domingo, 28 de julio de 2013

La creación: dos mitos

Los mitos de la creación, igual que hoy las modernas teorías sobre el origen del mundo y el universo, son importantes en cada cultura. Pues en ellos no solo se ofrece una respuesta a la pregunta “de dónde venimos”, sino también un pensamiento, una forma de concebir al ser humano y la realidad que lo rodea. Detrás de cada mito o teoría hay una filosofía y una visión del hombre y el mundo.

El mito, más que responder a la cuestión de cómo se formó el universo, responde al por qué. No pretende describir el proceso de forma científica, sino buscar un sentido a la realidad existente. La ciencia se centra en los hechos comprobables  y en el cómo. El por qué es una cuestión metafísica. Con estas premisas deben leerse los mitos creacionales, sin pretender buscar en ellos una teoría científica.

Vamos a comenzar con el primer libro de la Biblia y su primer capítulo, Génesis, 1. En él se relata la creación del mundo. Es interesante leer también otro mito oriental sobre la creación, el Enuma Elish babilónico, y establecer paralelismos y contrastes entre ambos relatos.

Comprobaremos cómo, siendo similares en forma, los dos mitos tienen un significado distinto y entrañan una visión del hombre, del mundo y de la divinidad muy diferente.

Un autor referente que estudió el relato del Génesis y su relación con los mitos orientales es Nahum Sarna. Seguiremos sus observaciones.

El Enuma elish: juego de dioses

Cuando en las alturas el cielo aún no tenía nombre, y la tierra firme no había sido nombrada todavía el rebelde Apsu, su engendrador, y Mummu-Tiamat, la que lo todo lo contiene,  se mezclaban, formando sus aguas un solo cuerpo.

Nos encontramos en un espacio primigenio, sin forma, sin nombre, caótico, donde dos principios entremezclados constituyen la material original: el agua. El universo surge de su unión sexual: hay, pues, un principio masculino y otro femenino. El mundo está sexuado y todo lo que existe es creado por estos dos seres ―Apsu y Tiamat―. Al principio crean dioses, monstruos y demonios, que finalmente acaban peleándose y encolerizando a Apsu. Este quiere destruirlos, la diosa Ea se opone, se enfrenta a él y lo mata. Entonces Tiamat decide vengarse y destruir a todos los dioses. Pero entre los dioses se alza un cabecilla rebelde, Marduk, que toma las riendas y emprende una guerra contra Tiamat, el monstruo femenino engendrador. Tras una batalla épica, Marduk vence a Tiamat, la mata, parte su cuerpo en dos mitades, como dos enormes conchas, y con ellas forma el mundo. Luego crea los astros como viviendas de los dioses y le encomienda a cada uno una tarea para que el cosmos siga rodando. Los dioses, que primero estaban muy contentos y agradecidos a Marduk, protestan. No quieren trabajar de sol a sol, así que Marduk crea a los humanos para que sirvan a los dioses. Ahora sí, estos lo celebran y nombran a Marduk su soberano.

Funciones del mito


Según Nahum Sarna, este mito tiene varias funciones:

―Una función mitológica: explica el origen de los dioses.
―Una función cosmológica: explica el origen del mundo y del ser humano.
―Una función social y política: el orden establecido entre los dioses es un reflejo y legitima el orden terrenal y la jerarquía de las ciudades. El rey es un Marduk, los dioses son los nobles y funcionarios. Los hombres de a pie son sus vasallos o esclavos.
―Una función ritual: la batalla entre los dioses refleja el cambio de las estaciones, la lucha entre el invierno y el verano y la victoria de la vida, que se renueva en cada ciclo. Con rituales que reproducen esta guerra se propicia a las fuerzas divinas para que favorezcan a los hombres.

Visión que se desprende del Enuma elish


Hay un principio primordial generador de la vida: el agua. Es propio de una zona que debe su vitalidad a los grandes ríos (Tigris, Éufrates), pero también su desgracia (inundaciones catastróficas).

Los dioses no son omnipotentes. Luchan entre sí, mueren, son derrotados, se enojan y se cansan, tienen debilidades y pasiones como los humanos.

Los hombres son esclavos de los dioses, juguetes de sus caprichos y venganzas. Para aplacarlos y obtener su favor, hay que recurrir a los rituales o a la magia. 

