y por delante, ¡lleno de lamentaciones y ayes! Me dijo: Hijo de hombre, come lo que te presentamos y ve a la casa de Israel. Me abrió la boca y me hizo comer el rollo, y me dijo: Hijo de hombre, nutre tus entrañas con este volumen que te doy. Lo comí y en la boca me supo dulce como la miel… (Ezequiel 3, 1-4)

Dios avisa al profeta una y otra vez, como vacunándolo contra el miedo a la oposición y al rechazo de los suyos: «la casa de Israel no te querrá escuchar, porque no me quiere escuchar a mí, tiene dura cerviz y el corazón de piedra. Pero yo hago tu frente tan dura como su rostro, y tu cara tan fuerte como la suya, como el diamante, más dura que una roca. No te asusten, no temas sus caras, ya que son una casa rebelde…» (Ez 3, 7-9). Y lo erige como centinela, como un pionero que debe guiar al pueblo para salvarlo del desastre y la culpa. Aunque no le escuchen, él debe intentarlo, pues de lo contrario será también su perdición. El profeta es responsable, no de las acciones del otro, pero sí de avisarlo. Tiene una misión educativa, es un despertador de conciencias:

Si yo digo al impío: Has de morir, y tú no lo avisas, para que viva, es él, el impío, que morirá por su culpa, pero es a ti a quien pediré cuentas de su sangre. Si, al contrario, tú avisas al impío y él no se convierte, este impío morirá por su mala conducta, pero tú habrás salvado tu vida… (Ez 3, 18-19).

Come de este rollo y ve a la casa de Israel...

El pecado del pueblo


En los siguientes  capítulos (4 al 16), Ezequiel hace un repaso histórico de Israel en clave teológica: es decir, se recogen todas las infidelidades religiosas del pueblo, el culto idolátrico en el templo, las abominaciones paganas cometidas, el alejamiento de Dios. Y Ezequiel, como ya lo hicieron Miqueas y otros profetas, no perdona a Israel: el reino caerá por sus pecados. El profeta se vale de imágenes y alegorías poderosas. Israel, como en otros libros de la Biblia, es comparado con una prostituta que recibirá su merecido:

Por eso, prostituta, escucha la palabra de Yahvé: porque has exhibido tu vergüenza, porque has descubierto tu desnudez, en tus prostituciones ante todos tus amantes y tus ídolos abominables, por la sangre de tus hijos que les has entregado, todos aquellos a quien has amado junto con los que has odiado, los reuniré a tu alrededor y les descubriré tu desnudez, para que la vean. Y te aplicaré las sentencias para las mujeres adúlteras y para las que derraman sangre: haré caer sobre ti la ira y los celos, te echaré en sus manos para que te arranquen el zócalo y las almenas, para que te despojen de los vestidos y te quiten las joyas, y te dejen desnuda. Harán subir contra ti a la turba, te lapidarán, te descuartizarán con sus espadas. Calarán fuego a tus casas y harán justicia de ti ante muchas mujeres… (Ez 16, 35-41)

Son imágenes duras: Israel recibe el castigo máximo por los peores crímenes que puede cometer una mujer, el adulterio, la prostitución y el sacrificio de sus propios hijos (la ofrenda de niños a los dioses era habitual en el antiguo Oriente).

Ziggurat de Babilonia. 


La culpa personal


Hay un capítulo muy interesante, el 18, que marca una diferencia con lo que afirman otros autores bíblicos, que apelan a la responsabilidad colectiva del pueblo y a su culpa generalizada. Ezequiel reconoce la culpa de la comunidad, pero también es sensible ante el sufrimiento injusto de las víctimas. Así, nos habla de una responsabilidad personal: cada cual es dueño de sus acciones y recibe lo merecido. Pero los hijos no heredan los pecados de los padres ni los padres son castigados por las faltas de sus hijos, si ellos son justos:

 Mira, todas las  vidas son mías; tanto la vida del padre como la del hijo, son mías. Quien peque, morirá. Un hombre, pues, si es justo, si practica el derecho y la justicia, no come nada con sangre, no alza la mirada hacia los ídolos de la casa de Israel, no deshonra a la esposa del prójimo, no se acerca a una mujer que tiene la regla, no hace daño a nadie, restituye las prendas que guarda de otros, no roba, da su pan al hambriento y viste al desnudo, no presta a usura, no cobra interés, aparta su mano de la injusticia, ejerce un juicio leal entre hombre y hombre, se conduce según sus leyes y costumbres, y las pone en práctica, este es un justo: ciertamente vivirá, oráculo del Señor Yahvé. Pero si  engendra un hijo violento, y este no hace todo esto […] ciertamente no vivirá. Ha cometido todas estas abominaciones, ciertamente morirá, ¡su sangre caerá sobre él! Pero si engendra un hijo que ve todos los pecados que ha cometido su padre, tiene miedo y no lo imita; […] este no morirá por las culpas de su padre, ciertamente vivirá (Ez 18, 4-20)

Vemos en estos párrafos, que se repiten cada vez, una serie de acciones que podrían resumir lo que entiende un antiguo israelita por justicia o injusticia (resuenan aquí los diez mandamientos…). El profeta continúa y defiende la posición de Dios en una especie de diálogo entre el pueblo y él mismo:

Y vosotros decís: ¿Por qué el hijo no lleva su parte en la culpa de su padre? Pero el hijo ha practicado el derecho y la justicia, ha observado todas mis leyes y las ha seguido: ciertamente, vivirá. Quien ha pecado es quien morirá; un hijo no tendrá su parte en la culpa del padre, ni un padre su parte en la culpa del hijo; al justo le será imputada su justicia, y al impío su impiedad. Pero si el impío renuncia a todos los pecados que ha cometido, observa todas mis leyes y practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. Todas las infidelidades que haya cometido no le serán tenidas en cuenta; vivirá a causa de la justicia que haya practicado. ¿Sentiría yo gusto por la muerte del impío, oráculo de Yahvé? ¿No prefiero que cambie de conducta y viva? (Ez 18, 19-23)

Vemos aquí un Dios que no es implacable, un Dios que quiere que todos vivan y cree en la redención personal, en el cambio de conducta, en la posibilidad de conversión y en el perdón. Un Dios que no se complace en la condenación y que espera un cambio.

Y vosotros decís: La manera de hacer del Señor no es justa. Escucha, pues, casa de Israel: ¿Es mi manera de hacer la que no es justa? ¿No es vuestra manera de hacer, la que no es justa? […] Por eso os juzgaré a cada cual según su manera de hacer, casa de Israel […] Convertíos, renunciad a todas vuestras infidelidades, que no haya más ocasión de pecado para vosotros […] ¿Por qué habríais de morir, casa de Israel? Yo no me  complazco por la muerte del impío, oráculo del Señor Yahvé. ¡Convertíos y vivid!  (Ez 18, 25-32)

De esta manera, Ezequiel conjura la desesperación y la tentación a sucumbir, bien al desánimo, bien a la idolatría de los dioses extranjeros. Pese a todo, Dios no ha abandonado a su pueblo, ¡hay un camino de vuelta!

Babilonia: reconstrucción de la puerta de Ishtar.

