Cuando comenzamos a leer la Biblia nos encontramos con un
conjunto de cinco libros fundamentales: el Pentateuco o Torá.
Si la Biblia es la biblioteca nacional del antiguo Israel,
podemos decir que la Torá es su constitución o Carta Magna. Torá se traduce por
ley, pero sería más exacto decir enseñanza o instrucción. En la Torá se contiene el fundamento del pueblo de
Israel y su identidad más honda.
Normalmente, en una constitución hay un pequeño preámbulo
histórico y sigue un cuerpo de leyes. En la Torá es distinto: la parte
histórica es muy amplia, ocupa por lo menos la mitad de los escritos y a menudo
aparece mezclada con las leyes. Además, estas leyes forman grupos bien
diferenciados y, en ocasiones, se solapan o incluso contradicen. De manera que
nos encontramos ante una constitución literaria y muy peculiar, sujeta a discusiones e
interpretaciones.
Qué cuenta el Pentateuco
Veamos a grandes rasgos los cinco libros que forman la Torá
y su contenido:
―El Génesis relata la creación del mundo, la historia de la
primitiva humanidad, la aventura de los patriarcas, raíz del pueblo de Israel,
y las primeras alianzas de Dios con los seres humanos. Termina cuando los hijos
de Jacob, el tercer patriarca, se establecen en Egipto huyendo del hambre.
―El Levítico es un corpus legal, enteramente, donde podemos
estudiar ciertos conceptos que marcaron la cultura israelita, como el de
santidad y pureza, así como sus principios éticos. Es interesante comparar la
legislación israelita con la de otros pueblos orientales de su tiempo y ver las
similitudes y las diferencias.
―Números es un libro complejo que agrupa relatos de la
marcha del pueblo por el desierto, con sus rebeldías y conflictos, y fragmentos
legales, así como listas de las tribus de Israel y sus miembros.
―El Deuteronomio ―o Segunda
Ley― es un libro fascinante, muy diferente en cuanto a estilo de los otros
cuatro, que recoge cuatro discursos de Moisés, en teoría pronunciados antes de
que el pueblo entre en la tierra prometida. Finaliza con el panegírico de
Moisés y su muerte en los llanos de Moab, antes de poder entrar en Canaán. En
estos discursos se resume la historia de Israel, su alianza con Dios y el
fundamento de su ley. Se puede considerar como el testamento de Moisés y el
documento fundante del pueblo. Aunque veremos que, en realidad, este libro fue
escrito mucho después de los acontecimientos que relata y la figura de Moisés
como orador es un recurso literario para dar legitimidad y fuerza al contenido
del libro.
¿Quién escribió la Torá?
Durante siglos se atribuyó la autoría de la Torá a Moisés.
Así lo creían los judíos en tiempos de Jesús y así se recoge en los escritos
del Nuevo Testamento. Sin embargo, una lectura atenta de la Biblia nos permite
detectar las incongruencias y una serie de detalles que llevan cuestionar esta
convicción. San Jerónimo, traductor de la Biblia de los LXX al latín en el s.
IV, ya observó algunas de estas contradicciones. En la Edad Media, varios autores
señalaron que era imposible que Moisés hubiera escrito el Deuteronomio, pues en
él se recogen hechos posteriores a su muerte, entre otras cosas. La perspectiva
con que están escritas muchas partes de la Torá sugería una autoría bastante
posterior.
Con la Edad Moderna, la Reforma y la Contrarreforma se fue
profundizando el estudio sobre la Biblia. El P. Lagrange, en el s. XVIII, se
considera pionero de la exégesis. El interés por la historia en el s. XIX aupó
la investigación histórica y crítica y, finalmente, en el s. XX han surgido
muchas hipótesis y teorías a medida que se realizaban nuevos hallazgos, tanto
literarios como arqueológicos, y se profundizaba mejor en la materia (ver
presentación adjunta).
Hoy los expertos en Biblia aceptan que el Pentateuco es una
compilación de escritos varios, reelaborados y editados por un grupo de
sacerdotes del templo de Jerusalén en la época de la restauración de Israel, es
decir, bajo el imperio persa, en el s. V. Pero las fuentes del Pentateuco son
mucho más antiguas y pertenecen a diferentes épocas.
Las fuentes de la Torá
Se podría decir que el Pentateuco se ha escrito de adelante
hacia atrás: es decir, los primeros capítulos (Génesis) son los más recientes,
y los relatos que literariamente pertenecen a un tiempo más antiguo son los más
nuevos (la creación, el diluvio, los patriarcas).
¿Qué ingredientes se sumaron para componer la Torá?
―Antiguas tradiciones orales y relatos legendarios con base
real sobre héroes y personajes cuya memoria perduró en el pueblo: los
patriarcas, Moisés, Josué.