El mundo es un lugar moralmente neutro, y la naturaleza puede ser muy hostil.

Esta mentalidad y creencias recorren las culturas mesopotámicas con las que convivió el pueblo de Israel durante siglos.

Génesis, 1: la palabra creadora

En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. La tierra era caótica y desolada, las tinieblas cubrían el océano…

De nuevo aparece un panorama desolado, un caos, del que ha de surgir un cosmos ordenado. También aquí aparece un mundo acuático primigenio, pero no hay batalla que librar, ni unión sexual que engendre la vida. Solo aparece un viento, la Ruah de Dios (traducido a menudo por “Espíritu”), que aletea sobre las aguas.  La chispa creadora surge de una palabra, una orden: Haya luz.

El mundo surge, por tanto, de una voluntad inteligente y libre: la de Dios. Un Dios que está por encima de lo creado; la creación es su obra y, por tanto, pertenece a un plano distinto, no sagrado ni divino. El mundo creado es, simplemente, natural.

En el proceso creador es interesante destacar algunos recursos literarios que sirven para enfatizar las ideas clave:

―El ritmo y los paralelismos entre los seis primeros días de la creación (ver presentación adjunta). En los tres primeros días se crean los espacios y en los tres segundos los seres que los habitarán. Pero en el tercero y el sexto hay un añadido importante: en el tercero se crean los vegetales y en el sexto el ser humano, que se alimentará de ellos.

―La repetición de palabras y frases hasta siete veces: «Y dijo Dios…», «y vio que era bueno». Este «bueno» es una palabra muy rica, que traducida no expresa toda su densidad. Significa al mismo tiempo hermoso y bueno, completo, perfecto. 
Cuando Dios termina de crearlo todo, descansa en el séptimo día.

Funciones del mito


Al igual que el Enuma Elish, este capítulo del Génesis tiene varias funciones:

―No hay función teogónica, pues Dios ya existe, pero sí cosmológica: explica el origen del mundo y del hombre y separa nítidamente el plano natural del sobrenatural.
―No legitima un orden social o político, pero sí expresa una relación peculiar entre Dios y el hombre. Dios ha culminado su creación con el ser humano, lo ha hecho «a su imagen» y tiene una misión para él: le da el encargo de crecer, multiplicarse y cuidar la tierra. Hay una relación personal, directa, entre creador y criatura.
―Una función ritual: explica la importancia de guardar el sábado como día de descanso y culto a Dios.

Visión que se desprende de Génesis, 1


Dios es el principio y origen de todo: se puede decir que todo cuanto existe depende de él. Es el fundamento de la existencia. En términos más filosóficos, es el ser en plenitud, el que es, y el que da el ser a los otros.

Separando el nivel divino del natural, el mundo, la naturaleza, pierde su carácter sagrado. No hay dioses ni seres mitológicos: solo existe Dios y el mundo natural, tal como lo conocemos.

El ser humano no es un juguete de los dioses, sino hecho «a imagen de Dios». Esto le da un estatus especial en el mundo. Es importante. Y su vida es sagrada. No hay mayor crimen que atentar contra la vida humana. De ahí el respeto a la vida y su protección. El asesinato es un delito que jamás podrá resarcirse.

Como semejante a Dios, el hombre es libre, es inteligente, puede tomar decisiones. No es una víctima a merced de los caprichos de la naturaleza o de los dioses. Pero, ¡atención!, tampoco es un dios. No es todopoderoso.

El mundo está regido por un orden moral, según el designio divino. Dice la profesora C. Hayes que una oleada de optimismo recorre los versos del Génesis cuando se repite el estribillo «y vio que era bueno». El mundo es la obra de arte de Dios, y en su origen todo es bello y bueno.

Pero… la realidad topa con esta visión ideal del mundo y del hombre. Hay dos misterios que también recorren la historia de la humanidad, despertando interrogantes y hallando  difícil respuesta: el mal y la muerte.