Los malos líderes y el buen pastor


Ezequiel, como ya lo hicieran Jeremías y otros, carga contra los falsos profetas que enredan a la gente con mensajes complacientes y falsos:

¡Ay de los profetas insensatos que siguen su propio espíritu sin haber visto nada! ¡Como chacales entre las ruinas son tus profetas, Israel! No habéis subido a la brecha, no habéis construido un muro ante la casa de Israel, para resistir el combate, el día de Yahvé. Tienen visiones vanas, un presagio engañoso, los que dicen: ¡Oráculo de Yahvé!, cuando Yahvé no los ha enviado, ¡y aún esperan que confirme su palabra! … Por eso di: Así habla el Señor Yahvé. Por culpa de vuestras palabras vanas y vuestras visiones engañosas, yo me declaro contra vosotros, oráculo del Señor Yahvé. Extenderé la mano sobre los profetas de las visiones vanas y las predicciones falsas: no estarán en el consejo de mi pueblo, no serán inscritos en el libro de la casa de Israel, no vendrán a la tierra de Israel, y sabrán que yo soy el Señor Yahvé. Ya que han desencaminado a mi pueblo, diciendo: ¡Paz! Cuando no había paz, y mientras él construye una muralla, ellos la revisten de cal... (Ez 13, 3-10).
Más adelante acusará a los pastores, los gobernantes y líderes que debieron proteger a su pueblo y, en cambio, lo rapiñaron y lo dejaron abandonado a su suerte. Jesús recogerá esta idea en el evangelio y relatará sus parábolas del buen pastor en contraste con los pastores asalariados que no se preocupan de sus ovejas:

Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, y diles: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a ellos mismos! Los pastores, ¿no deben apacentar a las ovejas? Vosotros os alimentáis con la leche, os vestís con la lana, habéis sacrificado las ovejas más gordas pero no habéis apacentado al rebaño. No habéis alimentado a la oveja débil, no habéis curado a la enferma, no habéis encañado a la que tenía una pata rota. No habéis orientado a la que estaba descarriada, ni habéis ido a buscar a la que se perdía. En cambio, a la que era fuerte la habéis pisoteado con dureza. Sin pastor, se han dispersado y las han devorado todas las bestias salvajes… Mi rebaño ha errado por los montes y las cimas, se ha dispersado por todo el país, sin que nadie se ocupara de él… Lo juro por mi vida, oráculo del Señor Yahvé: mi rebaño ha servido de presa y lo han devorado todas las bestias salvajes, porque no tenían pastor; los pastores no se ocupan de mi rebaño… (Ez 34, 2-8)

¿No vemos en estas líneas un paralelo con lo que sucede ahora y ha sucedido siempre con los malos gobernantes? Líderes corruptos, gobernantes que exprimen a su país y se enriquecen a costa de la pobreza de las gentes… ¡Ezequiel podría proclamar sus oráculos contra tantos, hoy!

Pero Dios no permitirá que su pueblo perezca, él mismo lo pastoreará:

Por eso, pastores, escuchad la palabra de Yahvé. Así habla Yahvé: ¡Aquí me tenéis contra los pastores! Les arrebataré mi rebaño y les impediré apacentarlo. Así, ya no se apacentarán más a ellos mismos. Les arrebataré mis ovejas de la boda y nunca más las podrán devorar. Porque así habla el Señor Yahvé: aquí me tenéis, en persona. Me ocuparé de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su ganado el día que se ve atacado, cuando las ovejas son dispersadas, así velaré yo por mis ovejas… (Ez 34, 9-12)  
Jardines de Babilonia, una de las siete maravillas del mundo antiguo.

La caída de los grandes


La injusticia no queda impune. Del capítulo 25 al 32, Ezequiel pronuncia sus oráculos contra otras naciones: Edom, Moab, Amón, Tiro, Sidón, Egipto… Todos los reinos sucumbirán, no hay poder humano que perdure siempre. Incluso el poderoso Egipto será eclipsado y se convertirá en un pequeño reino, mediocre y una sombra de lo que fue. El faraón es comparado aun gran árbol frondoso y a un cocodrilo voraz, pero también irá al país de los muertos (capítulos 30 al 32).  Si la suerte de Judá fue aciaga, no lo será menos la de otros grandes. Estos oráculos son textos vigorosos: en ellos se contrasta la opulencia y el lujo inicial de los pueblos con la pavorosa destrucción final, a manos de otros conquistadores. El profeta ofrece una visión moralizante de la caída. ¿Por qué caen los grandes? Por su arrogancia, por su injusticia y por la violencia que han ejercido sobre otros. Ahora recibirán su merecido:

Así habla el Señor Yahvé a Tiro: ¡Hala! Por el estrépito de tu caída cuando las víctimas giman, cuando la espada mate dentro de ti, las islas se conmoverán. Todos los príncipes del mar bajarán de sus tronos, depositarán sus mantos, se despojarán de sus prendas bordadas, se vestirán de negro, se sentarán en el suelo, temblando sin cesar, y estarán consternados por tu causa. Y entonarán sobre ti un planto y dirán: ¡Ah, cómo te has perdido, desaparecida de entre los mares, ciudad ilustre, la que era más fuerte que el mar, la que inspiraba terror a todo el continente! Ahora las islas tiemblan en el día de tu caída… (Ez 26, 15-17).
Allá está Mósoc (Túbal), con todo su aparejo fastuoso, alrededor de su sepulcro, todos incircuncisos, víctimas de la espada, porque habían sembrado el terror sobre la tierra de los vivos. Yacen con los valientes, caídos hace tiempo, que bajaron al país de los muertos con sus armas de guerra…  (Ez 32, 26-28)

La regeneración: huesos que reviven


Pero tras estos oráculos tan devastadores, el profeta arroja luz en el panorama. Israel será reconstruido, Palestina florecerá de nuevo. El desastre es visto no como una condena, sino como una purga necesaria para la regeneración. En el capítulo 37 encontramos la célebre visión de los huesos que reviven.

La mano de Yahvé se posó sobre mí, me hizo salir con el espíritu de Yahvé y me puso en medio de una llanura, una llanura inmensa cubierta de huesos humanos. Me hizo pasar a tocarlos, eran muy numerosos, cubrían toda la superficie de la llanura y todos estaban muy secos. Me dijo: Hijo de hombre, ¿revivirán estos huesos? Yo dije: Señor Yahvé, vos lo sabéis. Me dijo: Hijo de hombre, profetiza sobre estos huesos. Diles: Huesos secos, escuchad la palabra de Yahvé. Así habla el señor Yahvé a estos huesos: yo haré venir a vosotros espíritu, para que viváis. Tenderé sobre vosotros nervios, haré crecer carne sobre vosotros, tenderé piel sobre vosotros y os infundiré espíritu, y viviréis, y sabréis que yo soy Yahvé. (Ez 37, 1-6)

Visión de Ezequiel: los muertos que reviven, según F. Collantes (Museo del Prado).


Podemos imaginar la visión, un espectáculo dantesco, el llano cubierto de huesos, como un campo de batalla sembrado de cadáveres que el tiempo ha desecado… La viva imagen de la muerte más cruel. Pero el Dios de la vida puede revivir hasta lo que está más muerto:

Los vi recubiertos de nervios, la carne crecía y la piel se tendía sobre ellos: pero no había espíritu en ellos. Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dile al espíritu: Así habla el Señor Yahvé: Ven de los cuatro vientos, espíritu, sopla sobre estos muertos y que vivan. Profeticé como me ordenaba y el espíritu vino sobre ellos, y retomaron vida y se pusieron de pie; eran un ejército muy, muy grande (Ez 37, 8-10)

El espíritu, un viento llamado por Dios, insufla vida en la carne. Vemos aquí otro eco del Génesis, cuando Dios sopla sobre el barro para dar vida al hombre. La materia sola no basta para que haya vida, es necesario el espíritu. Y el espíritu viene llamado por Dios. Es una forma de decir que la vida es de Dios, y es él quien la otorga. Quien posee a Dios, posee vida. Quien se aleja de él, muere, secándose como los huesos.

Reconstrucción del templo de Jerusalén.

Reconstrucción del reino, presencia de Dios


Los siguientes capítulos, del 38 hasta el 47, final del libro de Ezequiel, nos hablan de la reconstrucción. Israel será restaurado, Jerusalén volverá a ser su capital y reconstruirán el templo, siguiendo cuidadosas instrucciones del Señor. Y entonces Yahvé volverá a habitar en él, entre su pueblo. Toda la teología de la presencia de Dios se recoge aquí.

