El trasfondo
La destrucción de Jerusalén, la deportación a Babilonia y el
exilio fueron un evento traumático para Israel. Cualquier otro pueblo de la
antigüedad hubiera perecido, definitivamente, y hubiera quedado borrado del
mapa de la historia. De hecho, las tribus del reino del Norte, Israel, quedaron
dispersas para siempre. Samaría nunca fue lo mismo, y en tiempos de Jesús los
evangelios reflejan perfectamente esta antigua enemistad entre los judíos, que
se consideraban los verdaderos servidores de Yahvé, y los samaritanos. Otras
civilizaciones brillantes se han ido eclipsando y no ha sido hasta tiempos
recientes que han salido a la luz, tras las excavaciones arqueológicas y el trabajo
concienzudo de los académicos. La Biblia recoge la existencia de muchos pueblos
perdidos. En cambio, el más pequeño e insignificante de los pueblos, Israel, ha
sobrevivido hasta hoy. El secreto de esta pervivencia hay que buscarlo en estos
hombres que marcharon al exilio sin perder la fe, en la tarea callada y
perseverante de un grupo de líderes, sacerdotes, profetas, sabios, que sacaron
fuerzas de flaqueza y convirtieron el desastre en la oportunidad para
reinventarse y reforzar su identidad en medio de una civilización distinta, la
rica cultura babilónica.
El profeta Ezequiel, pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
Entre ellos encontramos a Ezequiel. El profeta Ezequiel
escribe desde el exilio y está muy ligado a la llamada escuela sacerdotal, el
grupo que compiló las tradiciones anteriores, redactó el inicio del Génesis (el
gran himno de la Creación) y se ocupó de la edición final de la Torá. El mismo
Ezequiel era sacerdote, conocía muy bien Jerusalén y el templo y esto se
refleja en su obra.
Ezequiel es un profeta que, por carácter, podríamos llamar
místico, pues experimenta éxtasis y visiones extraordinarias. Pero por su
trabajo, es un auténtico líder que exhorta al pueblo. Como todo profeta, en su
mensaje hay una parte de juicio y acusación, un primer toque de alarma y
atención, y duras palabras contra la idolatría, la infidelidad y los malos
pastores que pierden al pueblo (falsos profetas). Pero a continuación llega
otra parte de esperanza y consuelo, una promesa de restauración y, al final, un
plan completo para la reconstrucción, que incluye, al igual que se incluye en
el Éxodo, instrucciones muy precisas sobre el nuevo templo, el culto al Señor y
el modo de vida que ha de llevar el pueblo creyente.
Por tanto, el libro de Ezequiel abarca tres momentos de la
catástrofe-oportunidad: la destrucción del reino, el exilio en Babilonia y el
regreso a Jerusalén y la reconstrucción del templo (ya bajo el imperio persa).
Visión de Ezequiel, según Raphael.
La misión del profeta
Me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a la casa de Israel (a las naciones), a los rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres me han sido infieles, hasta el día de hoy. A los hijos de rostro de piedra y corazón duro yo te envío. Y les dirás: Así habla el Señor Yahvé. Tanto si te escuchan como si no, pues son una casa rebelde, sabrán que tú eres un profeta en medio de ellos. Y tú, hijo de hombre, no temas, ni te asusten sus caras, si te mueven brega y te menosprecian y tienes que vivir entre escorpiones. No tengas miedo de sus palabras ni te asusten, porque son una casa rebelde. Les llevarás mis palabras… (Ezequiel 2, 1-7)
Como todo profeta, Ezequiel es llamado y elegido. No es él
quien se autodesigna, sino que recibe una misión de Dios. Y Dios, como siempre,
es muy sincero: no le promete éxito sino problemas. Le avisa de la dificultad
de su tarea: va a encontrarse con un pueblo duro y con rechazo. Pero al mismo
tiempo le promete estar con él. ¡No tengas miedo!
A continuación sigue otro párrafo muy conocido, donde el
mensaje de Dios se presenta como alimento (Jesús utilizará una imagen semejante
cuando dice que su pan es hacer la voluntad del Padre).