―Mitos y tradiciones de la antigua Mesopotamia: Enuma Elish, Gilgamesh, Atrahasis… (la
creación, la búsqueda de la inmortalidad, el diluvio). Estos relatos se tomaron
durante la época del exilio como base literaria, pero dándoles un significado
teológico muy distinto al mito original.
―Cuerpos de leyes de diferentes épocas: algunos de ellos son
posiblemente los textos escritos más antiguos.
―Libros escritos durante el exilio en Babilonia y después
del exilio: el Deuteronomio y el Levítico, este último elaborado en la época de
la restauración.
La redacción de la Torá
Todos estos componentes fueron sabiamente combinados y cosidos para formar un tejido rico y
multicolor:
―El Deuteronomio se redacta como un manifiesto para mantener
unido al pueblo: recordando su origen común, su pasado, su historia, las
intervenciones de Dios a su favor, la alianza establecida con él.
―Se reúnen los códigos legales y se les dota de un marco
narrativo para situarlos en la historia y darles legitimidad: el peregrinar por
el desierto.
―Se relata la historia del pueblo: los patriarcas, sus
vicisitudes, el Éxodo o salida de Egipto, la alianza en el Sinaí, la marcha por
el desierto hacia la tierra prometida.
―Una vez se ha completado la historia del pueblo, los
hombres se preguntan por algo más allá, e indagan en el origen de la humanidad
y del mundo. Así, bajo la influencia de los grandes relatos orientales
conocidos durante el exilio en Babilonia, se redacta la primera parte del
Génesis, donde se precisa que el Dios liberador de Israel es también el Dios
creador del mundo, y que su alianza con el pueblo elegido ha sido precedida de
una primera alianza de Dios con toda la humanidad.
La intención de la Torá
J. L. Ska resume la intención de los autores de la Torá con
esta frase: «contar para unir». Los relatos fundacionales del pueblo sirven
para no perder la memoria. En el destierro, cuando el pueblo ha perdido su
patria, su capital, su templo, ya solo quedan la fe y la tradición, los
círculos familiares y la vida cotidiana como ámbito donde preservar la
identidad.
Con esta memoria bien viva, Israel puede seguir siendo un
pueblo aunque carezca de tierra. Y así ha pervivido hasta hoy. La Torá, en
palabras de Ska, es «la patria portátil», ese lugar que todo hebreo habita y
conserva en su corazón.
La Torá es un relato de cómo el pueblo vive su historia, y
de cómo en esta ve la intervención divina. Atesora los valores fundamentales y
el destino de ese pueblo. ¿Cuáles son?
Israel fue un pueblo pequeño, de origen nómada, y padeció
sucesivas dominaciones y esclavitud a manos de otros imperios. Su anhelo más
profundo siempre fue la independencia y la libertad. El destino de Israel es
ser un pueblo libre.
De este discurso se deriva una reflexión sobre la naturaleza
del poder humano y una fuerte crítica hacia los imperios circundantes. El
pensamiento bíblico desconfía de las monarquías y los imperialismos. Rechaza la
soberanía absoluta de los reyes y pone su única confianza en el Dios que guía y
acompaña al pueblo. Este Dios defiende la libertad y la dignidad de su gente,
estableciendo una ley donde la vida humana es sagrada e inviolable y donde la
solidaridad y la protección del débil son cruciales.
Evidentemente, la historia desafía continuamente la fe en
este Dios. Si es el defensor del pueblo, ¿por qué este cae sometido a las
potencias extranjeras? ¿Por qué se producen conflictos, divisiones y guerras
internas? ¿Cómo conciliar estos hechos con la creencia en un Dios todopoderoso
y bueno?
Son temas que irán surgiendo e iremos viendo cómo los
autores bíblicos los abordan y qué explicaciones dan.
Pero ¿cuánto de todo esto es verdad?
¿Qué hay de verdad en los relatos bíblicos de la Torá? Ya
hablamos de la noción de “verdad” en el mundo clásico y en el mundo semita.
Para Israel, verdad es la experiencia íntima, vivida en persona y en comunidad,
que marca y cambia el rumbo de la existencia.
Preguntarse qué hay de verdad en el Pentateuco es como
preguntarse por la veracidad de los relatos de Homero. ¿Hubo una guerra de
Troya? ¿Hubo un éxodo? ¿Existieron Aquiles, Agamenón, Príamo, Héctor? ¿Existieron
Abraham, Jacob y Moisés?
Durante mucho tiempo se pensó que los hechos relatados en la
Ilíada eran pura fábula, hasta que un crédulo llamado Schliemann fue y excavó,
y encontró no una, sino siete Troyas. Siguió con sus pesquisas y encontró
Micenas. ¿Hubo un rapto de Helena y un ataque de la coalición aquea contra Troya?