Me hizo ir a la puerta que da a oriente, y he aquí que la gloria del Dios de Israel llegaba por la parte de oriente. Un rumor lo acompañaba, parecido al rumor de muchas aguas, y la tierra se iluminaba con su gloria. Esta visión me recordó lo que había visto cuando vino durante la destrucción de la  ciudad… Entonces caí postrado en tierra. La gloria de Yahvé entró en el templo por la puerta que da a oriente. El espíritu me levantó y me llevó al atrio interior, y vi que la gloria de Yahvé llenaba el templo… ¿Has visto el lugar de mi trono, el lugar donde poso la planta de los pies, donde residiré en medio de los israelitas para siempre? (Ez 43, 1-7)

Es la presencia de Dios la que santifica un lugar, un pueblo, una gente. Y su presencia es gloriosa (gloria significa luz, resplandor radiante). La imagen quiere transmitir de forma visual una experiencia interior, casi podríamos decir mística: experimentar la fuerza de Dios llenando un lugar, llenando un alma. El Dios de la vida que llena un templo y que está presente entre los suyos garantizará su pervivencia por los siglos. Dios en el centro de la vida y la vida convertida en una gran liturgia, traspasada de la presencia divina: este será el ideal de la escuela sacerdotal, y la enseñanza que impartirán a la comunidad en exilio.

Ezequiel en el siglo XXI


La imaginería bíblica es tan exuberante que se ha convertido en un caudal para la fantasía y la literatura de todos los tiempos. Incluso en obras contemporáneas, como la famosa saga Canción de hielo y fuego (Juego de Tronos), podemos rastrear muchas influencias bíblicas. Los famosos Otros, los muertos vivientes que aterrorizan los siete reinos, ¿no parecen una reminiscencia de los huesos secos de Ezequiel?

Sólo que, en el mundo de George R. R. Martin, el espíritu que se insufla en los muertos no es de vida, sino maligno. Reviven a otra vida que es contagiosa y que busca proliferar, como un cáncer, pero que no es vida buena, ni vida hermosa. Muchos elementos sobrenaturales de esta saga parecen versiones perversas (o pervertidas) de imágenes y parábolas bíblicas. Y en otras novelas, filmes e incluso series de anime se puede captar cómo la Biblia sigue siendo una fuente de inspiración, aunque el mensaje que se transmita sea totalmente distinto, incluso contrario al que los autores bíblicos quisieron expresar.

Pero los lectores de hoy, incluso los curiosos de la Biblia que no son creyentes, ¿cómo podemos leer a Ezequiel? Además de apreciar su valor literario y sus imágenes audaces, ¿qué hay de su mensaje? ¿Conserva su vigencia? ¿Tienen esto textos algo que decirnos hoy? 

Un pueblo infiel que cae estrepitosamente, es arrasado, deportado, exiliado… se rehace y se recupera. Israel podemos ser todos nosotros.

Todos somos Israel cuando dejamos de ser fieles, no sólo a Dios, sino a nosotros mismos. Si la voluntad de Dios es la gloria del hombre, si lo que Dios desea es que cada persona florezca y prospere, ¿qué sucede a nuestro alrededor? Vemos que muchos no florecen. Nosotros mismos podemos estar dejando de ser todo cuanto podemos ser. Podemos ser infieles a nosotros mismos, faltos de autenticidad por falta de valor, por desidia, por inconsciencia. Cuando nuestra vida no tiene sentido, cuando hemos perdido la razón de vivir, cuando estamos desorientados y no sabemos hacia dónde ir somos como este Israel descarriado, perdido y aplastado, a merced de la voluntad y el poder de otros. Cuando dejamos de hacer lo que hemos venido a hacer en este mundo, nos volvemos así: sometidos a influencias y haciendo lo que otros quieren, y no lo que en el fondo desearíamos hacer. Y esto es como morir en vida. Todos somos huesos secos andantes cuando dejamos que el espíritu se vaya, cuando dejamos de ser auténticos y de luchar por lo que anhela nuestro corazón. Todos somos cadáveres vivientes cuando dejamos de amar y de ser fieles a lo que nos constituye más hondamente.

Y somos responsables. Nuestro “castigo” es una consecuencia de nuestros actos. Pero ¡atención! Hay esperanza. Podemos retornar al camino justo. Podemos rectificar, podemos cambiar. Nuestros huesos secos pueden revivir. Este es, creo, el mensaje más profundo y motivador que nos transmite Ezequiel. Hayamos pasado lo que hayamos pasado, tenemos una nueva oportunidad. Podemos restaurarnos. Somos nosotros quienes invocamos al espíritu de vida para que venga a llenarnos. Lo que hacemos puede traer la muerte, pero también puede resucitarnos. Está en nuestras manos.

Vemos, así, que aunque Dios está en el centro de la predicación del profeta, el hombre no pierde su protagonismo. Él también está en el centro, y su vida es su responsabilidad. Su vida y la de sus semejantes. Dios sólo nos pedirá cuentas de lo que hemos hecho con todo lo que nos ha dado. Que es, finalmente, todo cuanto somos y tenemos. El poder de dar la  vida es de Dios, pero la libertad de utilizarla como queramos es nuestra, y eso también nos hace poderosos. El mensaje de Ezequiel, como el de la escuela sacerdotal, finalmente, es un recordatorio de nuestro poder personal, un canto al libre albedrío y una apelación a nuestra responsabilidad.

sábado, 8 de septiembre de 2018

Sofonías y Nahum: el Dies Irae


Debemos situarnos en el contexto en que vivieron estos profetas para comprender el alcance de su mensaje y establecer analogías. Israel se ha dividido en dos reinos. Tanto el del Norte como el del Sur se debaten en medio de las disputas entre las grandes potencias: Asiria, Egipto, Babilonia. Israel, el reino del norte, cae por fin y es absorbido por los asirios, siendo buena parte de su población deportada y la tierra repoblada con gentes venidas de Siria y otros pueblos.

Asurbanipal cazando leones.

En el año 633 muere Asurbanipal, el hombre fuerte que había dominado la escena en Oriente Medio. En el sur de Mesopotamia, los babilonios empiezan a subir como poder emergente. Se acerca el fin de la hegemonía asiria y los reyes de Judá, el reino del Sur, sueñan con sacudirse el yugo asirio… Mientras tanto, ¿qué sucede adentro? Como ya he comentado en otros capítulos, la situación del pueblo es muy diversa. Unas élites medran a la sombra del templo y del palacio real; un ejército es mantenido a expensas de los tributos, y el pueblo sobrevive como puede, cultivando la tierra y con la artesanía y el comercio. Muchas familias empobrecidas se endeudan con los ricos y acaban pagando con sus vidas una deuda que no cesa de crecer: se convierten en esclavos, y sus condiciones de vida empeoran. Otros, los huérfanos y las viudas, viven de la mendicidad en la más absoluta pobreza.

Este panorama no era exclusivo del reino de Judá, pobres siempre los hubo en todas partes, y la esclavitud era una práctica habitual en todos los países. Pero quizás lo original y destacado del profetismo de Israel es que denuncia esta situación, colocándose claramente, no del lado de los poderosos, sino de los pobres y explotados. Quizás porque Israel como comunidad había sufrido a manos de otros reinos, la sensibilidad social y el sentido humanitario de los profetas era muy fuerte.

Pero el mensaje profético no se limitaba a denunciar la injusticia, sino a ofrecer una visión distinta del panorama internacional. Como señalan algunos teólogos, los profetas no son analistas políticos ni entran en el juego de poder, mostrándose partidarios de unos u otros. Su visión de la política es teológica. Ven el mundo desde Dios, y con esta visión pueden contemplar con sobrecogedora lucidez los acontecimientos.

Sofonías y Nahúm nos ofrecen dos visiones en este sentido: sus escritos son oráculos sobre la destrucción y la caída de los imperios. Pero no se limitan a divulgar un anuncio catastrofista. El mensaje que se extrae a consecuencia es de conversión, de cambio de vida. Las cosas están así: ¿qué hacemos nosotros? Los grandes del mundo caen. ¿En quién pondremos la confianza?

Sofonías


El trasfondo histórico


Sofonías predicó posiblemente después del reinado de Ezequías, un rey diplomático que pactó con Asiria para evitar la devastación y constructor que engrandeció Jerusalén, fortificando sus murallas y construyendo túneles para abastecer la ciudad de agua en caso de asedio. Parece que este rey quiso emprender una reforma religiosa, depurando el culto del templo, a instancias del profeta Isaías y otros. Pero a su muerte lo sucedió su hijo Manasés, que siguió otra política muy diferente, de tolerancia de los cultos paganos de todo tipo. Manasés cayó prisionero de los asirios y luego fue liberado, con lo cual su reinado fue relativamente largo (697-642 a.C.). Lo sucedió muy brevemente su hijo Amón, que sólo reinó dos años y, a su muerte, el hijo de este, Josías, siendo todavía niño. Josías fue el que emprendió la gran reforma del templo y el culto a Yahvé, posiblemente motivado por profetas como Sofonías y Jeremías.