El misterio del mal


Para los pueblos mesopotámicos la mortalidad era una realidad que teñía de tintes trágicos la vida. Inevitable, nadie podía escaparse a sus garras. Uno de los mitos más conocidos, el poema de Gilgamesh, trata este tema. El hombre persigue la inmortalidad y busca su fruto en un árbol, el árbol de la vida, que también aparece en el Génesis (2). Pero en el mito hebreo aparece otro árbol que de inmediato cobra más importancia que el de la vida: el árbol del conocimiento del bien y del mal. Conocer, distinguir entre el bien y el mal, otorga la opción de elegir y, por tanto, la libertad.

La moralidad, en el mito hebreo, es más relevante que la inmortalidad. De la elección del ser humano dependerá su futuro. Y en ese momento clave de elegir Dios se retira y deja que el hombre escoja libremente, sin coaccionarlo ni obligarlo. Las consecuencias de esa elección son entera responsabilidad del hombre.

Génesis, 1 vincula la mortalidad con el mal y el mal con la libertad. A diferencia de otros pensamientos politeístas o dualistas no propone el mal como principio metafísico absoluto. No hay un mal originario. El mal es consecuencia de la autonomía moral del ser humano. En este caso, es fruto de una desobediencia. Una vez el hombre ha comido el fruto prohibido, es expulsado del paraíso y ya no puede acceder al árbol de la vida: ha perdido la inmortalidad y deberá vivir del sudor de su frente, afrontando los dramas y las vicisitudes propias de la humanidad: el amor y la guerra, la lucha entre sexos, la dominación y la posesión, el dolor, la dureza del trabajo para sobrevivir… En realidad, el Génesis está explicando de forma mítica por qué la vida humana es así. Y pone el acento, no tanto en un destino fatal o en la voluntad de los dioses, sino en la propia libertad humana.

Si en el pensamiento griego la tragedia es que el hombre es grandioso, semejante a un dios, pero se topa siempre con sus límites y con la muerte, en el pensamiento hebreo el drama humano se desarrolla en su relación con Dios: la misma libertad que permite que creador y criatura se amen y vivan en armonía puede permitir la ruptura de este amor y sus consecuencias: violencia, lucha, muerte.

Por tanto, la libertad trae consigo acarreada la responsabilidad.  Vemos cómo la Biblia huye del fatalismo ciego y del hombre víctima de su destino. El ser humano es agente, protagonista y responsable de su futuro. Esta es la visión del hombre que se desprende del Génesis.

¿Por qué elige el mal? ¿Por qué Dios lo hace libre? Son interrogantes que siempre quedan abiertos y que los siguientes capítulos del Génesis intentan responder…


domingo, 21 de julio de 2013

La revolución monoteísta

Antes de entrar a estudiar cada libro de la Biblia, veamos más a fondo la idea que vertebra y recorre todas las páginas de la Biblia: la noción de un solo Dios, todopoderoso, libre y bueno.

El monoteísmo, dentro del panorama religioso del mundo, es una rareza. Esto, y el hecho de que sea el fundamento y motivo de supervivencia de un pueblo que parecía destinado a la extinción, lo hacen merecedor de estudio, aunque solo sea desde un punto de vista antropológico y filosófico. Por otra parte, el monoteísmo es la raíz de tres religiones cuyos creyentes suman casi la mitad de la población mundial, y su influjo en la cultura occidental es innegable.

En el s. XIX, por influencia del evolucionismo y los estudios históricos, se sostuvo que en las religiones del mundo se daba también una progresión:

―animismo,
―politeísmo,
―henoteísmo o monolatría,
―y finalmente, monoteísmo.

Esta gradación suponía que el monoteísmo era el estadio más avanzado de la religiosidad y alentaba prejuicios contra las otras creencias, así que con el tiempo fue rechazada.

Yehezkel Kaufmann rebatió esta teoría y propuso que el monoteísmo, más que fruto de una evolución religiosa, era una revolución. En su obra estudia las características de los sistemas politeístas y las del monoteísmo, las compara y extrae sus conclusiones. Aunque ya las vimos resumidas en otra entrada, vamos a exponerlas.

