Los mitos de la creación, igual que hoy las modernas teorías
sobre el origen del mundo y el universo, son importantes en cada cultura. Pues
en ellos no solo se ofrece una respuesta a la pregunta “de dónde
venimos”, sino también un pensamiento, una forma de concebir al ser humano y la
realidad que lo rodea. Detrás de cada mito o teoría hay una filosofía y una
visión del hombre y el mundo.
El mito, más que responder a la cuestión de cómo se formó el
universo, responde al por qué. No pretende describir el proceso de forma
científica, sino buscar un sentido a la realidad existente. La ciencia se centra
en los hechos comprobables y en el cómo.
El por qué es una cuestión metafísica. Con estas premisas deben leerse los
mitos creacionales, sin pretender buscar en ellos una teoría científica.
Vamos a comenzar con el primer libro de la Biblia y su
primer capítulo, Génesis, 1. En él se relata la creación del mundo. Es interesante
leer también otro mito oriental sobre la creación, el Enuma Elish babilónico, y establecer paralelismos y contrastes
entre ambos relatos.
Comprobaremos cómo, siendo similares en forma, los dos mitos
tienen un significado distinto y entrañan una visión del hombre, del mundo y de
la divinidad muy diferente.
Un autor referente que estudió el relato del Génesis y su
relación con los mitos orientales es Nahum Sarna. Seguiremos
sus observaciones.
El Enuma elish: juego de dioses
Cuando en las alturas el cielo aún no tenía nombre, y la tierra firme no había sido nombrada todavía el rebelde Apsu, su engendrador, y Mummu-Tiamat, la que lo todo lo contiene, se mezclaban, formando sus aguas un solo cuerpo.
Nos encontramos en un espacio primigenio, sin forma, sin
nombre, caótico, donde dos principios entremezclados constituyen la material
original: el agua. El universo surge de su unión sexual: hay, pues, un
principio masculino y otro femenino. El mundo está sexuado y todo lo que existe
es creado por estos dos seres ―Apsu y Tiamat―. Al principio crean dioses,
monstruos y demonios, que finalmente acaban peleándose y encolerizando a Apsu.
Este quiere destruirlos, la diosa Ea se opone, se enfrenta a él y lo mata.
Entonces Tiamat decide vengarse y destruir a todos los dioses. Pero entre los dioses
se alza un cabecilla rebelde, Marduk, que toma las riendas y emprende una
guerra contra Tiamat, el monstruo femenino engendrador. Tras una batalla épica,
Marduk vence a Tiamat, la mata, parte su cuerpo en dos mitades, como dos
enormes conchas, y con ellas forma el mundo. Luego crea los astros como
viviendas de los dioses y le encomienda a cada uno una tarea para que el cosmos
siga rodando. Los dioses, que primero estaban muy contentos y agradecidos a
Marduk, protestan. No quieren trabajar de sol a sol, así que Marduk crea a los
humanos para que sirvan a los dioses. Ahora sí, estos lo celebran y nombran a
Marduk su soberano.
Funciones del mito
Según Nahum Sarna, este mito tiene varias funciones:
―Una función mitológica: explica el origen de los dioses.
―Una función cosmológica: explica el origen del mundo y del
ser humano.
―Una función social y política: el orden establecido entre
los dioses es un reflejo y legitima el orden terrenal y la jerarquía de las
ciudades. El rey es un Marduk, los dioses son los nobles y funcionarios. Los
hombres de a pie son sus vasallos o esclavos.
―Una función ritual: la batalla entre los dioses refleja el
cambio de las estaciones, la lucha entre el invierno y el verano y la victoria
de la vida, que se renueva en cada ciclo. Con rituales que reproducen esta
guerra se propicia a las fuerzas divinas para que favorezcan a los hombres.
Visión que se desprende del Enuma elish
Hay un principio primordial generador de la vida: el agua. Es propio de una zona que debe su vitalidad a los grandes ríos (Tigris, Éufrates), pero también su desgracia (inundaciones catastróficas).
Los dioses no son omnipotentes. Luchan entre sí, mueren, son
derrotados, se enojan y se cansan, tienen debilidades y pasiones como los
humanos.
Los hombres son esclavos de los dioses, juguetes de sus
caprichos y venganzas. Para aplacarlos y obtener su favor, hay que recurrir a
los rituales o a la magia.
El mundo es un lugar moralmente neutro, y la naturaleza
puede ser muy hostil.
Esta mentalidad y creencias recorren las culturas mesopotámicas
con las que convivió el pueblo de Israel durante siglos.
Génesis, 1: la palabra creadora
En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. La tierra era caótica y desolada, las tinieblas cubrían el océano…
De nuevo aparece un panorama desolado, un caos, del que ha
de surgir un cosmos ordenado. También aquí aparece un mundo acuático
primigenio, pero no hay batalla que librar, ni unión sexual que engendre la
vida. Solo
aparece un viento, la Ruah de Dios
(traducido a menudo por “Espíritu”), que aletea sobre las aguas. La chispa creadora surge de una palabra, una orden: Haya luz.
El mundo surge, por tanto, de una voluntad inteligente y
libre: la de Dios. Un Dios que está por encima de lo creado; la creación es su
obra y, por tanto, pertenece a un plano distinto, no sagrado ni divino. El
mundo creado es, simplemente, natural.
