Debemos situarnos en el contexto en que vivieron estos
profetas para comprender el alcance de su mensaje y establecer analogías.
Israel se ha dividido en dos reinos. Tanto el del Norte como el del Sur se
debaten en medio de las disputas entre las grandes potencias: Asiria, Egipto,
Babilonia. Israel, el reino del norte, cae por fin y es absorbido por los
asirios, siendo buena parte de su población deportada y la tierra repoblada con
gentes venidas de Siria y otros pueblos.
Asurbanipal cazando leones.
En el año 633 muere Asurbanipal, el hombre fuerte que había
dominado la escena en Oriente Medio. En el sur de Mesopotamia, los babilonios
empiezan a subir como poder emergente. Se acerca el fin de la hegemonía asiria
y los reyes de Judá, el reino del Sur, sueñan con sacudirse el yugo asirio…
Mientras tanto, ¿qué sucede adentro? Como ya he comentado en otros capítulos,
la situación del pueblo es muy diversa. Unas élites medran a la sombra del
templo y del palacio real; un ejército es mantenido a expensas de los tributos,
y el pueblo sobrevive como puede, cultivando la tierra y con la artesanía y el
comercio. Muchas familias empobrecidas se endeudan con los ricos y acaban
pagando con sus vidas una deuda que no cesa de crecer: se convierten en
esclavos, y sus condiciones de vida empeoran. Otros, los huérfanos y las
viudas, viven de la mendicidad en la más absoluta pobreza.
Este panorama no era exclusivo del reino de Judá, pobres
siempre los hubo en todas partes, y la esclavitud era una práctica habitual en
todos los países. Pero quizás lo original y destacado del profetismo de Israel
es que denuncia esta situación, colocándose claramente, no del lado de los
poderosos, sino de los pobres y explotados. Quizás porque Israel como comunidad
había sufrido a manos de otros reinos, la sensibilidad social y el sentido
humanitario de los profetas era muy fuerte.
Pero el mensaje profético no se limitaba a denunciar la
injusticia, sino a ofrecer una visión distinta del panorama internacional. Como
señalan algunos teólogos, los profetas no son analistas políticos ni entran en
el juego de poder, mostrándose partidarios de unos u otros. Su visión de la
política es teológica. Ven el mundo desde Dios, y con esta visión pueden
contemplar con sobrecogedora lucidez los acontecimientos.
Sofonías y Nahúm nos ofrecen dos visiones en este sentido:
sus escritos son oráculos sobre la destrucción y la caída de los imperios. Pero
no se limitan a divulgar un anuncio catastrofista. El mensaje que se extrae a
consecuencia es de conversión, de cambio de vida. Las cosas están así: ¿qué
hacemos nosotros? Los grandes del mundo caen. ¿En quién pondremos la confianza?
Sofonías
El trasfondo histórico
Sofonías predicó posiblemente después del reinado de Ezequías, un rey diplomático
que pactó con Asiria para evitar la devastación y constructor que engrandeció
Jerusalén, fortificando sus murallas y construyendo túneles para abastecer la
ciudad de agua en caso de asedio. Parece que este rey quiso emprender una
reforma religiosa, depurando el culto del templo, a instancias del profeta
Isaías y otros. Pero a su muerte lo sucedió su hijo Manasés, que siguió otra
política muy diferente, de tolerancia de los cultos paganos de todo tipo. Manasés cayó
prisionero de los asirios y luego fue liberado, con lo cual su reinado fue
relativamente largo (697-642 a.C.). Lo sucedió muy brevemente su hijo Amón, que
sólo reinó dos años y, a su muerte, el hijo de este, Josías,
siendo todavía niño. Josías fue el que emprendió la gran reforma del templo y
el culto a Yahvé, posiblemente motivado por profetas como Sofonías y Jeremías.
El rey Asurbanipal, a caballo.
El día del Señor
Sofonías predice la caída y destrucción del imperio asirio.
Pero su mensaje no es de euforia nacionalista, sino una llamada urgente a la
conversión. Después de Asiria, Jerusalén también caerá, y esto debió sonar como
una ducha de agua fría ante sus oyentes. Sofonías habla del Día del Señor, el
Día de la Ira, un día en que el furor del cielo caerá sobre la tierra como
fuego devastador:
Se acerca el día de Yahvé, ¡el gran día! Se acerca y se da prisa. Escucha: el día de Yahvé, el día de amargura, ¡cómo gritarán de espanto los valientes! Ese día es un día de furia, día de angustia y de terror, día de destrucción y devastación, un día de tormenta y oscuridad, un día de toques de cuerno y de gritos de guerra contra las ciudades fortificadas, contra las torres. Infundiré pánico a los hombres y caminarán como ciegos, porque han pecado contra Yahvé (So 1, 14-17).
Ese día nadie se salvará. La destrucción será total y será
como un gran barrido que no perdona nada ni a nadie, hasta la naturaleza será
purgada:
Barreré, oráculo de Yahvé, barreré todo sobre la tierra; barreré hombres y bestias, barreré los pájaros y los peces, haré caer a los impíos, suprimiré a los pecadores de encima de la tierra, oráculo de Yahvé (So 1, 1-3).