¡Abre la boca y come lo que te doy! Y vi cómo alargaba la mano hacia mí, con un volumen enrollado. Lo desplegó ante mí, estaba escrito por detrás y por delante, ¡lleno de lamentaciones y ayes! Me dijo: Hijo de hombre, come lo que te presentamos y ve a la casa de Israel. Me abrió la boca y me hizo comer el rollo, y me dijo: Hijo de hombre, nutre tus entrañas con este volumen que te doy. Lo comí y en la boca me supo dulce como la miel… (Ezequiel 3, 1-4)
Dios avisa al profeta una y otra vez, como vacunándolo
contra el miedo a la oposición y al rechazo de los suyos: «la casa de Israel no
te querrá escuchar, porque no me quiere escuchar a mí, tiene dura cerviz y el
corazón de piedra. Pero yo hago tu frente tan dura como su rostro, y tu cara
tan fuerte como la suya, como el diamante, más dura que una roca. No te
asusten, no temas sus caras, ya que son una casa rebelde…» (Ez 3, 7-9). Y lo
erige como centinela, como un pionero que debe guiar al pueblo para salvarlo
del desastre y la culpa. Aunque no le escuchen, él debe intentarlo, pues de lo
contrario será también su perdición. El profeta es responsable, no de las
acciones del otro, pero sí de avisarlo. Tiene una misión educativa, es un
despertador de conciencias:
Si yo digo al impío: Has de morir, y tú no lo avisas, para que viva, es él, el impío, que morirá por su culpa, pero es a ti a quien pediré cuentas de su sangre. Si, al contrario, tú avisas al impío y él no se convierte, este impío morirá por su mala conducta, pero tú habrás salvado tu vida… (Ez 3, 18-19).
Come de este rollo y ve a la casa de Israel...
El pecado del pueblo
En los siguientes capítulos (4 al 16), Ezequiel hace un repaso histórico de Israel en clave teológica: es decir, se recogen todas las infidelidades religiosas del pueblo, el culto idolátrico en el templo, las abominaciones paganas cometidas, el alejamiento de Dios. Y Ezequiel, como ya lo hicieron Miqueas y otros profetas, no perdona a Israel: el reino caerá por sus pecados. El profeta se vale de imágenes y alegorías poderosas. Israel, como en otros libros de la Biblia, es comparado con una prostituta que recibirá su merecido:
Por eso, prostituta, escucha la palabra de Yahvé: porque has exhibido tu vergüenza, porque has descubierto tu desnudez, en tus prostituciones ante todos tus amantes y tus ídolos abominables, por la sangre de tus hijos que les has entregado, todos aquellos a quien has amado junto con los que has odiado, los reuniré a tu alrededor y les descubriré tu desnudez, para que la vean. Y te aplicaré las sentencias para las mujeres adúlteras y para las que derraman sangre: haré caer sobre ti la ira y los celos, te echaré en sus manos para que te arranquen el zócalo y las almenas, para que te despojen de los vestidos y te quiten las joyas, y te dejen desnuda. Harán subir contra ti a la turba, te lapidarán, te descuartizarán con sus espadas. Calarán fuego a tus casas y harán justicia de ti ante muchas mujeres… (Ez 16, 35-41)
Son imágenes duras: Israel recibe el castigo máximo por los
peores crímenes que puede cometer una mujer, el adulterio, la prostitución y el
sacrificio de sus propios hijos (la ofrenda de niños a los dioses era habitual
en el antiguo Oriente).
Ziggurat de Babilonia.