El rey Asurbanipal, a caballo.

El día del Señor


Sofonías predice la caída y destrucción del imperio asirio. Pero su mensaje no es de euforia nacionalista, sino una llamada urgente a la conversión. Después de Asiria, Jerusalén también caerá, y esto debió sonar como una ducha de agua fría ante sus oyentes. Sofonías habla del Día del Señor, el Día de la Ira, un día en que el furor del cielo caerá sobre la tierra como fuego devastador:

Se acerca el día de Yahvé, ¡el gran día! Se acerca y se da prisa. Escucha: el día de Yahvé, el día de amargura, ¡cómo gritarán de espanto los valientes! Ese día es un día de furia, día de angustia y de terror, día de destrucción y devastación, un día de tormenta y oscuridad, un día de toques de cuerno y de gritos de guerra contra las ciudades fortificadas, contra las torres. Infundiré pánico a los hombres y caminarán como ciegos, porque han pecado contra Yahvé (So 1, 14-17).

Ese día nadie se salvará. La destrucción será total y será como un gran barrido que no perdona nada ni a nadie, hasta la naturaleza será purgada:

Barreré, oráculo de Yahvé, barreré todo sobre la tierra; barreré hombres y bestias, barreré los pájaros y los peces, haré caer a los impíos, suprimiré a los pecadores de encima de la tierra, oráculo de Yahvé (So 1, 1-3).

La idolatría será también barrida:

Extenderé la mano contra Judá, contra todos los habitantes de Jerusalén; suprimiré todo lo que quede de Baal… (So 1, 4).
Moab, Amon, los filisteos, Etiopia y la poderosa asiria, todos los reinos serán condenados (capítulo 2):

También a vosotros, etíopes, os traspasará la espada de Yahvé. Él extenderá la mano contra el norte y hará desaparecer Assur. Convertirá Nínive en una gran soledad, árida como el desierto. Los rebaños se recostarán entre sus ruinas, todas las bestias del campo. Hasta el pelícano y la garza anidarán entre sus capiteles, el búho cantará en sus ventanas y el cuervo en su lindar  (So 2, 12-15).

Tampoco Jerusalén se salvará. Sofonías acusa a sus dirigentes, tanto políticos como religiosos, por avaros, codiciosos y charlatanes. Son acusaciones que podrían aplicarse a muchos líderes corruptos de hoy, incluso a sacerdotes y a gurús influyentes que manejan a las gentes como quieren:

¡Ay de la rebelde, de la impura, de la ciudad tiránica ―no escucha la voz, no aprende la lección―, que no confía en Yahvé, que se mantiene lejos de su Dios! Sus príncipes, en medio de ella, son leones que rugen; sus jueces, lobos que cazan al anochecer, que roen hasta la madrugada. Sus profetas son unos charlatanes, unos impostores; sus sacerdotes profanan las cosas santas, abusan de la ley (So 3, 1-4).

La consecuencia será aterradora. Nada de elección ni predilección para los hijos de Israel. Como no han aprendido la lección, serán arrasados, como el resto del mundo:

Ni su plata ni su oro les podrán salvar el día del furor de Yahvé, en el fuego de sus celos. Toda la tierra será devorada, porque él la limpiará, sí, hará una gran purga de todos los habitantes de la tierra (So 1, 18).

El panorama es desolador. Sin embargo, Sofonías no acaba con un mensaje de condena total. La catástrofe no será una crueldad inicua, sino una tremenda lección para que el pueblo se renueve y se convierta. Como un nuevo diluvio, la guerra y la destrucción precederán a una nueva creación, una sociedad renovada, una Jerusalén nueva y gozosa:

Grita de gozo, hija de Sión, clama de alegría, Jerusalén. ¡Alégrate, exulta de todo corazón, hija de Israel! Yahvé ha alejado de ti a los que te maltrataban, hemos hecho huir a tu enemigo; Yahvé reina en medio de ti, no verás más desgracias. Ese día dirán a Jerusalén: No tengas miedo, Jerusalén, no desfallezcas. Yahvé, tu Dios, está en medio de ti, un paladín que da la victoria, que se alegra por ti con un cántico gozoso… (So 3, 14-17)

¿Cómo entender hoy este mensaje? Al anuncio de la calamidad sigue el de la renovación. Al castigo sigue la reparación. A la lección dura sigue una alegría exultante, la alegría del corazón renovado y sabio. Tras la tormenta purificadora, la calma del campo que reverdece y brota en miles de flores. Este mensaje final aporta la paz y la esperanza necesarias, la motivación para emprender un cambio.

La pedagogía del profeta Sofonías es rotunda. Primero provoca la alarma y el espanto; después motiva con imágenes de gozo y prosperidad. ¿Es un método antiguo o radical? Quizás, pero funciona. A veces las personas no reaccionamos si no vemos los dientes al lobo, por así decir. Vivimos tan ensimismados que necesitamos un toque de atención poderoso que nos saque del letargo. Hoy podríamos decir que muchos modernos profetas nos alertan sobre el peligro del cambio climático, la deriva violenta de nuestros gobernantes y la crueldad de los magnates de la economía y las finanzas que mueven el mundo. Todo esto acabará mal, nos dicen. Parece que el Dies irae está bien próximo. Pero no podemos quedarnos en el miedo. El miedo es un poderoso despertador de conciencias, pero también puede paralizarnos en la impotencia. Hoy son muchos los mensajes de alerta que corren por los medios de comunicación, la prensa alternativa y las redes sociales. Pero ¿van acompañados de algún mensaje de esperanza? ¿Ofrecen alternativas? ¿Motivan al cambio personal y social?


Nahúm: La caída de Nínive


Nínive era la capital del imperio asirio. Nínive era la esplendorosa, la ciudad invencible, el símbolo del poder humano. Nínive, en el siglo VIII a.C., era  la Roma del Renacimiento, o la Nueva York de nuestros días. La caída de Nínive significaba el derrumbe de todo un mundo, de una civilización.

La ciudad fue asediada por medos y babilonios y finalmente tomada en el 612 a.C. Los ejércitos invasores la arrasaron y jamás volvió a recuperarse. Siglos más tarde, muchos ni siquiera conservaban memoria de ella.

Reconstrucción de la ciudad de Nínive, con sus canales, palacios y templos.


Pero a los ojos de los israelitas, oprimidos por asiria, era una buena noticia. El enemigo no es todopoderoso, el enemigo no es invencible. Hay alguien más fuerte. Los imperios opresores no duran por siempre. El mal no es imperecedero… aunque caiga a manos de otro mal, igual o peor que el anterior.

¡Ay, maleza plagada de leones, es de ti de donde ha salido el que trama el mal contra Yahvé…! Yahvé ha dado una orden sobre ti: Suprimiré de la casa de tu padre las imágenes esculpidas y fundidas, devastaré tu sepulcro. El destructor ha subido ante ti, monta la guardia, vigila el camino, cíñete fuerte, ¡tensa todas tus fuerzas! El escudo de sus paladines rojea en la distancia, sus espadas son como el fuego; los hombres de la tropa visten de púrpura el día que se alinean…

Reconstrucción de la puerta de Nergal, en Nínive.


