¿Por qué abrimos una Biblia? Algunos lo hacen por
curiosidad, otros por motivos religiosos, otros por su interés literario. Los
creyentes estamos habituados a escuchar fragmentos, dispersos y escogidos para
un determinado contexto litúrgico. Diría que muy poca gente se pone a leerla de
corrido, o al menos un libro entero seguido, como cualquier otra obra literaria.
Tal vez no les falte razón a quienes dicen que la Biblia es quizás el libro más
vendido y difundido en el mundo, pero uno de los menos leídos.
Quien busque en la Biblia una lectura devota y moralista,
pronto quedará abrumado y confundido. Quien la lea solo desde el punto de vista
literario, podrá apreciar sus cualidades, pero en algún momento le chocarán sus
contradicciones y costuras aparentemente mal cerradas. Quien quiera leerla con
ojos de historiador se topará con infinidad de errores o imprecisiones mezclados
con datos verídicos. Quien la lea como un filósofo o un antropólogo encontrará
mil argumentos para apoyar una idea y los mismos para sostener la contraria.
¿Cómo leer, cómo entender la Biblia?
Desde una óptica literaria y cultural, la profesora
Christine Hayes nos habla de no perder la vista del conjunto. El todo es más que la suma de las partes,
afirma. Por muy variados y contradictorios que puedan aparecer sus diversos
libros y pasajes, el todo que recopilaron los redactores finales de la Biblia
forma un conjunto polifónico de gran riqueza, y el lector puede disfrutar si
aprende a distinguir y saborear todos sus matices.
Los biblistas recomiendan un estudio básico de la Biblia y
tener en cuenta ciertos factores:
―fue escrita por israelitas, en un contexto histórico y en
un lugar,
―refleja la mentalidad israelita antigua,
―utiliza un lenguaje, unas imágenes y unos recursos literarios
propios de la cultura semítica.
Además, no hay que olvidar otros aspectos: la intención con que la Biblia fue editada
y los destinatarios de su mensaje. La
redacción de sus libros ocupó un periodo de casi mil años. A lo largo de su
historia, Israel fue percibiendo un significado distinto en cada libro y nuevas
relecturas se fueron añadiendo al sentido original de los escritos. De ahí que
en un libro muy antiguo, como el de Josué, encontremos fragmentos posteriores,
comentarios y añadidos a lo largo del relato y al principio y al final de éste.
Lo mismo sucede con otros libros, tanto históricos como proféticos.
Historia y Realidad
Quienes quieran ver en la Biblia un libro de historia se van
a encontrar con muchas inexactitudes y errores: no se puede leer como una
crónica o un reportaje riguroso sobre los hechos. Pero tampoco es cierto que la
Biblia sea una serie de fábulas inventadas. Los acontecimientos narrados en la Biblia
tienen un sustrato real y han sido referentes para muchos
investigadores y arqueólogos. Pero llegados aquí hemos de distinguir entre la
mentalidad occidental, heredera de la greco-latina, y la mentalidad oriental,
con la que fue escrita la Biblia.
― En la mentalidad occidental la verdad se identifica con la
razón y lo comprobable empíricamente.
Es una concepción lógica de la realidad. El hombre es un ser que piensa.
― En la mentalidad oriental,
la verdad se asocia a la experiencia
vivida. Lo real es lo existencial. El hombre es un ser que actúa.
Por tanto, la Biblia, en este sentido oriental, sí es
historia. Es el relato de la experiencia vivida por un pueblo. ¿Qué
experiencia? La de una comunidad humana interpelada por Dios. Es una historia interior, si se quiere. Marcada
por unas vivencias fundamentales. La más importante de ellas es la liberación del cautiverio y la
esclavitud, con la conciencia de que la mano de Dios ha intervenido en su
historia.
Más que redactar una crónica, la Biblia recoge una serie de testimonios sobre la vivencia de un
pueblo.
Quiénes eran los hebreos
La palabra hebreo, que se puede identificar con el término habiru, presente en fuentes egipcias y
mesopotámicas, designaba más que a un pueblo a una serie de gentes nómadas.
Formaban tribus mezcladas que se dedicaban a actividades diversas, desde el
pastoreo, pasando por el comercio o el transporte, hasta el bandolerismo o la
guerra, como mercenarios. Las historias de los patriarcas, especialmente las de
Abraham y Jacob, muestran el tipo de vida de estas gentes.
El pueblo de Israel como tal nace a partir de la experiencia
del éxodo. Durante la época de los jueces se va consolidando, nucleado en las
doce tribus, y en el s. X a.C. se aglutina en un reino, bajo la monarquía de
David y Salomón.