La culpa personal
Hay un capítulo muy interesante, el 18, que marca una
diferencia con lo que afirman otros autores bíblicos, que apelan a la
responsabilidad colectiva del pueblo y a su culpa generalizada. Ezequiel reconoce
la culpa de la comunidad, pero también es sensible ante el sufrimiento injusto de
las víctimas. Así, nos habla de una responsabilidad personal: cada cual es
dueño de sus acciones y recibe lo merecido. Pero los hijos no heredan los
pecados de los padres ni los padres son castigados por las faltas de sus hijos,
si ellos son justos:
Mira, todas las vidas son mías; tanto la vida del padre como la del hijo, son mías. Quien peque, morirá. Un hombre, pues, si es justo, si practica el derecho y la justicia, no come nada con sangre, no alza la mirada hacia los ídolos de la casa de Israel, no deshonra a la esposa del prójimo, no se acerca a una mujer que tiene la regla, no hace daño a nadie, restituye las prendas que guarda de otros, no roba, da su pan al hambriento y viste al desnudo, no presta a usura, no cobra interés, aparta su mano de la injusticia, ejerce un juicio leal entre hombre y hombre, se conduce según sus leyes y costumbres, y las pone en práctica, este es un justo: ciertamente vivirá, oráculo del Señor Yahvé. Pero si engendra un hijo violento, y este no hace todo esto […] ciertamente no vivirá. Ha cometido todas estas abominaciones, ciertamente morirá, ¡su sangre caerá sobre él! Pero si engendra un hijo que ve todos los pecados que ha cometido su padre, tiene miedo y no lo imita; […] este no morirá por las culpas de su padre, ciertamente vivirá (Ez 18, 4-20)
Vemos en estos párrafos, que se repiten cada vez, una serie
de acciones que podrían resumir lo que entiende un antiguo israelita por
justicia o injusticia (resuenan aquí los diez mandamientos…). El profeta
continúa y defiende la posición de Dios en una especie de diálogo entre el
pueblo y él mismo:
Y vosotros decís: ¿Por qué el hijo no lleva su parte en la culpa de su padre? Pero el hijo ha practicado el derecho y la justicia, ha observado todas mis leyes y las ha seguido: ciertamente, vivirá. Quien ha pecado es quien morirá; un hijo no tendrá su parte en la culpa del padre, ni un padre su parte en la culpa del hijo; al justo le será imputada su justicia, y al impío su impiedad. Pero si el impío renuncia a todos los pecados que ha cometido, observa todas mis leyes y practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. Todas las infidelidades que haya cometido no le serán tenidas en cuenta; vivirá a causa de la justicia que haya practicado. ¿Sentiría yo gusto por la muerte del impío, oráculo de Yahvé? ¿No prefiero que cambie de conducta y viva? (Ez 18, 19-23)
Vemos aquí un Dios que no es implacable, un Dios que quiere
que todos vivan y cree en la redención personal, en el cambio de conducta, en
la posibilidad de conversión y en el perdón. Un Dios que no se complace en la
condenación y que espera un cambio.
Y vosotros decís: La manera de hacer del Señor no es justa. Escucha, pues, casa de Israel: ¿Es mi manera de hacer la que no es justa? ¿No es vuestra manera de hacer, la que no es justa? […] Por eso os juzgaré a cada cual según su manera de hacer, casa de Israel […] Convertíos, renunciad a todas vuestras infidelidades, que no haya más ocasión de pecado para vosotros […] ¿Por qué habríais de morir, casa de Israel? Yo no me complazco por la muerte del impío, oráculo del Señor Yahvé. ¡Convertíos y vivid! (Ez 18, 25-32)
De esta manera, Ezequiel conjura la desesperación y la
tentación a sucumbir, bien al desánimo, bien a la idolatría de los dioses
extranjeros. Pese a todo, Dios no ha abandonado a su pueblo, ¡hay un camino de
vuelta!
Babilonia: reconstrucción de la puerta de Ishtar.
Los malos líderes y el buen pastor
Ezequiel, como ya lo hicieran Jeremías y otros, carga contra
los falsos profetas que enredan a la gente con mensajes complacientes y falsos:
¡Ay de los profetas insensatos que siguen su propio espíritu sin haber visto nada! ¡Como chacales entre las ruinas son tus profetas, Israel! No habéis subido a la brecha, no habéis construido un muro ante la casa de Israel, para resistir el combate, el día de Yahvé. Tienen visiones vanas, un presagio engañoso, los que dicen: ¡Oráculo de Yahvé!, cuando Yahvé no los ha enviado, ¡y aún esperan que confirme su palabra! … Por eso di: Así habla el Señor Yahvé. Por culpa de vuestras palabras vanas y vuestras visiones engañosas, yo me declaro contra vosotros, oráculo del Señor Yahvé. Extenderé la mano sobre los profetas de las visiones vanas y las predicciones falsas: no estarán en el consejo de mi pueblo, no serán inscritos en el libro de la casa de Israel, no vendrán a la tierra de Israel, y sabrán que yo soy el Señor Yahvé. Ya que han desencaminado a mi pueblo, diciendo: ¡Paz! Cuando no había paz, y mientras él construye una muralla, ellos la revisten de cal... (Ez 13, 3-10).
