El mensaje de los autores bíblicos es claro: Dios escucha el
clamor de su pueblo, no soporta su situación de esclavitud y envía a un hombre
que liderará a las gentes y las conducirá a la libertad. En el desierto, lugar
de aprendizaje y camino, Dios sellará una alianza imperecedera con el pueblo.
Estas tres ideas fundamentan el relato del Éxodo y, en
última instancia, toda la narrativa bíblica: la libertad, la acción de Dios en la historia y la alianza.
Veremos por qué y qué consecuencias se derivan de estas tres
creencias.
Contexto histórico
Hay que distinguir el contexto histórico de los redactores
finales del texto con el del relato en sí.
El Éxodo, como el resto del Pentateuco y los libros
siguientes: Josué, Jueces, Reyes, recopila material narrativo y legal anterior,
pero fue completado en la época del exilio de Babilonia, y posiblemente algunos
fragmentos se añadieron en el post-exilio, bajo la restauración persa. El
contexto del pueblo hebreo es el de una comunidad exiliada, desposeída de su
tierra y que ha visto perecer sus instituciones clave: la monarquía y el
templo. ¿Qué le queda, como marca identitaria? La cultura, la lengua, la fe. En
el destierro, la Ley se convierte en la «patria portátil», en el referente que
mantiene unida a la comunidad y evita que se pierda la memoria.
De ahí la importancia de la Ley y del concepto de la alianza
con Dios. Pese a todo, Dios no abandona a su pueblo.
¿Hubo un éxodo de verdad?
El contexto histórico del Éxodo, la historia de Moisés y el
periplo de los israelitas por el desierto han sido objeto de estudio y
apasionados debates. Para algunos autores, los hechos narrados son puro género
literario, una invención con fines religiosos y políticos. Para otros, hay una
base real. ¿Por qué, si no, elegir como héroe liberador y líder a un personaje
de origen y nombre egipcio? Admitiendo la exageración del relato bíblico, si el
éxodo fue, en realidad, la fuga de un pequeño grupo de esclavos, es lógico
pensar que no haya pasado a la posteridad ni haya sido recogido en las fuentes
escritas. No era ninguna hazaña gloriosa del faraón que conmemorar. También es
natural que el campamento de un grupo errante no haya dejado huellas
arqueológicas. Sin embargo, un hecho que queda tan arraigado en la memoria
colectiva durante siglos, ¿no es razonable pensar que tuviera alguna base real?
Recordemos que la oración ritual en las fiestas de la cosecha, repetida
generación tras generación, el corazón
del Pentateuco y, casi podríamos decir, del Antiguo Testamento, es este: «Mi
padre era un arameo errante que bajó a Egipto […]. Los egipcios nos
maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Clamamos
entonces a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz…».
Podemos trazar un paralelo con otro gran mito de la
historia: la Ilíada. Durante siglos
los estudiosos pensaron que la guerra de Troya era una fábula, pura invención.
Hasta que un loco millonario como Schliemann, que leía con fervor religioso a
Homero, decidió ir a descubrir Troya. Fue a Turquía, inició excavaciones… y
encontró no una, sino ¡siete ciudades! ¿Hubo un hecho tal como la guerra de
Troya? Hoy podemos aventurar que, si no fue tal como la relata la Ilíada, ni por motivos tan pasionales,
es muy probable que un hecho o hechos semejantes se produjeran, en aquella
época y en aquel lugar. Schliemann dio el primer paso para descubrir una
civilización perdida y olvidada como pocas: la micénica.
En todo caso, si algo similar al éxodo ocurrió, la mayoría
de estudiosos aceptan situarlo hacia el 1250 a.C., bajo el reinado de Ramsés II.
¿Por qué?
Aparte de la Biblia no existe fuente histórica alguna ni
resto arqueológico que pueda dar evidencia de este hecho. Además, la cronología
y los datos bíblicos son confusos, inexactos y a menudo simbólicos ―como los
cuarenta años por el desierto―. Pero el estudio del contexto histórico y las
fuentes egipcias arroja datos interesantes:
· La constancia de que tribus de nómadas semitas
solían acudir a Egipto con sus rebaños en épocas de carestía, desde el s. XVIII
a.C. Se instalaban en una región del Delta del Nilo, llamada Gosén y citada en
la Biblia.
· La subida al poder de las dinastías hicsas en
Egipto, hacia el 1720 a.C. Eran gentes de origen semita que podrían haber
favorecido la inmigración de tribus afines.
· La constancia en documentos egipcios de que
había esclavos de tribus semitas empleados en las obras arquitectónicas de los
faraones.
· La fiebre constructora de Ramsés II tras sus
campañas guerreras, y la refundación de las ciudades de Pi-Ramsés y Pithom,
citadas en la Biblia.
· En el 1210, el faraón Merenptah, hijo y sucesor
de Ramsés II, emprendió una campaña de castigo en Canaán. En una estela
triunfal que hizo erigir tras la campaña se da una relación de los pueblos
vencidos. Entre ellos figura, por primera vez en la historia, y en fuentes no
hebreas, el llamado pueblo de Yisrael.
Lo cual significa que en esa época, al menos, los israelitas ya estaban
establecidos en Canaán.
La estela de Merenptah es
la primera prueba documental de la existencia de Israel, en fuente no bíblica.
Aunque la cronología bíblica sea simbólica, no deja de ser curioso echar
cuentas. Si retrocedemos atrás una generación en el tiempo, tendremos la fecha
del 1230 a.C. Si suponemos que en esa época llegaron los israelitas a la tierra
prometida y le quitamos 40 años en el desierto, nos situaremos justamente en el
1270 a.C., en pleno reinado de Ramsés II y su fiebre constructora… ¿Casualidad?
Se non è vero, è ben trovato…
¿Quiénes eran los hebreos?
Una teoría muy difundida, aunque no aceptada unánimemente,
identifica a los hebreos con unos pueblos que las fuentes egipcias y
mesopotámicas llaman apiru o habiru.
Estas gentes, más que un grupo étnico, eran una clase social. Una casta
desposeída, formada por nómadas de origen semita, que circulaba por las tierras
del Creciente Fértil entre el segundo y el primer milenio a.C. Se dedicaban al
pastoreo, pero también al comercio y al bandolerismo. Algunos fueron empleados
como mercenarios en los ejércitos de los grandes imperios de la época. Si caían
bajo el enemigo, muchos terminaban como esclavos. La raíz del nombre y la
idiosincracia de estos grupos sugieren una probable identidad con los hebreos.
El teólogo Rafael de Sivatte nos habla de la formación del
pueblo israelita a partir de tres componentes:
· Tribus nómadas de pastores, procedentes de los
desiertos de Arabia y expulsadas de varios lugares.
· Tribus ex nómadas, sedentarias y ya instaladas
en Canaán.
· Un pequeño grupo huido de Egipto.
Estos tres grupos compartían un origen nómada, un pasado de
sufrimiento y liberación y el hecho de encontrarse, finalmente, viviendo en la tierra prometida. Desde un punto
religioso, para todos ellos tenía sentido hablar de un Dios liberador,
compañero de camino y dador de la tierra.
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