El politeísmo

Las religiones politeístas presentan estos rasgos:
  1. Existen múltiples dioses, ninguno de ellos todopoderoso, que a menudo luchan entre sí y están sometidos a una fuerza sobrenatural superior.
  2. Los dioses tienen origen e historia: hay una mitología y teogonías.
  3. La frontera entre lo divino y lo natural es fluida y porosa: algunos humanos pueden deificarse, los dioses se aparean con hombres y mujeres mortales, etc.
  4. El poder es algo material, asociado a alguna sustancia, ya sea agua, fuego, un mineral o elemento de la naturaleza: quien lo posee es poderoso.
  5. La magia es una forma de manipular esa sustancia de poder para influir en el mundo divino y atraer los favores de los dioses.
  6. El culto reproduce los procesos naturales, reflejo de las luchas divinas, y se utiliza como medio para aplacar a los dioses y obtener beneficios.
  7. El mal es una realidad metafísica en plano de igualdad con el bien: existe un principio del bien y otro del mal, que se enfrentan.
  8. El universo es amoral (no inmoral): no hay una ley absoluta ni una ética fija, cambian según prevalezca uno u otro dios (o uno u otro rey).
  9. El hombre debe buscar su salvación por sí mismo, recurriendo a los ritos y a la magia, pues los dioses no se preocupan por él (bastante tienen con sus guerras). A veces los humanos son juguete de las iras o caprichos divinos.

De aquí podemos concluir que la importancia de los ritos es crucial: mediante ellos, los humanos pueden de alguna manera influir en el mundo sobrenatural y conjurar la incertidumbre y las calamidades de la vida.

El monoteísmo

El monoteísmo surgido en Israel tiene estas características:
  1. Existe un solo Dios, todopoderoso y trascendente, más allá del mundo natural.
  2. Dios no tiene origen ni historia, no hay mitología ni teogonías, siempre ha sido, es y será.
  3. Hay una clara frontera entre lo natural y lo sobrenatural, son dos reinos distintos. La naturaleza queda desacralizada.
  4. El poder está en manos de Dios.
  5. No hay magia válida, ni adivinación: a Dios no se le puede manipular.
  6. Tampoco sirven los rituales propiciatorios. El único culto a Dios es la fidelidad y la adhesión a su voluntad. Las fiestas ya no celebran los ciclos naturales, sino eventos históricos puntuales donde se manifiesta la intervención divina.
  7. El mal no es una realidad metafísica, sino la consecuencia de la conducta humana, fruto de su libertad. No hay un principio del mal, sino una opción moral.
  8. El universo está sujeto a una ley moral que emana de Dios. Su voluntad es la ley.
  9. Dios desea la salvación del hombre: se comunica con él, interactúa con él, le ofrece su amor. Pero el hombre es libre para aceptarla o rechazarla.

Conclusión: lo más importante no son los ritos, sino la relación que el ser humano establece con Dios, libremente. Por tanto, el hombre es responsable de acatar la voluntad de Dios o no, asumiendo las consecuencias. La ética es más importante que el culto.

Pero ¿cómo surgió?

¿Cómo surge una idea tan novedosa? No fue fruto de un día; el monoteísmo en Israel se fue desarrollando con el paso de los siglos. Muchos relatos de la Biblia nos dejan ver que, en tiempos antiguos, los israelitas practicaron una religión sincrética con elementos de otros pueblos: en varios pasajes vemos cómo en los hogares se guardaban ídolos protectores o de la fecundidad; en otros vemos cómo Yahvé es considerado el primero, o el más poderoso entre los dioses; en otros se nos habla de seres sobrenaturales ―los nefilim, los gigantes―; la magia y la adivinación fueron prácticas muy habituales en tiempos de los jueces y la monarquía…

Kaufmann y otros autores consideran que el monoteísmo arranca de los tiempos de Moisés y el éxodo. Ahí nace la creencia en un Dios personal que salva a su pueblo y lo acompaña por el desierto. Esta fe del pueblo nómada topó con la exuberante religiosidad cananea al llegar a la tierra prometida. El conflicto entre la fe del desierto y la fe agraria fue constante durante siglos y se refleja en las páginas bíblicas. Los profetas fueron grandes adalides del monoteísmo: el más llamativo y el primero de todos ellos fue Elías. En tiempos de algunos monarcas, como Josías, se fue afianzando la fe en Yahvé como dios único. Y en el exilio y el post-exilio se consolidó todavía más, hasta cristalizar en la convicción que permea toda la Biblia, tal como la conocemos hoy.