Si no fue tal como lo cuenta Homero, es muy probable que algo similar
ocurriera. De forma menos literaria, por razones menos románticas, pero no
podemos descartarlo.
Una ciudad deja huella; un campamento nómada no. Una guerra
también deja su cicatriz en la historia; la fuga de unos cuantos esclavos no es
digna de ser recordada. Pero la memoria, a veces, resulta más sólida que la
piedra. Y la palabra transmitida recorre el tiempo y supera la barrera de la
muerte. Las tradiciones orales mantienen el recuerdo y la letra escrita lo hace
perenne. Así ocurrió, posiblemente, con los relatos homéricos. Así debió
ocurrir con el relato del éxodo.
Afirman los biblistas que el corazón del Pentateuco se
resume en este párrafo del Deuteronomio, una antiquísima oración ritual que se
pronunciaba en las fiestas de la cosecha:
«Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, poderosa y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Clamamos entonces a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel…» (Dt 26, 5-10)
Una oración echa sus raíces en lo más hondo de la memoria
colectiva. A partir de esta plegaria de acción de gracias, es posible construir
toda una narrativa creativa, echando mano de tradiciones populares, leyendas y
recursos literarios, para explicar cómo el pueblo ha llegado a su presente, y
cuál es su vocación de futuro. Es lo que algunos biblistas han llamado la épica
yahvista.
En cuanto a los personajes, tanto los patriarcas como Moisés
formaban parte de la memoria colectiva como héroes populares. Fueron
incorporados a esta épica y sus figuras fueron embellecidas y teñidas de toques
legendarios, pero muy posiblemente todos ellos fueron personajes reales de los
que apenas sabemos nada. El personaje bíblico oculta la persona real, histórica.
Pero una lectura sensible, entre líneas, nos puede desvelar algunos rasgos. En
todo caso, para disfrutar de los relatos y captar su sentido, no necesitamos
saber más.
Relevancia de la Torá
Lo que la épica de Homero fue para la antigua Grecia, la Torá
lo es para Israel. No solo es un libro fundacional, sino que contiene unos
valores referentes para todo el pueblo. De la misma manera que los griegos
echaban mano de la Ilíada para dirimir conflictos, y se inspiraban en ella a la
hora de tomar decisiones o legislar, el judío se inspira en la Torá para regir
toda su vida. No es que el Pentateuco contenga toda la ley de Israel. En el día
a día, los hebreos, como cualquier otro pueblo, debían basarse en el derecho consuetudinario,
y posiblemente tenían otros corpus legales más precisos para situaciones
concretas. Pero la Torá es el referente.
¿Qué valores se desprenden de estos relatos? El de la libertad. Pero tan importante como este es la conciencia
de ser liberado por Dios. El israelita toma conciencia de que su comunidad ha
sido tocada por la mano divina. Es Dios, un Dios personal que dialoga con el
hombre, quien libera y salva, entrando de lleno en la historia humana. Antes
que como creador, el israelita ve a Dios como salvador y liberador.
Otros valores irrenunciables, que se desprenden de la
alianza con Dios, son la sacralidad de la vida humana, el rechazo de la
esclavitud, la importancia de la buena convivencia y la fraternidad, el cuidado
de los pobres y los más vulnerables, muy remarcable en los códigos legales. En otros
códigos del antiguo Oriente sería insólito leer, por ejemplo, decretos como
este: «No tendrás odio a tu hermano en tu corazón», o «Amarás a tu vecino como
a ti mismo» (Lev 19, 17-18).
El aspecto civil y el religioso son inseparables. Delito equivale a pecado. Cumplir la ley es hacer la voluntad de Dios, imitarlo, en cierto modo. A lo largo de todo el Levítico se repite como un estribillo esta frase: harás esto o lo otro «porque yo soy Yahvé, tu Dios». Esta fusión de lo legal y lo religioso llama a una unidad de vida, donde hay una coherencia entre fe y acción, entre pensamiento y obra. La vida del israelita se convierte así en una liturgia, en una continua acción de gracias, ofrenda al Dios que otorga la vida y la libertad.
El aspecto civil y el religioso son inseparables. Delito equivale a pecado. Cumplir la ley es hacer la voluntad de Dios, imitarlo, en cierto modo. A lo largo de todo el Levítico se repite como un estribillo esta frase: harás esto o lo otro «porque yo soy Yahvé, tu Dios». Esta fusión de lo legal y lo religioso llama a una unidad de vida, donde hay una coherencia entre fe y acción, entre pensamiento y obra. La vida del israelita se convierte así en una liturgia, en una continua acción de gracias, ofrenda al Dios que otorga la vida y la libertad.
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