Más adelante acusará a los pastores, los gobernantes y líderes
que debieron proteger a su pueblo y, en cambio, lo rapiñaron y lo dejaron
abandonado a su suerte. Jesús recogerá esta idea en el evangelio y relatará sus
parábolas del buen pastor en contraste con los pastores asalariados que no se
preocupan de sus ovejas:
Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, y diles: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a ellos mismos! Los pastores, ¿no deben apacentar a las ovejas? Vosotros os alimentáis con la leche, os vestís con la lana, habéis sacrificado las ovejas más gordas pero no habéis apacentado al rebaño. No habéis alimentado a la oveja débil, no habéis curado a la enferma, no habéis encañado a la que tenía una pata rota. No habéis orientado a la que estaba descarriada, ni habéis ido a buscar a la que se perdía. En cambio, a la que era fuerte la habéis pisoteado con dureza. Sin pastor, se han dispersado y las han devorado todas las bestias salvajes… Mi rebaño ha errado por los montes y las cimas, se ha dispersado por todo el país, sin que nadie se ocupara de él… Lo juro por mi vida, oráculo del Señor Yahvé: mi rebaño ha servido de presa y lo han devorado todas las bestias salvajes, porque no tenían pastor; los pastores no se ocupan de mi rebaño… (Ez 34, 2-8)
¿No vemos en estas líneas un paralelo con lo que sucede ahora
y ha sucedido siempre con los malos gobernantes? Líderes corruptos, gobernantes
que exprimen a su país y se enriquecen a costa de la pobreza de las gentes… ¡Ezequiel
podría proclamar sus oráculos contra tantos, hoy!
Pero Dios no permitirá que su pueblo perezca, él mismo lo
pastoreará:
Por eso, pastores, escuchad la palabra de Yahvé. Así habla Yahvé: ¡Aquí me tenéis contra los pastores! Les arrebataré mi rebaño y les impediré apacentarlo. Así, ya no se apacentarán más a ellos mismos. Les arrebataré mis ovejas de la boda y nunca más las podrán devorar. Porque así habla el Señor Yahvé: aquí me tenéis, en persona. Me ocuparé de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su ganado el día que se ve atacado, cuando las ovejas son dispersadas, así velaré yo por mis ovejas… (Ez 34, 9-12)
Jardines de Babilonia, una de las siete maravillas del mundo antiguo.
La caída de los grandes
La injusticia no queda impune. Del capítulo 25 al 32,
Ezequiel pronuncia sus oráculos contra otras naciones: Edom, Moab, Amón, Tiro,
Sidón, Egipto… Todos los reinos sucumbirán, no hay poder humano que perdure
siempre. Incluso el poderoso Egipto será eclipsado y se convertirá en un
pequeño reino, mediocre y una sombra de lo que fue. El faraón es comparado aun gran árbol frondoso y a un cocodrilo voraz, pero también irá al país de los muertos
(capítulos 30 al 32). Si la suerte de
Judá fue aciaga, no lo será menos la de otros grandes. Estos oráculos son textos
vigorosos: en ellos se contrasta la opulencia y el lujo inicial de los pueblos
con la pavorosa destrucción final, a manos de otros conquistadores. El profeta
ofrece una visión moralizante de la caída. ¿Por qué caen los grandes? Por su
arrogancia, por su injusticia y por la violencia que han ejercido sobre otros.
Ahora recibirán su merecido:
Así habla el Señor Yahvé a Tiro: ¡Hala! Por el estrépito de tu caída cuando las víctimas giman, cuando la espada mate dentro de ti, las islas se conmoverán. Todos los príncipes del mar bajarán de sus tronos, depositarán sus mantos, se despojarán de sus prendas bordadas, se vestirán de negro, se sentarán en el suelo, temblando sin cesar, y estarán consternados por tu causa. Y entonarán sobre ti un planto y dirán: ¡Ah, cómo te has perdido, desaparecida de entre los mares, ciudad ilustre, la que era más fuerte que el mar, la que inspiraba terror a todo el continente! Ahora las islas tiemblan en el día de tu caída… (Ez 26, 15-17).