La pregunta última, sin embargo, queda sin responder. ¿De dónde surge esta convicción, esta fe en un solo Dios que está más allá de todo y a la vez actúa en el más acá, metiéndose hasta el cuello en los asuntos humanos? Aparte de la explicación histórica y racional: que fue una elaboración progresiva a lo largo del tiempo, respondiendo a las circunstancias que vivía el pueblo, creo que se puede aventurar una explicación más simple y radical. A mi ver, estos puntos de inflexión en la historia no surgen de una acción premeditada y planeada por un grupo, sino de una experiencia, íntima, personal y transformadora. En otras palabras: una experiencia mística que vive una persona, o un pequeño grupo de personas. En ese momento, mirado y tocado por la divinidad, un hombre, una mujer, puede dar un vuelco a su vida y provocar el cambio en el destino de toda una comunidad. Esta vivencia, compartida y transmitida, se convierte en la experiencia común de todo el pueblo. Todos son mirados por Dios, todos reciben su gracia. Todos son llamados a liberarse de los yugos y a iniciar una vida nueva, libre y más plena.

Por eso creo —opinión personal, aunque compartida con otros— que el relato de la zarza ardiente, más allá de la literatura, encierra una verdad, quizás demasiado vertiginosa y honda como para ser traducida en palabras corrientes, pero que puede ser contada en forma de poesía. Es un pasaje que pide liberarse de prejuicios y dejar que el texto hable por sí solo: descálzate, líbrate de ideas preconcebidas y reticencias, abre los oídos y escucha… porque estás pisando terreno sagrado.

Dos concepciones distintas de raíz

Para las tribus nómadas que venían de una vida austera en el desierto la religión cananea, con sus rituales de la fecundidad y sus orgías sagradas, debió resultar enormemente atractiva. De hecho, la fe en Yahvé liberador convivió durante siglos con las creencias politeístas y el culto a los dioses del panteón cananeo.

¿Por qué ambas religiosidades se enfrentaron? ¿No hubieran podido fusionarse y convivir pacíficamente? En realidad, el enfrentamiento se produjo porque ambas comportaban dos visiones del mundo, de Dios y del hombre radicalmente opuestas.

Las tabletas de Ras Shamra, la antigua Ugarit, nos revelan muchos detalles del culto en Canaán. La religión estaba estrechamente vinculada con el sexo, vehículo propiciador de la fertilidad de la tierra. Los ciclos naturales eran un reflejo de la guerra eterna y cíclica entre el dios creador y de la tormenta ―Baal― y el dios del inframundo ―Mot―. En primavera vence la vida; en invierno Mot se alza con el poder. La unión entre Baal y su consorte, Anat, trae la fecundidad sobre la tierra. Por tanto, la unión sexual entre los humanos es una forma de reproducir ese acto sagrado que asegura una buena cosecha. El sexo se convierte en parte del ritual.

Para el creyente en Yahvé el sexo no es malo en sí. De hecho, es un mandato de Dios ―creced y multiplicaos―. Pero es un acto natural, no sagrado. Dios es señor de la naturaleza y de la historia y no necesita cultos propiciatorios. Si el hombre acata su voluntad y permanece fiel a Yahvé, será bendecido y no tiene por qué comprar favores.

Ante una visión retributiva de la religión ―te doy para que tú me des― encontramos otra visión ―Dios me da porque quiere―. En la primera, el hombre ha de merecer el favor divino y lo obtiene mediante rituales. En la segunda, el hombre no hace méritos y es libre de aceptar o no la oferta de Dios.

Es evidente que esta segunda creencia resulta más exigente e incómoda, porque involucra la libertad humana y pide, también, asumir las consecuencias de la decisión tomada. Aceptar el don de Dios conlleva un cambio de vida y una serie de actitudes vitales. Ya no hay un mecanismo automático para obtener favores de Dios. Es más difícil entregar el corazón que dedicar un tiempo a un rito. Es más fácil “cumplir” unos preceptos que adoptar una conducta y mantenerla.

Christine Hayes comenta en su curso que en el seno de la comunidad israelita se dio una auténtica “guerra civil” religiosa en la que prevaleció el monoteísmo, finalmente, no sin luchas y tensiones. Esta pugna marca la historia del pueblo y se refleja muy bien en los libros de los Jueces, Samuel, Reyes y en los escritos proféticos.