La idolatría será también barrida:
Extenderé la mano contra Judá, contra todos los habitantes de Jerusalén; suprimiré todo lo que quede de Baal… (So 1, 4).
Moab, Amon, los filisteos, Etiopia y la poderosa asiria,
todos los reinos serán condenados (capítulo 2):
También a vosotros, etíopes, os traspasará la espada de Yahvé. Él extenderá la mano contra el norte y hará desaparecer Assur. Convertirá Nínive en una gran soledad, árida como el desierto. Los rebaños se recostarán entre sus ruinas, todas las bestias del campo. Hasta el pelícano y la garza anidarán entre sus capiteles, el búho cantará en sus ventanas y el cuervo en su lindar (So 2, 12-15).
Tampoco Jerusalén se salvará. Sofonías acusa a sus
dirigentes, tanto políticos como religiosos, por avaros, codiciosos y
charlatanes. Son acusaciones que podrían aplicarse a muchos líderes corruptos
de hoy, incluso a sacerdotes y a gurús influyentes que manejan a las gentes
como quieren:
¡Ay de la rebelde, de la impura, de la ciudad tiránica ―no escucha la voz, no aprende la lección―, que no confía en Yahvé, que se mantiene lejos de su Dios! Sus príncipes, en medio de ella, son leones que rugen; sus jueces, lobos que cazan al anochecer, que roen hasta la madrugada. Sus profetas son unos charlatanes, unos impostores; sus sacerdotes profanan las cosas santas, abusan de la ley (So 3, 1-4).
La consecuencia será aterradora. Nada de elección ni
predilección para los hijos de Israel. Como no han aprendido la lección, serán
arrasados, como el resto del mundo:
Ni su plata ni su oro les podrán salvar el día del furor de Yahvé, en el fuego de sus celos. Toda la tierra será devorada, porque él la limpiará, sí, hará una gran purga de todos los habitantes de la tierra (So 1, 18).
El panorama es desolador. Sin embargo, Sofonías no acaba con
un mensaje de condena total. La catástrofe no será una crueldad inicua, sino
una tremenda lección para que el pueblo se renueve y se convierta. Como un
nuevo diluvio, la guerra y la destrucción precederán a una nueva creación, una
sociedad renovada, una Jerusalén nueva y gozosa:
Grita de gozo, hija de Sión, clama de alegría, Jerusalén. ¡Alégrate, exulta de todo corazón, hija de Israel! Yahvé ha alejado de ti a los que te maltrataban, hemos hecho huir a tu enemigo; Yahvé reina en medio de ti, no verás más desgracias. Ese día dirán a Jerusalén: No tengas miedo, Jerusalén, no desfallezcas. Yahvé, tu Dios, está en medio de ti, un paladín que da la victoria, que se alegra por ti con un cántico gozoso… (So 3, 14-17)
¿Cómo entender hoy este mensaje? Al anuncio de la calamidad
sigue el de la renovación. Al castigo sigue la reparación. A la lección dura
sigue una alegría exultante, la alegría del corazón renovado y sabio. Tras la
tormenta purificadora, la calma del campo que reverdece y brota en miles de
flores. Este mensaje final aporta la paz y la esperanza necesarias, la
motivación para emprender un cambio.
La pedagogía del profeta Sofonías es rotunda. Primero
provoca la alarma y el espanto; después motiva con imágenes de gozo y
prosperidad. ¿Es un método antiguo o radical? Quizás, pero funciona. A veces
las personas no reaccionamos si no vemos los dientes al lobo, por así decir.
Vivimos tan ensimismados que necesitamos un toque de atención poderoso que nos
saque del letargo. Hoy podríamos decir que muchos modernos profetas nos alertan
sobre el peligro del cambio climático, la deriva violenta de nuestros
gobernantes y la crueldad de los magnates de la economía y las finanzas que
mueven el mundo. Todo esto acabará mal, nos dicen. Parece que el Dies irae está bien próximo. Pero no
podemos quedarnos en el miedo. El miedo es un poderoso despertador de
conciencias, pero también puede paralizarnos en la impotencia. Hoy son muchos
los mensajes de alerta que corren por los medios de comunicación, la prensa
alternativa y las redes sociales. Pero ¿van acompañados de algún mensaje de
esperanza? ¿Ofrecen alternativas? ¿Motivan al cambio personal y social?
Escuchad aquí el Dies Irae de la misa de Réquiem KV 626,
de Mozart.
Nahúm: La caída de Nínive
Nínive era la capital del imperio asirio. Nínive era la esplendorosa,
la ciudad invencible, el símbolo del poder humano. Nínive, en el siglo VIII
a.C., era la Roma del Renacimiento, o la
Nueva York de nuestros días. La caída de Nínive significaba el derrumbe de todo
un mundo, de una civilización.
La ciudad fue asediada por medos y babilonios y finalmente
tomada en el 612 a.C. Los ejércitos invasores la arrasaron y jamás volvió a
recuperarse. Siglos más tarde, muchos ni siquiera conservaban memoria de ella.