La visión de la caída de Nínive del profeta Nahum es un poema estremecedor. Las imágenes bélicas se suceden con enorme plasticidad. Nínive es comparada con una prostituta, una mujer experta en seducción y engaños, que acaba siendo deshonrada. Es otra imagen de duro contraste que no deja al lector indiferente:

¡Ay de Nínive, la ciudad sanguinaria, mentirosa, llena de matanzas y de pillaje, de rapiña interminable! Escucha: látigos y chirriar de ruedas, caballos que galopan, carros de guerra que saltan, caballeros que encabritan sus monturas. Llamas de espadas, relámpagos de venablos, víctimas en masa, montones de muertos, sin fin; tropiezan con los cadáveres. Por tantas prostituciones de la bella, experta en hechizos, la que enredaba a naciones enteras con sus prostituciones, y a los pueblos con sus encantos. Aquí me tienes contra ti, oráculo de Yahvé… Haré ver tu desnudez a las naciones, y a los reinos tu ignominia. Echaré inmundicias sobre ti, te deshonraré… Entonces cualquiera que te vea huirá de ti, dirá: Nínive está devastada, ¿quién se apenará por ello? (So 3, 1-7)

 El dominador ha sido dominado, el destructor ha sido destruido. La salvaje alegría nos puede chocar, por su tono vengativo:

Todos los que oyen hablar de tu ruina aplauden, contentos, porque ¿sobre quién no ha caído tu maldad, sin tregua? (Na 3, 19).

Murallas de Nínive.

Nahum ve esta caída como un castigo divino por los crímenes y abusos cometidos por Asiria. Da un contenido teológico y moral al desastre y la conclusión a extraer podría ser esta: ningún imperio humano resiste el paso del tiempo. Quien mata violentamente, morirá a manos de otro. Quien oprime recibirá su castigo y los oprimidos se tomarán su revancha. Sin duda, Nahum recogía un sentimiento general en el pueblo, algo muy natural cuando se ha sufrido mucho. Pero el profeta va más allá de lo psicológico y hace una lectura teológica: Dios es quien orquesta todo esto, Dios es Señor de la historia y no hay nada que esté fuera de su control. De alguna manera, lo ocurrido con Nínive es un recordatorio. Ningún rey, ningún emperador, puede compararse a Dios, porque un día perecerá.

¿Qué idea os hacéis de Yahvé, Dios celoso, capaz de entrar en cólera? Yahvé se venga de sus contrarios, guarda rencor a sus enemigos. Para él son simples zarzas entrelazadas. Siendo muchos, caerán destrozados, se consumirán como la paja seca… (Na 1, 9-10)

Esta imagen del Dios justiciero que exhibe su poder con furia nos resulta alejada del Dios misericordioso del cristianismo. No deja de ser una expresión del sentimiento de un pueblo oprimido ante la caída de su opresor.

Dies Irae: una recreación del Día del Señor, por Gustave Doré.


La lectura de estos dos profetas nos puede dejar en un estado de catarsis: hemos presenciado guerras, destrucciones, muerte y devastación. Pero al mismo tiempo, vemos que una semilla brota de entre las cenizas. Es la semilla que contiene una vida poderosa, que viene de Dios. El mensaje final es de esperanza, pero también de alerta. No os fiéis de los poderes humanos. No caigáis en el pánico ante la tiranía, pero tampoco en la seducción de la opulencia. Hoy diríamos: ni miedo ante los poderes invisibles que mueven los hilos del mundo, ni complacencia consumista y conformista, esa actitud de ir viviendo al día sin preocuparnos de más que de nuestros asuntos. Los profetas nos recuerdan: sólo podéis fiaros de Dios, el único poder que no perece. Siendo fieles a él, sobreviviréis. Y algo más que sobrevivir: resurgiréis como las flores entre las ruinas.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Jeremías, el imbatible

La historia del profeta Jeremías merece una novela o una película. De hecho, hay un film, que yo sepa, que se puede visionar en YouTube. La película tiene sus aciertos y sus flojeras, pero en general es entretenida, está bien ambientada y resalta aspectos interesantes y muy humanos del profeta.

El pastor y teólogo Eugene Peterson ha escrito un libro fascinante sobre el profeta Jeremías. Se titula Corriendo con los caballos (Run with the horses) y en él hace un recorrido por las diferentes etapas de la vida del profeta, su significado y su mensaje actualizado para el lector de hoy. Recomiendo vivamente su lectura. En esta entrada tomaré muchas de sus ideas y seguiré en parte el hilo conductor de su libro.

El libro de Jeremías es el segundo más extenso, entre los libros proféticos de la Biblia. Lo primero que nos topamos es que no sigue un orden cronológico, algo típico en estos escritos bíblicos, sino que va alternando oráculos, fragmentos biográficos, episodios diversos y algunos capítulos más íntimos, como los llamados de las confesiones. Pero de todo el conjunto podemos extraer la historia de un hombre fiel a su vocación, que jamás se rindió, y que luchó por transmitir un mensaje de Dios, con creatividad y audacia. Jeremías vivió una breve época de bonanza, como parte del grupo sacerdotal vinculado al templo de Jerusalén, pero después conoció la persecución, la tortura y la cárcel. Conoció la paz de los inicios del reinado de Josías y la guerra durante el reinado de sus sucesores. Finalmente, vivió el gran desastre que hundió a su pueblo: la invasión babilónica bajo Nabucodonosor, la destrucción de Jerusalén, el exilio de sus élites y un interregno conflictivo, al final del cual un grupo de rebeldes huyó a Egipto, llevándose con ellos al profeta.

Veamos a grandes trazos su vida y su mensaje.

Llamado por Dios


Jeremías vivió en la época de los últimos reyes de Judá, el reino del sur. Era hijo de Helcías, un sacerdote que servía en el templo de Jerusalén. Nació en Anatot, un pueblecito cerca de la capital. Helcías vivió de lleno la espléndida reforma del rey Josías, que regeneró el culto en el templo y barrió con el politeísmo cananeo. Educó a su hijo para que fuera un buen sacerdote y él se aplicó mucho. Pero este muchacho tenía algo diferente a los demás. Quizás, en sus momentos solitarios de oración, descubrió que Dios no sólo está en el templo, sino dentro de uno mismo, en lo más hondo del corazón. Y este Dios íntimo, a veces, da sorpresas inesperadas.

Antes de formarte en el vientre de tu madre te he conocido, y antes de que salieras del seno te he apartado para mí; Eres mío, y yo te designo como profeta ante las naciones (Jeremías 1, 5).

A Jeremías le sucedió como a Moisés ante la zarza ardiendo. ¡Tuvo miedo! Señor, le dijo a Dios, sólo soy un muchacho ignorante, no sé hablar, no soy quién… Dios le respondió lo que suele responder a todos los llamados temerosos:

No digas: soy un muchacho. Porque irás a todos a quienes te enviaré y les dirás todo cuanto te ordene. No tengas miedo, porque yo estoy contigo para liberarte, oráculo de Yahvé (Jeremías 1, 7-8).

Jeremías, desde aquel día, se convirtió en un hombre audaz. Y empezó a anunciar lo que Dios le comunicaba.

La llamada «desde el vientre de la madre» tiene una connotación especial. Repasando su vida, las personas vocacionadas tienen la impresión de que todo en el universo se ha confabulado para que su vida fuera así, para que se diera la llamada y siguieran cierto camino. No existen las casualidades, decimos… En realidad, lo que sucede es que Dios está fuera del espacio y del tiempo, para él todo es un eterno presente y todo, pasado, presente y futuro, está ante él. Pero nuestra vida se desarrolla en el tiempo. No sabemos lo que sucederá mañana, de modo que las decisiones que tomamos hoy son fruto de nuestra libertad. Sólo con el paso del tiempo vamos descubriendo el significado hondo de nuestra vida y encontramos sentido a todo lo que nos sucede. Nuestra llamada y nuestra respuesta «están escritas» en el cielo, por así decir.

El profeta denuncia la inutilidad de los sacrificios y un culto superficial.