El tema resulta de actualidad pues la tendencia a una fe retributiva, del premio y del castigo, es una constante en todas las religiones, también dentro de las monoteístas, hasta el día de hoy. Muchas prácticas cristianas, judías y musulmanas caen en esta dinámica del do ut des ―doy para que me des―, la mercantilización religiosa contra la que han luchado tantos maestros y profetas. Es una tentación que surge continuamente, un conflicto interno que, aunque hiere, también alienta la vida interna de la comunidad religiosa, estimulándola a una superación.



domingo, 14 de julio de 2013

La Torá o Pentateuco

Cuando comenzamos a leer la Biblia nos encontramos con un conjunto de cinco libros fundamentales: el Pentateuco o Torá.

Si la Biblia es la biblioteca nacional del antiguo Israel, podemos decir que la Torá es su constitución o Carta Magna. Torá se traduce por ley, pero sería más exacto decir enseñanza o instrucción. En la Torá se contiene el fundamento del pueblo de Israel y su identidad más honda.

Normalmente, en una constitución hay un pequeño preámbulo histórico y sigue un cuerpo de leyes. En la Torá es distinto: la parte histórica es muy amplia, ocupa por lo menos la mitad de los escritos y a menudo aparece mezclada con las leyes. Además, estas leyes forman grupos bien diferenciados y, en ocasiones, se solapan o incluso contradicen. De manera que nos encontramos ante una constitución literaria y  muy peculiar, sujeta a discusiones e interpretaciones.

Qué cuenta el Pentateuco

Veamos a grandes rasgos los cinco libros que forman la Torá y su contenido:

―El Génesis relata la creación del mundo, la historia de la primitiva humanidad, la aventura de los patriarcas, raíz del pueblo de Israel, y las primeras alianzas de Dios con los seres humanos. Termina cuando los hijos de Jacob, el tercer patriarca, se establecen en Egipto huyendo del hambre.

―El Éxodo nos relata la esclavitud del pueblo hebreo en Egipto, la liberación tras grandes portentos realizados por Dios, la marcha del pueblo por el desierto conducido por Moisés y el establecimiento de la alianza de Dios en el Sinaí, con la dación de la ley. En el Éxodo ya aparecen varios códigos legales y dos decálogos.

―El Levítico es un corpus legal, enteramente, donde podemos estudiar ciertos conceptos que marcaron la cultura israelita, como el de santidad y pureza, así como sus principios éticos. Es interesante comparar la legislación israelita con la de otros pueblos orientales de su tiempo y ver las similitudes y las diferencias.

Números es un libro complejo que agrupa relatos de la marcha del pueblo por el desierto, con sus rebeldías y conflictos, y fragmentos legales, así como listas de las tribus de Israel y sus miembros.

―El Deuteronomio ―o Segunda Ley― es un libro fascinante, muy diferente en cuanto a estilo de los otros cuatro, que recoge cuatro discursos de Moisés, en teoría pronunciados antes de que el pueblo entre en la tierra prometida. Finaliza con el panegírico de Moisés y su muerte en los llanos de Moab, antes de poder entrar en Canaán. En estos discursos se resume la historia de Israel, su alianza con Dios y el fundamento de su ley. Se puede considerar como el testamento de Moisés y el documento fundante del pueblo. Aunque veremos que, en realidad, este libro fue escrito mucho después de los acontecimientos que relata y la figura de Moisés como orador es un recurso literario para dar legitimidad y fuerza al contenido del libro.

¿Quién escribió la Torá?

Durante siglos se atribuyó la autoría de la Torá a Moisés. Así lo creían los judíos en tiempos de Jesús y así se recoge en los escritos del Nuevo Testamento. Sin embargo, una lectura atenta de la Biblia nos permite detectar las incongruencias y una serie de detalles que llevan cuestionar esta convicción. San Jerónimo, traductor de la Biblia de los LXX al latín en el s. IV, ya observó algunas de estas contradicciones. En la Edad Media, varios autores señalaron que era imposible que Moisés hubiera escrito el Deuteronomio, pues en él se recogen hechos posteriores a su muerte, entre otras cosas. La perspectiva con que están escritas muchas partes de la Torá sugería una autoría bastante posterior.