En el proceso creador es interesante destacar algunos
recursos literarios que sirven para enfatizar las ideas clave:
―El ritmo y los paralelismos entre los seis primeros días de
la creación (ver presentación adjunta). En los tres primeros días se crean los
espacios y en los tres segundos los seres que los habitarán. Pero en el tercero
y el sexto hay un añadido importante: en el tercero se crean los vegetales y en
el sexto el ser humano, que se alimentará de ellos.
―La repetición de palabras y frases hasta siete veces: «Y
dijo Dios…», «y vio que era bueno». Este «bueno» es una palabra muy rica, que
traducida no expresa toda su densidad. Significa al mismo tiempo hermoso y
bueno, completo, perfecto.
Cuando Dios termina de crearlo todo, descansa en el séptimo
día.
Funciones del mito
Al igual que el Enuma Elish, este capítulo del Génesis tiene varias funciones:
―No hay función teogónica, pues Dios ya existe, pero sí
cosmológica: explica el origen del mundo y del hombre y separa nítidamente el
plano natural del sobrenatural.
―No legitima un orden social o político, pero sí expresa una
relación peculiar entre Dios y el hombre. Dios ha culminado su creación con el
ser humano, lo ha hecho «a su imagen» y tiene una misión para él: le da el
encargo de crecer, multiplicarse y cuidar la tierra. Hay una relación personal,
directa, entre creador y criatura.
―Una función ritual: explica la importancia de guardar el
sábado como día de descanso y culto a Dios.
Visión que se desprende de Génesis, 1
Dios es el principio y origen de todo: se puede decir que todo cuanto existe depende de él. Es el fundamento de la existencia. En términos más filosóficos, es el ser en plenitud, el que es, y el que da el ser a los otros.
Separando el nivel divino del natural, el mundo, la
naturaleza, pierde su carácter sagrado. No hay dioses ni seres mitológicos:
solo existe Dios y el mundo natural, tal como lo conocemos.
El ser humano no es un juguete de los dioses, sino hecho «a
imagen de Dios». Esto le da un estatus especial en el mundo. Es importante. Y
su vida es sagrada. No hay mayor crimen que atentar contra la vida humana. De
ahí el respeto a la vida y su protección. El asesinato es un delito que jamás
podrá resarcirse.
Como semejante a Dios, el hombre es libre, es inteligente,
puede tomar decisiones. No es una víctima a merced de los caprichos de la
naturaleza o de los dioses. Pero, ¡atención!, tampoco es un dios. No es
todopoderoso.
El mundo está regido por un orden moral, según el designio divino. Dice la profesora C.
Hayes que una oleada de optimismo recorre los versos del Génesis cuando se
repite el estribillo «y vio que era bueno». El mundo es la obra de arte de
Dios, y en su origen todo es bello y bueno.
Pero… la realidad topa con esta visión ideal del mundo y del
hombre. Hay dos misterios que también recorren la historia de la humanidad,
despertando interrogantes y hallando difícil respuesta: el mal y la muerte.
El misterio del mal
Para los pueblos mesopotámicos la mortalidad era una realidad que teñía de tintes trágicos la vida. Inevitable, nadie podía escaparse a sus garras. Uno de los mitos más conocidos, el poema de Gilgamesh, trata este tema. El hombre persigue la inmortalidad y busca su fruto en un árbol, el árbol de la vida, que también aparece en el Génesis (2). Pero en el mito hebreo aparece otro árbol que de inmediato cobra más importancia que el de la vida: el árbol del conocimiento del bien y del mal. Conocer, distinguir entre el bien y el mal, otorga la opción de elegir y, por tanto, la libertad.
La moralidad, en el mito hebreo, es más relevante que la
inmortalidad. De la elección del ser humano dependerá su futuro. Y en ese
momento clave de elegir Dios se retira y deja que el hombre escoja libremente,
sin coaccionarlo ni obligarlo. Las consecuencias de esa elección son entera
responsabilidad del hombre.
Génesis, 1 vincula la mortalidad con el mal y el mal con la
libertad. A diferencia de otros pensamientos politeístas o dualistas no propone
el mal como principio metafísico absoluto. No hay un mal originario. El mal es consecuencia
de la autonomía moral del ser humano. En este caso, es fruto de una
desobediencia. Una vez el hombre ha comido el fruto prohibido, es expulsado del
paraíso y ya no puede acceder al árbol de la vida: ha perdido la inmortalidad y
deberá vivir del sudor de su frente, afrontando los dramas y las vicisitudes propias
de la humanidad: el amor y la guerra, la lucha entre sexos, la dominación y la
posesión, el dolor, la dureza del trabajo para sobrevivir… En realidad, el Génesis
está explicando de forma mítica por qué la vida humana es así. Y pone el
acento, no tanto en un destino fatal o en la voluntad de los dioses, sino en la
propia libertad humana.
Si en el pensamiento griego la tragedia es que el hombre es
grandioso, semejante a un dios, pero se topa siempre con sus límites y con la
muerte, en el pensamiento hebreo el drama humano se desarrolla en su relación
con Dios: la misma libertad que permite que creador y criatura se amen y vivan
en armonía puede permitir la ruptura de este amor y sus consecuencias:
violencia, lucha, muerte.
Por tanto, la libertad trae consigo acarreada la
responsabilidad. Vemos cómo la Biblia
huye del fatalismo ciego y del hombre víctima de su destino. El ser humano es agente,
protagonista y responsable de su futuro. Esta es la visión del hombre que se
desprende del Génesis.