Allá está Mósoc (Túbal), con todo su aparejo fastuoso, alrededor de su sepulcro, todos incircuncisos, víctimas de la espada, porque habían sembrado el terror sobre la tierra de los vivos. Yacen con los valientes, caídos hace tiempo, que bajaron al país de los muertos con sus armas de guerra… (Ez 32, 26-28)
La regeneración: huesos que reviven
Pero tras estos oráculos tan devastadores, el profeta arroja
luz en el panorama. Israel será reconstruido, Palestina florecerá de nuevo. El
desastre es visto no como una condena, sino como una purga necesaria para la
regeneración. En el capítulo 37 encontramos la célebre visión de los huesos que
reviven.
La mano de Yahvé se posó sobre mí, me hizo salir con el espíritu de Yahvé y me puso en medio de una llanura, una llanura inmensa cubierta de huesos humanos. Me hizo pasar a tocarlos, eran muy numerosos, cubrían toda la superficie de la llanura y todos estaban muy secos. Me dijo: Hijo de hombre, ¿revivirán estos huesos? Yo dije: Señor Yahvé, vos lo sabéis. Me dijo: Hijo de hombre, profetiza sobre estos huesos. Diles: Huesos secos, escuchad la palabra de Yahvé. Así habla el señor Yahvé a estos huesos: yo haré venir a vosotros espíritu, para que viváis. Tenderé sobre vosotros nervios, haré crecer carne sobre vosotros, tenderé piel sobre vosotros y os infundiré espíritu, y viviréis, y sabréis que yo soy Yahvé. (Ez 37, 1-6)
Visión de Ezequiel: los muertos que reviven, según F. Collantes (Museo del Prado).
Podemos imaginar la visión, un espectáculo dantesco, el
llano cubierto de huesos, como un campo de batalla sembrado de cadáveres que el
tiempo ha desecado… La viva imagen de la muerte más cruel. Pero el Dios de la
vida puede revivir hasta lo que está más muerto:
Los vi recubiertos de nervios, la carne crecía y la piel se tendía sobre ellos: pero no había espíritu en ellos. Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dile al espíritu: Así habla el Señor Yahvé: Ven de los cuatro vientos, espíritu, sopla sobre estos muertos y que vivan. Profeticé como me ordenaba y el espíritu vino sobre ellos, y retomaron vida y se pusieron de pie; eran un ejército muy, muy grande (Ez 37, 8-10)
El espíritu, un viento llamado por Dios, insufla vida en la
carne. Vemos aquí otro eco del Génesis, cuando Dios sopla sobre el barro para
dar vida al hombre. La materia sola no basta para que haya vida, es necesario
el espíritu. Y el espíritu viene
llamado por Dios. Es una forma de decir que la vida es de Dios, y es él quien
la otorga. Quien posee a Dios, posee vida. Quien se aleja de él, muere, secándose
como los huesos.
Reconstrucción del templo de Jerusalén.
Reconstrucción del reino, presencia de Dios
Los siguientes capítulos, del 38 hasta el 47, final del
libro de Ezequiel, nos hablan de la reconstrucción. Israel será restaurado,
Jerusalén volverá a ser su capital y reconstruirán el templo, siguiendo
cuidadosas instrucciones del Señor. Y entonces Yahvé volverá a habitar en él,
entre su pueblo. Toda la teología de la presencia de Dios se recoge aquí.
Me hizo ir a la puerta que da a oriente, y he aquí que la gloria del Dios de Israel llegaba por la parte de oriente. Un rumor lo acompañaba, parecido al rumor de muchas aguas, y la tierra se iluminaba con su gloria. Esta visión me recordó lo que había visto cuando vino durante la destrucción de la ciudad… Entonces caí postrado en tierra. La gloria de Yahvé entró en el templo por la puerta que da a oriente. El espíritu me levantó y me llevó al atrio interior, y vi que la gloria de Yahvé llenaba el templo… ¿Has visto el lugar de mi trono, el lugar donde poso la planta de los pies, donde residiré en medio de los israelitas para siempre? (Ez 43, 1-7)
Es la presencia de Dios la que santifica un lugar, un
pueblo, una gente. Y su presencia es gloriosa (gloria significa luz, resplandor radiante). La imagen quiere
transmitir de forma visual una experiencia interior, casi podríamos decir mística:
experimentar la fuerza de Dios llenando un lugar, llenando un alma. El Dios de
la vida que llena un templo y que está presente entre los suyos garantizará su
pervivencia por los siglos. Dios en el centro de la vida y la vida convertida
en una gran liturgia, traspasada de la presencia divina: este será el ideal de
la escuela sacerdotal, y la enseñanza que impartirán a la comunidad en exilio.