Con la Edad Moderna, la Reforma y la Contrarreforma se fue profundizando el estudio sobre la Biblia. El P. Lagrange, en el s. XVIII, se considera pionero de la exégesis. El interés por la historia en el s. XIX aupó la investigación histórica y crítica y, finalmente, en el s. XX han surgido muchas hipótesis y teorías a medida que se realizaban nuevos hallazgos, tanto literarios como arqueológicos, y se profundizaba mejor en la materia (ver presentación adjunta).

Hoy los expertos en Biblia aceptan que el Pentateuco es una compilación de escritos varios, reelaborados y editados por un grupo de sacerdotes del templo de Jerusalén en la época de la restauración de Israel, es decir, bajo el imperio persa, en el s. V. Pero las fuentes del Pentateuco son mucho más antiguas y pertenecen a diferentes épocas.

Las fuentes de la Torá

Se podría decir que el Pentateuco se ha escrito de adelante hacia atrás: es decir, los primeros capítulos (Génesis) son los más recientes, y los relatos que literariamente pertenecen a un tiempo más antiguo son los más nuevos (la creación, el diluvio, los patriarcas).

¿Qué ingredientes se sumaron para componer la Torá?

―Antiguas tradiciones orales y relatos legendarios con base real sobre héroes y personajes cuya memoria perduró en el pueblo: los patriarcas, Moisés, Josué.
―Mitos y tradiciones de la antigua Mesopotamia: Enuma Elish, Gilgamesh, Atrahasis… (la creación, la búsqueda de la inmortalidad, el diluvio). Estos relatos se tomaron durante la época del exilio como base literaria, pero dándoles un significado teológico muy distinto al mito original.
―Cuerpos de leyes de diferentes épocas: algunos de ellos son posiblemente los textos escritos más antiguos.
―Libros escritos durante el exilio en Babilonia y después del exilio: el Deuteronomio y el Levítico, este último elaborado en la época de la restauración.

La redacción de la Torá

Todos estos componentes fueron sabiamente combinados y cosidos para formar un tejido rico y multicolor:

―El Deuteronomio se redacta como un manifiesto para mantener unido al pueblo: recordando su origen común, su pasado, su historia, las intervenciones de Dios a su favor, la alianza establecida con él.
―Se reúnen los códigos legales y se les dota de un marco narrativo para situarlos en la historia y darles legitimidad: el peregrinar por el desierto.
―Se relata la historia del pueblo: los patriarcas, sus vicisitudes, el Éxodo o salida de Egipto, la alianza en el Sinaí, la marcha por el desierto hacia la tierra prometida.
―Una vez se ha completado la historia del pueblo, los hombres se preguntan por algo más allá, e indagan en el origen de la humanidad y del mundo. Así, bajo la influencia de los grandes relatos orientales conocidos durante el exilio en Babilonia, se redacta la primera parte del Génesis, donde se precisa que el Dios liberador de Israel es también el Dios creador del mundo, y que su alianza con el pueblo elegido ha sido precedida de una primera alianza de Dios con toda la humanidad.

La intención de la Torá

J. L. Ska resume la intención de los autores de la Torá con esta frase: «contar para unir». Los relatos fundacionales del pueblo sirven para no perder la memoria. En el destierro, cuando el pueblo ha perdido su patria, su capital, su templo, ya solo quedan la fe y la tradición, los círculos familiares y la vida cotidiana como ámbito donde preservar la identidad.

Con esta memoria bien viva, Israel puede seguir siendo un pueblo aunque carezca de tierra. Y así ha pervivido hasta hoy. La Torá, en palabras de Ska, es «la patria portátil», ese lugar que todo hebreo habita y conserva en su corazón.

La Torá es un relato de cómo el pueblo vive su historia, y de cómo en esta ve la intervención divina. Atesora los valores fundamentales y el destino de ese pueblo. ¿Cuáles son?

Israel fue un pueblo pequeño, de origen nómada, y padeció sucesivas dominaciones y esclavitud a manos de otros imperios. Su anhelo más profundo siempre fue la independencia y la libertad. El destino de Israel es ser un pueblo libre.