Contra la hipocresía


«No creáis una sola palabra», así titula Eugene H. Peterson el capítulo de su libro referente a la primera predicación rebelde del profeta. Jeremías participa fervientemente en la reforma de Josías, la gran limpieza y purificación del templo de todo ídolo pagano, el restablecimiento del culto al único Dios, el Dios de los padres del desierto, el Dios liberador del Éxodo, el Dios celoso y amante que pide fidelidad. Y el pueblo se entusiasma ante el brillo y la esplendidez de las grandes ceremonias públicas…

La palabra de Dios fue dirigida a Jeremías: Estate en las puertas del templo de Dios y proclama este mensaje. Di: Escucha, pueblo de Judá, que entras por estas puertas para adorar a Dios. Así habla el Dios de los ejércitos, el Dios de Israel: Limpia tus actos, la forma en que vives, todo cuanto haces, para que pueda habitar en este lugar. No creas ni un minuto las mentiras que aquí se pronuncian: ¡Este es el templo de Dios! ¡El templo de Dios! ¡El templo de Dios! (Jeremías 7, 1-4)

Jeremías contemplaba las multitudes que se agolpaban en el templo, las colas de fieles, los cientos de animales que traían para los sacrificios, las cantidades de oro y monedas de las ofrendas, los cánticos… ¿Era esto lo que Dios quería? ¿Había una fe auténtica? ¿O era todo fachada? Jeremías se da cuenta de algo que ha sucedido en todas las épocas de la Iglesia. El apogeo es el preludio de una caída. Todo ese fasto es superficial. Hay mucho culto y mucho movimiento, pero poca sinceridad de corazón. Se ha caído en una religiosidad social, política y ritualista, pero carente de profundidad.

Dios modelará a su pueblo como el alfarero, y hará de él una nación nueva.


El vaso de arcilla


Dios dijo a Jeremías: «¡Levántate! Ve a casa del alfarero. Cuando estés allí, te diré lo que tengo que decir». Así que fui a casa del alfarero, y el alfarero estaba allí, trabajando en su torno. Cuando la vasija se deformaba, como a veces sucede, el artesano simplemente comenzaba de nuevo, utilizando la misma arcilla para fabricar otro vaso (Jeremías 18, 1-4).

Como otros profetas, Jeremías utilizó imágenes simbólicas para expresar el mensaje que Dios quería transmitir a su pueblo. Somos barro y Dios es nuestro alfarero. Por mucho que nos equivoquemos, o cometamos males, Dios siempre puede renovarnos y hacer de nosotros una persona nueva. Jeremías pensó que Dios haría lo mismo con Israel: su pueblo se había torcido y tenía grietas por todas partes. Pero Dios lo tomaría, amorosamente, como la arcilla húmeda, y volvería a modelar un pueblo fiel y auténtico.

Jeremías se enfrentó a su primer dilema. Podía seguir la corriente, contentándose con ser un sacerdote discreto y viviendo cómodamente del dinero que recibía el templo, o llamaba la atención de la gente, alertando contra una religiosidad hipócrita.

Y Jeremías eligió. Desde el patio del templo comenzó a hablar a las gentes, diciendo: ¡No os creáis todas estas mentiras! Tanta ofrenda, tanto animal sacrificado, tantos rezos… Si no cambiáis vuestro corazón, ¡no sirve de nada! Si no os enamoráis de Dios y no obráis bien con vuestros hermanos, toda esta parafernalia no sirve de nada.

La predicación de Jeremías contra todo este fasto, lógicamente, resultó muy impopular. Era molesto para las autoridades del templo, molesto para el rey y sus funcionarios y antipático para las gentes que acudían a adorar.

Jeremías en el yugo, como símbolo del pueblo sometido a Babilonia.

El rechazo y la soledad


El rey Josías murió en la batalla de Megiddo, combatiendo a Egipto. Su hijo y sucesor, el reyJoaquín, no era como él y se dejaba influenciar por unos y otros. La reforma de Josías se debilitó y el pueblo volvió a los cultos paganos. El templo volvió a ser un centro sincrético donde florecía el culto a toda clase de dioses.

¿Ha cambiado de  dioses alguna nación? ¡Y ellos no son dioses! Pero mi pueblo ha cambiado la Gloria por la Inutilidad. Los cielos se horrorizan ante esto y se les hiela la sangre, oráculo de Yahvé. Porque es un doble mal el que ha cometido mi pueblo: me han abandonado a mí, la fuente de agua viva, y se han excavado cisternas agrietadas que no retienen el agua (Jr 2, 11-13).

Jeremías denunció la infidelidad religiosa con oráculos encendidos y predijo las calamidades que azotarían al pueblo:

¿No tiene la culpa de esto que te ocurre el hecho de que hayas abandonado a tu Dios?... ¡Tu mal te corregirá! Sí, reconoce y mira cuán amargo es para ti abandonar a tu Dios! Pero mi terror ya no te impone, oráculo de Yahvé, porque hace tiempo que rompiste tu yugo… Has dicho: ¡No quiero servirte! (Jr 2, 17. 19)

También anunció que desde el norte vendría un gran desastre para el reino, la futura invasión de los babilonios, que un observador avisado y atento a los movimientos políticos de su entorno podía prever:

Anunciadlo en Judá, hacedlo oír en Jerusalén y decid: Sonad el cuerno en todo el país, gritad a pleno pulmón. ¡Reuníos, retirémonos a las ciudades fortificadas! … Ceñíos de saco, gemid y lamentaos: ¡La ira ardiente de Yahvé no se ha apartado de nosotros! Aquel día, oráculo de Yahvé, el corazón del rey y los príncipes desfallecerá, los sacerdotes quedarán aterrados y los profetas angustiados, y dirán: ¡Ah, Señor Yahvé, habéis engañado a este pueblo y a Jerusalén, cuando decíais: Tendréis paz, ¡cuando la espada ha atravesado hasta el alma! … Hete aquí que asciende como las nubes, sus carros son como el huracán. Sus caballos corren más ligeros que las águilas: ¡Ay de nosotros, estamos perdidos!  (Jr 4, 5. 8-10. 13)

Los mensajes catastróficos no gustan, ni al pueblo ni a los gobernantes. Cuando las cosas parecen ir bien, y cuando las gentes encuentran un punto de comodidad, las amenazas resultan incómodas y la tendencia es a rechazarlas. Jeremías conocería este rechazo, y el castigo no se hizo esperar.

Jeremías en el cepo, sometido a vergüenza pública por orden de Fashur.


Había un sacerdote muy popular, responsable del templo. Se llamaba Fashur, y era lo que hoy se diría un gurú mediático. Siempre hablaba un lenguaje «positivo», animando a la gente y halagando a sus conciencias. Todos lo escuchaban complacidos y sus discursos eran aplaudidos por todos. Jeremías era una piedra en su zapato. De tal modo que, un día, mandó a los guardias del templo que lo apresaran, lo apalearan y lo pasearan por las calles, atado a un yugo, para exponerlo a la vergüenza pública.

El sacerdote Fashur, hijo de Emmer, era el prefecto del templo de Yahvé. Oyó que Jeremías profetizaba estas palabras. Fashur hizo azotar a Jeremías y le hizo sujetar el cuello a la argolla que había en la puerta superior de Benjamín, en la entrada del templo de Yahvé. Al día siguiente Fashur lo hizo soltar. Jeremías le dijo: «Dios tiene un nuevo nombre para ti: ya no te llama Fashur, sino Terror-a-tu-alrededor» (Jr 20, 1-3)

Como se puede ver, Jeremías no quedó intimidado por el castigo, y tampoco esta injusticia pudo sellar su boca.