Por tanto, en el origen de los israelitas confluyen varios grupos
humanos:
― Nómadas, de
vida precaria y arriesgada. Su experiencia religiosa era la de un Dios que los
acompañaba en su camino.
― Seminómadas, en busca
de una vida más segura y estable. Su experiencia de Dios: es el dador de la
tierra, el que fecunda el campo y el ganado.
―Emigrantes: son los
desarraigados, que buscan sustento en otros países. En ellos se desarrolla la
creencia en un Dios que no soporta la opresión y la esclavitud.
La influencia de los imperios vecinos
Israel no fue ajeno al influjo de las civilizaciones que lo
rodeaban. Bebió de la fuente del legado cultural del antiguo Oriente Medio. Su
visión rompedora sobre Dios y el hombre convivió con la mentalidad de otros
pueblos. Podríamos decir que hubo tres culturas que especialmente incidieron en
la hebrea: Egipto, Mesopotamia y Canaán.
La civilización egipcia, ubicada en el fértil valle del
Nilo, desarrolló una religiosidad optimista, de dioses más o menos benévolos y
generosos, con una firme creencia en la vida en el más allá.
Las civilizaciones entre el Tigris y el Éufrates, situadas
entre ríos que a menudo se desbordaban y en una naturaleza más hostil,
alimentaron una visión más pesimista. Los dioses de estas culturas son caprichosos,
celosos y vengativos. El ser humano ve cómo su vida termina en la muerte y el
más allá es sombrío y espantoso. Su única forma de pervivencia es conseguir la
fama y el honor durante la vida mortal (ver poema de Gilgamesh).
En Canaán, corredor de paso entre las grandes potencias del
Medio Oriente, tierra de montes y valles fértiles, se desarrolló una cultura
agraria muy jerarquizada, entorno a reyezuelos locales, donde los dioses
encarnaban las fuerzas de la fertilidad y la naturaleza. Para conseguir buenas
cosechas y una vida próspera, el hombre ha de seguir ciertos ritos y prácticas,
muchos de ellos relacionados con el sexo y la fecundidad. Se instaura así una
dinámica religiosa de retribución-castigo.
Un anuncio que se repite
El leitmotiv o
anuncio que recorre las páginas de la Biblia y constituye su hilo conductor es
un mensaje de liberación. Resumiéndolo en pocas palabras: éramos esclavos y
Dios nos ha liberado. Dios escucha el clamor del pueblo y, viendo la opresión
que sufre a manos de otros imperios, actúa para sacarlo de la esclavitud.
Israel es libre, ha sido mirado con predilección por Dios y establece un pacto
con él.
El siguiente paso, tras la liberación, es la donación de la
tierra. La posesión de la tierra, tema crucial en la época de los jueces y la
monarquía, deja de serlo después del exilio de Babilonia, cuando el pueblo ha
perdido su raíz geográfica y debe sobrevivir en medio de una cultura
extranjera. A partir de entonces, ya no será la tierra la que otorgue entidad
al pueblo, sino la alianza o pacto con Dios, la Ley.
Una historia que puede ser nuestra historia
Para comprender algo a fondo es necesario no solo el
entendimiento racional, sino una implicación emocional más fuerte. Amar una realidad,
un escrito, una obra de arte, nos permitirá penetrar en su significado más profundo.
Esto ocurre también con la Biblia.
El de la Biblia no es tanto un discurso científico como un discurso creador, destinado a provocar
una reflexión y un cambio en el lector.
Aunque la Biblia recoja la epopeya de un pueblo concreto, su
sentido puede aplicarse a muchas realidades humanas y a la vida particular de
cada persona. Es, en cierto modo, también nuestra historia.
Todos tenemos un génesis, unos primeros años de vida llenos
de esperanzas, cambios y promesas. Todos hemos vivido un momento clave de
éxodo, de salida de nosotros mismos o de liberación del pasado, ese momento en
que forjamos nuestra identidad y nuestro destino. Todos hemos luchado por nuestra
tierra prometida y nos hemos establecido en ella, a través de paz y de
tormentas. Y posiblemente muchos hemos vivido nuestros exilios particulares,
nuestras noches oscuras, periodos de crisis profunda que nos han invitado a la
reflexión y a un reenfoque de nuestra vida. De esas crisis hemos salido
transformados y, en cierto modo, fortalecidos. La historia de Israel reflejada
en las páginas de la Biblia puede ser un espejo de la historia del ser humano
en busca de sentido. Por eso la lectura de la Biblia siempre tiene algo nuevo y
algo viejo, algo universal y algo personal e íntimo que decirnos.
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