Reconstrucción de la ciudad de Nínive, con sus canales, palacios y templos.
Pero a los ojos de los israelitas, oprimidos por asiria, era
una buena noticia. El enemigo no es todopoderoso, el enemigo no es invencible. Hay
alguien más fuerte. Los imperios opresores no duran por siempre. El mal no es
imperecedero… aunque caiga a manos de otro mal, igual o peor que el anterior.
¡Ay, maleza plagada de leones, es de ti de donde ha salido el que trama el mal contra Yahvé…! Yahvé ha dado una orden sobre ti: Suprimiré de la casa de tu padre las imágenes esculpidas y fundidas, devastaré tu sepulcro. El destructor ha subido ante ti, monta la guardia, vigila el camino, cíñete fuerte, ¡tensa todas tus fuerzas! El escudo de sus paladines rojea en la distancia, sus espadas son como el fuego; los hombres de la tropa visten de púrpura el día que se alinean…
Reconstrucción de la puerta de Nergal, en Nínive.
La visión de la caída de Nínive del profeta Nahum es un
poema estremecedor. Las imágenes bélicas se suceden con enorme plasticidad. Nínive
es comparada con una prostituta, una mujer experta en seducción y engaños, que
acaba siendo deshonrada. Es otra imagen de duro contraste que no deja al lector
indiferente:
¡Ay de Nínive, la ciudad sanguinaria, mentirosa, llena de matanzas y de pillaje, de rapiña interminable! Escucha: látigos y chirriar de ruedas, caballos que galopan, carros de guerra que saltan, caballeros que encabritan sus monturas. Llamas de espadas, relámpagos de venablos, víctimas en masa, montones de muertos, sin fin; tropiezan con los cadáveres. Por tantas prostituciones de la bella, experta en hechizos, la que enredaba a naciones enteras con sus prostituciones, y a los pueblos con sus encantos. Aquí me tienes contra ti, oráculo de Yahvé… Haré ver tu desnudez a las naciones, y a los reinos tu ignominia. Echaré inmundicias sobre ti, te deshonraré… Entonces cualquiera que te vea huirá de ti, dirá: Nínive está devastada, ¿quién se apenará por ello? (So 3, 1-7)
El dominador ha sido
dominado, el destructor ha sido destruido. La salvaje alegría nos puede chocar,
por su tono vengativo:
Todos los que oyen hablar de tu ruina aplauden, contentos, porque ¿sobre quién no ha caído tu maldad, sin tregua? (Na 3, 19).
Murallas de Nínive.
Nahum ve esta caída como un castigo divino por los crímenes
y abusos cometidos por Asiria. Da un contenido teológico y moral al desastre y la
conclusión a extraer podría ser esta: ningún imperio humano resiste el paso del
tiempo. Quien mata violentamente, morirá a manos de otro. Quien oprime recibirá
su castigo y los oprimidos se tomarán su revancha. Sin duda, Nahum recogía un
sentimiento general en el pueblo, algo muy natural cuando se ha sufrido mucho.
Pero el profeta va más allá de lo psicológico y hace una lectura teológica:
Dios es quien orquesta todo esto, Dios es Señor de la historia y no hay nada
que esté fuera de su control. De alguna manera, lo ocurrido con Nínive es un
recordatorio. Ningún rey, ningún emperador, puede compararse a Dios, porque un
día perecerá.
¿Qué idea os hacéis de Yahvé, Dios celoso, capaz de entrar en cólera? Yahvé se venga de sus contrarios, guarda rencor a sus enemigos. Para él son simples zarzas entrelazadas. Siendo muchos, caerán destrozados, se consumirán como la paja seca… (Na 1, 9-10)
Esta imagen del Dios justiciero que exhibe su poder con
furia nos resulta alejada del Dios misericordioso del cristianismo. No deja de
ser una expresión del sentimiento de un pueblo oprimido ante la caída de su
opresor.
Dies Irae: una recreación del Día del Señor, por Gustave Doré.
La lectura de estos dos profetas nos puede dejar en un
estado de catarsis: hemos presenciado guerras, destrucciones, muerte y
devastación. Pero al mismo tiempo, vemos que una semilla brota de entre las cenizas.
Es la semilla que contiene una vida poderosa, que viene de Dios. El mensaje
final es de esperanza, pero también de alerta. No os fiéis de los poderes
humanos. No caigáis en el pánico ante la tiranía, pero tampoco en la seducción
de la opulencia. Hoy diríamos: ni miedo ante los poderes invisibles que mueven
los hilos del mundo, ni complacencia consumista y conformista, esa actitud de
ir viviendo al día sin preocuparnos de más que de nuestros asuntos. Los
profetas nos recuerdan: sólo podéis fiaros de Dios, el único poder que no
perece. Siendo fieles a él, sobreviviréis. Y algo más que sobrevivir: resurgiréis
como las flores entre las ruinas.
Soy la testigo del apocalipsis.
ResponderEliminarAna María Espín Olmedo (testigo del apocalipsis) Facebook
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