El silencio de Dios


Pero el profeta no era de piedra. Era humano, y también vivió una etapa de profunda crisis. El rechazo, la cárcel que sufrió más tarde y la soledad que experimentó le hicieron tocar hondo. Rezó y clamó al cielo. ¿Dónde estaba Dios? ¿Había abandonado a su pueblo? ¿Lo había abandonado a él? En ese silencio interior, un silencio terrible, de soledad y dudas, Jeremías tuvo otra tentación. Podía olvidarse de sus profecías y volver a ser un sacerdote normal y corriente, dócil a la corriente oficial. Más le valía no complicarse la vida. Las llamadas confesiones de Jeremías son textos muy íntimos, que nos revelan la interioridad del hombre, sus dudas, su dolor y sus reproches a Dios:

¡Ay de mí, madre, porque me has engendrado para acusar y encausar al país! No he prestado, ni me han prestado a mí, ¡y todos me maldicen! Amén, Yahvé, si he faltado en algo, si no te he insistido en tiempos de desgracia y de apuro, a favor del enemigo. ¿Acaso mi brazo es de hierro y mi cabeza de bronce?... Bien lo sabes, Yahvé, ¡acuérdate de mí y cuida de mí! ¡Véngate de quienes me persiguen, no seas tan paciente! Por ti soporto el oprobio de quienes desprecian tu palabra. No dejes a ninguno, y que sea mi gozo, la alegría de mi corazón, el hecho de llevar tu nombre, Yahvé Sabaot. Jamás he podido sentarme a reír con los que ríen; por presión de tu mano he tenido que sentarme solo, porque me habías llenado de indignación. ¿Por qué mi dolor es continuo y mi herida no se cura? ¡Eres para mí un arroyo traicionero, un agua de la que no se puede fiar! (Jr 15, 10-18)

Jeremías se queja de la amargura de su misión. Ya le gustaría sentarse con los sacerdotes y profetas complacientes, reír con ellos y compartir su mensaje de falso optimismo. Decir la verdad de Dios le ha comportado soledad y desprecio. Humanamente, ¿quién puede desear este destino?

Pero en su oración desesperada y sincera, Jeremías recibe respuesta:

Si vuelves, te dejaré volver; podrás retomar mi servicio y, si extraes lo que es precioso y lo separas de lo vil, serás como mi boca. Son ellos quienes tendrán que volverse hacia ti, pero tú no tendrás que girarte hacia ellos. Entonces haré de ti, para este pueblo, una muralla inexpugnable, y cuando te declaren la guerra, no te podrán vencer. Porque yo estoy contigo, para socorrerte y para liberarte, oráculo de Yahvé, y te rescataré de la mano de los malos, de las zarpas de los déspotas (Jr 15, 19-21).

Jeremías eligió seguir confiando. Pese a sentir la soledad y la lejanía de Dios, continuó amando. Y continuó incansable su tarea profética.

Baruc lee las profecías de su maestro.


Baruc, el ayudante


Los grandes hombres nunca están solos del todo. Con los enemigos, también aparecen los amigos fieles. Quizás pocos, pero muy leales. Jeremías llamó a su lado a Baruc, un joven escriba, para que fuera su ayudante y escribiera todo lo que Dios le comunicaba.

Jeremías recibió este mensaje de Dios: Toma un rollo y escribe todo lo que te he dicho sobre Israel y Judá y los otros pueblos desde el primer día que comencé a hablarte, en tiempos de Josías hasta hoy. Quizás al oírte la comunidad de Judá finalmente entenderá la catástrofe que estoy planeando para ella y se convertirá de sus malas obras, y me dejará perdonar su maldad y su pecado. Jeremías llamó a Baruc, hijo de Nerías. Jeremías le dictó y Baruc escribió en un rollo todo cuanto Dios le había dicho ( Jr 36, 1-4).

Baruc fue recopilando los oráculos de Jeremías. Fue su gran discípulo, y autor del libro que lleva su nombre. Baruc también se convirtió en el portavoz de su maestro en los tiempos en que este guardó silencio en público. Jeremías pidió a Baruc que leyera, en el templo, un rollo sobre los mandamientos de Dios a su pueblo. Era un escrito muy exigente y lleno de amenazas. Los dignatarios de la corte que lo oyeron quedaron impresionados, aconsejaron a Baruc que él y su maestro se ocultaran y luego informaron al rey. El rey Joaquín escuchó una lectura del rollo de Jeremías. Después se burló y lo hizo quemar.

El final del rey Joaquín fue trágico. Convertido en un vasallo de Nabucodonosor, se rebeló contra los babilonios y estos enviaron un ejército a Judá para castigarlo. El rey fue asesinado durante el asedio a Jerusalén y su cuerpo fue arrojado fuera de las murallas. Lo sucedió su tío Sedecías, otro hijo del rey Josías, que aceptó pagar tributos a Babilonia a cambio de la paz.  

Nabucodonosor II contempla su gran obra, la opulenta ciudad de Babilonia.


Ante el desastre


Sedecías fue otro rey títere, influenciado por unos y otros, cuyo reinado acabó en catástrofe. Escuchó a profetas como Hananías, partidario de rebelarse contra los babilonios, pero también a Jeremías, que le aconsejó lo contrario, si quería evitar la ruina. El rey acabó aliándose alió con Egipto para sacudirse el yugo. Nabucodonosor invadió Judá con sus tropas, pero tuvo que marchar pronto para hacer frente al faraón en Egipto. Su marcha temporal alentó las esperanzas de los israelitas. Algunos grupos empezaron a conspirar para rebelarse y liberarse de los babilonios. Jeremías los avisó: no os rebeléis, porque ellos son más poderosos y os van a aplastar. Volved a Dios, confiad en él y vivid con honradez. No caigáis en la violencia ni en el engaño. Entonces fue acusado de derrotista y cómplice del enemigo. Fue arrojado a un pozo y luego metido en la cárcel. Pero un eunuco jefe de la guardia se compadeció e intercedió por él ante el rey. Sedecías dejó que lo liberasen e incluso mantuvo algunas conversaciones con el profeta, lo cual da una muestra más de su debilidad de carácter (ver capítulo 37).

Por si fuera poco, Jeremías también quiso escribir a los judíos exiliados en Babilonia. En Babilonia algunos sacerdotes se dedicaron a sembrar el odio. Incitaban a sus compatriotas a odiar a los babilonios y les decían: mientras estáis aquí, vivid al día, no os comprometáis con nada, procurad hacer lo mínimo y no os esforcéis, porque pronto volveremos a Jerusalén. No vale la pena trabajar, ni hacerse una casa, ni formar una familia. Jeremías les envió varias cartas con un mensaje totalmente distinto.

Este es el mensaje del Señor, Dios de los ejércitos, el Dios de Israel, a todos los exiliados que he llevado de Jerusalén a Babilonia: Construid casas y haceos un hogar. Plantad jardines y comed de lo que crece en el país. Casaos y tened hijos… Construid un hogar aquí y trabajad por el bienestar del país. Rezad por la prosperidad de Babilonia. Si Babilonia prospera, vosotros prosperaréis. Sí, creedlo o no, este es el mensaje del Señor, Dios del os ejércitos, Dios de Israel. No dejéis que todos esos predicadores y sabios que pululan alrededor os engañen con sus mentiras. No prestéis atención a las fábulas que se inventan para complaceros. Son un puñado de mentirosos que esparcen embustes ¡y todavía claman que yo les he enviado! Jamás los envié, creedme. Oráculo del Señor. Esta es la palabra de Dios: cuando se cumplan setenta años en Babilonia, ni un día más ni un día menos, intervendré, cuidaré de vosotros y, tal como os prometí, os llevaré de regreso a casa. Sé lo que hago, lo tengo todo planeado. No me olvido de vosotros, no os he abandonado, tengo planes para daros el futuro que esperáis. Cuando me llaméis, cuando recéis, os escucharé. Cuando me busquéis, me encontraréis (Jr 29, 4-13).

Jeremías era realista. Tal vez tendrían que pasar muchos años en Babilonia. Les abrió la mente: todos los hombres son iguales ante Dios y, ya que estaban en el extranjero, tenían que sacar lo mejor de la vida. Jeremías les enseñó que podían ser fieles a Dios y a sí mismos en cualquier lugar del mundo. Con esto, la fidelidad a Yahvé ya no queda supeditada a un templo, a una ciudad o a un reino. La verdadera fe se aparta de los nacionalismos. Hoy diríamos: se independiza de la política. Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios. Este mensaje de Jeremías podría dirigirse a todos los emigrantes, exiliados y refugiados del mundo: no os encerréis en vuestro trauma. No alimentéis el odio al enemigo. Haceos parte del país que os acoge y vivid en él, mezclaos con sus gentes. Integración.

Nabucodonosor entra con sus tropas en Babilonia por la puerta de Ishtar.


Un campo en Anatot


Estando en la cárcel, a Jeremías se le ocurrió algo insólito. Un pariente suyo le ofreció comprar un campo de su propiedad en Anatot, su pueblo natal. Jeremías llamó a Baruc y le encargó que tomara todos sus ahorros y comprara esa finca.