Ezequiel en el siglo XXI
La imaginería bíblica es tan exuberante que se ha convertido en un caudal para la fantasía y la literatura de todos los tiempos. Incluso en obras contemporáneas, como la famosa saga Canción de hielo y fuego (Juego de Tronos), podemos rastrear muchas influencias bíblicas. Los famosos Otros, los muertos vivientes que aterrorizan los siete reinos, ¿no parecen una reminiscencia de los huesos secos de Ezequiel?
Sólo que, en el mundo de George R. R. Martin, el espíritu
que se insufla en los muertos no es de vida, sino maligno. Reviven a otra vida
que es contagiosa y que busca proliferar, como un cáncer, pero que no es vida
buena, ni vida hermosa. Muchos elementos sobrenaturales de esta saga parecen
versiones perversas (o pervertidas) de imágenes y parábolas bíblicas. Y en
otras novelas, filmes e incluso series de anime se puede captar cómo la Biblia sigue
siendo una fuente de inspiración, aunque el mensaje que se transmita sea
totalmente distinto, incluso contrario al que los autores bíblicos quisieron
expresar.
Pero los lectores de hoy, incluso los curiosos de la Biblia
que no son creyentes, ¿cómo podemos leer a Ezequiel? Además de apreciar su
valor literario y sus imágenes audaces, ¿qué hay de su mensaje? ¿Conserva su
vigencia? ¿Tienen esto textos algo que decirnos hoy?
Un pueblo infiel que cae estrepitosamente, es arrasado,
deportado, exiliado… se rehace y se recupera. Israel podemos ser todos
nosotros.
Todos somos Israel cuando dejamos de ser fieles, no sólo a Dios,
sino a nosotros mismos. Si la voluntad de Dios es la gloria del hombre, si lo
que Dios desea es que cada persona florezca y prospere, ¿qué sucede a nuestro
alrededor? Vemos que muchos no florecen. Nosotros mismos podemos estar dejando
de ser todo cuanto podemos ser. Podemos ser infieles a nosotros mismos, faltos
de autenticidad por falta de valor, por desidia, por inconsciencia. Cuando nuestra
vida no tiene sentido, cuando hemos perdido la razón de vivir, cuando estamos
desorientados y no sabemos hacia dónde ir somos como este Israel descarriado,
perdido y aplastado, a merced de la voluntad y el poder de otros. Cuando
dejamos de hacer lo que hemos venido a hacer en este mundo, nos volvemos así:
sometidos a influencias y haciendo lo que otros quieren, y no lo que en el
fondo desearíamos hacer. Y esto es como morir en vida. Todos somos huesos secos
andantes cuando dejamos que el espíritu se vaya, cuando dejamos de ser auténticos
y de luchar por lo que anhela nuestro corazón. Todos somos cadáveres vivientes
cuando dejamos de amar y de ser fieles a lo que nos constituye más hondamente.
Y somos responsables. Nuestro “castigo” es una consecuencia
de nuestros actos. Pero ¡atención! Hay esperanza. Podemos retornar al camino
justo. Podemos rectificar, podemos cambiar. Nuestros huesos secos pueden
revivir. Este es, creo, el mensaje más profundo y motivador que nos transmite
Ezequiel. Hayamos pasado lo que hayamos pasado, tenemos una nueva oportunidad. Podemos
restaurarnos. Somos nosotros quienes invocamos al espíritu de vida para que
venga a llenarnos. Lo que hacemos puede traer la muerte, pero también puede
resucitarnos. Está en nuestras manos.
Vemos, así, que aunque Dios está en el centro de la
predicación del profeta, el hombre no pierde su protagonismo. Él también está
en el centro, y su vida es su responsabilidad. Su vida y la de sus semejantes. Dios
sólo nos pedirá cuentas de lo que hemos hecho con todo lo que nos ha dado. Que
es, finalmente, todo cuanto somos y tenemos. El poder de dar la vida es de Dios, pero la libertad de
utilizarla como queramos es nuestra, y eso también nos hace poderosos. El mensaje
de Ezequiel, como el de la escuela sacerdotal, finalmente, es un recordatorio
de nuestro poder personal, un canto al libre albedrío y una apelación a nuestra
responsabilidad.
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