¿Por qué Jeremías, en medio de una guerra y en aquella situación, decidió algo tan ilógico como invertir en un campo? Quien compra un campo es porque planea conseguir beneficios en el futuro. Quien compra un campo es porque tiene esperanza. En medio de aquella crisis terrible, Jeremías hizo una inversión de futuro para enseñar a la gente que todo desastre tiene su final, y que volverían los buenos tiempos en que vale la pena comprar fincas, construir casas y levantar negocios. Jeremías, con esta compra, dio ejemplo de esperanza, no sólo con palabras, sino con obras.

La ciudad en ruinas


Finalmente, Nabucodonosor II venció en Egipto y regresó a Judá. Arrasó la capital, depuso al rey se llevó a lo mejorcito de Israel: nobles, sacerdotes, sabios, familias enteras. Sedecías, prisionero, vio cómo los babilonios masacraban a sus propios hijos, antes de que le sacaran los ojos.

Nabucodonosor dejó en el trono a Godolías, un gobernador obediente a él, y regresó a Babilonia llevándose a los deportados. Era el año 586 a.C.: empezaba la etapa del exilio babilónico, que marcaría de forma indeleble a Israel.

En ese tiempo, Jeremías recibió una oferta tentadora desde Babilonia: acudir allí, para convertirse en un consejero de la corte real, donde sería reconocido como profeta y tratado con todos los honores y consideración que merecía. Jeremías se enfrentó otro dilema. ¿Ir al destierro, donde sería tratado como merecía y respetado hasta el fin de sus días? ¿O quedarse con sus gentes, sobreviviendo entre las ruinas de una nación arrasada?

Jeremías se quedó. Ayudando y animando a la gente que reconstruía sus casas y sus vidas. Se quedó en Jerusalén con su ayudante, el escriba Baruc. Fueron años terribles de hambre y opresión. Un grupo de rebeldes encabezados por el guerrero Johanan se enfrentó al gobernador Godolías. Una noche asaltaron el palacio, asesinaron al gobernador y ocuparon el poder.  Entonces Johanan llamó a Jeremías para pedir su consejo.

Jeremías no aplaudió la hazaña. Con violencia no arreglaréis nada, les dijo. ¿Qué esperáis que responda, el rey de Babilonia? Volverá a enviar a sus tropas y nos castigará. Ya no podemos aguantar tantas represalias… ¿No os dais cuenta?

Johanan, para evitar la venganza de los babilonios, decidió escapar a Egipto con sus guerreros y un grupo de gente. Y se llevaron con ellos a Jeremías y a Baruc, su ayudante. Esta vez Jeremías no pudo elegir. Lo obligaron.

Vista de Anatot, pueblo natal de Jeremías.


La voz incansable


Ya anciano, Jeremías acabó sus días en Egipto. Allí todo parecía más fácil. El país era fértil y rico, las leyes eran justas, la religión egipcia era alegre y festiva. Tal vez allí podría acabar sus días en paz y olvidarse de todo… Pero Jeremías no olvidó. No olvidó su llamada, no olvidó su misión ni se rindió al descanso.

Continuó comunicándose con sus gentes: las que se quedaron en Judá, las que vivían en Babilonia y las que estaban por Egipto. Y no sólo eso: Jeremías se convirtió en lo que hoy llamaríamos un activista político internacional. Empezó a enviar misivas a los gobernantes de muchos países vecinos. En todas ellas les escribía los mensajes que Dios le inspiraba. Baruc, su escriba, no descansaba.

¿Qué mensaje transmitía a las otras naciones? A todos les venía a decir dos cosas: una, que respetaran a Dios, que es el creador y el Señor del mundo. Por tanto, los reyes debían ser humildes y no creerse dioses eternos e invencibles. Hoy podían ser poderosos, pero llegaría el día en que su imperio se hundiría, como siempre ha sucedido en la historia. El segundo mensaje era una llamada a la justicia. Por respeto a Dios y a su creación, a la vida, estos reyes debían ser gobernantes íntegros, no exigir demasiados impuestos al pueblo, evitar la violencia, proteger a los pobres y hacer justicia con todos. Si los reyes obraban así, verían la prosperidad y la paz, porque Dios no es Dios de un solo pueblo, sino de todos.

Jeremías no tuvo miedo ni reparo en decir lo que creía. Por eso sus mensajes podían gustar o no gustar, pero nadie dudaba de su sinceridad.

Así pasó Jeremías los últimos años, viviendo en Egipto. Jamás se rindió y le sacó al máximo el jugo a la vida. Siguió rezando, siguió confiando, fiel a su misión hasta el final.

Nueva comunidad, nueva alianza


Cito de los apuntes de Teología cedidos por un sacerdote amigo, porque creo que resumen muy bien el mensaje final del profeta Jeremías en claves atemporales:

«Jeremías es llamado con frecuencia el profeta del individualismo. Un título dudoso, si tenemos en cuenta el individualismo de nuestra cultura occidental. Muchas veces se glorifica el duro individualismo, el águila solitaria que piensa para sí, obra con su propia fuerza y vive con una fe religiosa privada. En este sentido, Jeremías no era un individualista. Se sumergió en las profundidades de la fe personal más intensamente que cualquier otro profeta del A.T. Supo que en tiempos de tragedia, cuando todo el orden social está dislocado, una persona puede sentir con todo su ser su vinculación completa a Dios. Este tipo de fe personal está expresado maravillosamente en sus confesiones. Pero Jeremías no invocó un individualismo separado de las tradiciones de su pueblo, apartado de la comunidad de la alianza. Aún en el aislamiento, conoció que los hombres tienen acceso a Dios y experimentan la curación o salvación dentro de la comunidad. De aquí que, cuando Jeremías alzaba sus ojos al horizonte del futuro, hablara de una nueva comunidad. La más profunda hendidura de la historia del pueblo ―la trágica separación entre la casa de Israel y la de Judá― sería superada. Como en la antigua confederación tribal, aunque en un plano superior, el pueblo sería uno en su única lealtad al único Dios que les había redimido (Jr 31, 27-30).»

¿No es Efraín mi hijo predilecto, mi niño mimado? Porque cuantas veces trato de amenazarlo, me enternece su memoria, se conmueven mis entrañas y no puedo menos que compadecerme de él, dice Yahvé (Jr 31, 20).

«Estos pasajes recuerdan el mensaje de Oseas en que habla del amor de Yahvé que no dejará que su pueblo se vaya (Os 11, 8). Y como Oseas profetizó acerca del fin del reino del Norte, así Jeremías estuvo en el borde del abismo en que cayó el reino del Sur, afirmando que el amor de Yahvé, actuando a través de su juicio, daría lugar a un nuevo comienzo tanto para Israel como para Judá. Era un tiempo de desolación profunda, decía Jeremías, pero todavía será de ella salvado el pueblo (30, 7).

Esta visión de la restauración última está expresada profundamente en la profecía de la nueva alianza (31, 31-34). Esta profecía quedó impresa en la tradición profética de forma indeleble, mucho más que ninguna otra de las que pronunció Jeremías. En un momento dado, dio nombre al canon de los escritos cristianos (Nuevo Testamento significa Nueva Alianza). Como una joya tallada firmemente, esta profecía arroja luz desde varias facetas…»

Vienen días, oráculo de Yahvé, en que sellaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; no como la alianza que sellé con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, ya que fueron ellos quienes rompieron mi alianza, y yo los aborrecí, oráculo de Yahvé. Sí, esta será la alianza que sellaré con la casa de Israel después de aquellos días, oráculo de Yahvé: pondré mi ley dentro de ellos y la escribiré sobre su corazón entonces yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo (Jr 31, 31-34).

Dios sigue tendiendo una mano a la humanidad. No lo hará mediante pactos escritos o grabados en piedra. No se valdrá de leyes humanas. La verdadera alianza se dará en el corazón, y será la que transforme la realidad de otro modo. Ya no se tratará de cultos, rituales, normas y preceptos, sino de una relación profunda, una relación de amor, vivida desde la libertad. 


Arco iris sobre Anatot.