De este discurso se deriva una reflexión sobre la naturaleza del poder humano y una fuerte crítica hacia los imperios circundantes. El pensamiento bíblico desconfía de las monarquías y los imperialismos. Rechaza la soberanía absoluta de los reyes y pone su única confianza en el Dios que guía y acompaña al pueblo. Este Dios defiende la libertad y la dignidad de su gente, estableciendo una ley donde la vida humana es sagrada e inviolable y donde la solidaridad y la protección del débil son cruciales.

Evidentemente, la historia desafía continuamente la fe en este Dios. Si es el defensor del pueblo, ¿por qué este cae sometido a las potencias extranjeras? ¿Por qué se producen conflictos, divisiones y guerras internas? ¿Cómo conciliar estos hechos con la creencia en un Dios todopoderoso y bueno?

Son temas que irán surgiendo e iremos viendo cómo los autores bíblicos los abordan y qué explicaciones dan.

Pero ¿cuánto de todo esto es verdad?

¿Qué hay de verdad en los relatos bíblicos de la Torá? Ya hablamos de la noción de “verdad” en el mundo clásico y en el mundo semita. Para Israel, verdad es la experiencia íntima, vivida en persona y en comunidad, que marca y cambia el rumbo de la existencia.

Preguntarse qué hay de verdad en el Pentateuco es como preguntarse por la veracidad de los relatos de Homero. ¿Hubo una guerra de Troya? ¿Hubo un éxodo? ¿Existieron Aquiles, Agamenón, Príamo, Héctor? ¿Existieron Abraham, Jacob y Moisés?

Durante mucho tiempo se pensó que los hechos relatados en la Ilíada eran pura fábula, hasta que un crédulo llamado Schliemann fue y excavó, y encontró no una, sino siete Troyas. Siguió con sus pesquisas y encontró Micenas. ¿Hubo un rapto de Helena y un ataque de la coalición aquea contra Troya? Si no fue tal como lo cuenta Homero, es muy probable que algo similar ocurriera. De forma menos literaria, por razones menos románticas, pero no podemos descartarlo.

Una ciudad deja huella; un campamento nómada no. Una guerra también deja su cicatriz en la historia; la fuga de unos cuantos esclavos no es digna de ser recordada. Pero la memoria, a veces, resulta más sólida que la piedra. Y la palabra transmitida recorre el tiempo y supera la barrera de la muerte. Las tradiciones orales mantienen el recuerdo y la letra escrita lo hace perenne. Así ocurrió, posiblemente, con los relatos homéricos. Así debió ocurrir con el relato del éxodo.

Afirman los biblistas que el corazón del Pentateuco se resume en este párrafo del Deuteronomio, una antiquísima oración ritual que se pronunciaba en las fiestas de la cosecha:
«Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, poderosa y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Clamamos entonces a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel…» (Dt 26, 5-10)
Una oración echa sus raíces en lo más hondo de la memoria colectiva. A partir de esta plegaria de acción de gracias, es posible construir toda una narrativa creativa, echando mano de tradiciones populares, leyendas y recursos literarios, para explicar cómo el pueblo ha llegado a su presente, y cuál es su vocación de futuro. Es lo que algunos biblistas han llamado la épica yahvista.

En cuanto a los personajes, tanto los patriarcas como Moisés formaban parte de la memoria colectiva como héroes populares. Fueron incorporados a esta épica y sus figuras fueron embellecidas y teñidas de toques legendarios, pero muy posiblemente todos ellos fueron personajes reales de los que apenas sabemos nada. El personaje bíblico oculta la persona real, histórica. Pero una lectura sensible, entre líneas, nos puede desvelar algunos rasgos. En todo caso, para disfrutar de los relatos y captar su sentido, no necesitamos saber más.

Relevancia de la Torá

Lo que la épica de Homero fue para la antigua Grecia, la Torá lo es para Israel. No solo es un libro fundacional, sino que contiene unos valores referentes para todo el pueblo. De la misma manera que los griegos echaban mano de la Ilíada para dirimir conflictos, y se inspiraban en ella a la hora de tomar decisiones o legislar, el judío se inspira en la Torá para regir toda su vida. No es que el Pentateuco contenga toda la ley de Israel. En el día a día, los hebreos, como cualquier otro pueblo, debían basarse en el derecho consuetudinario, y posiblemente tenían otros corpus legales más precisos para situaciones concretas. Pero la Torá es el referente.

¿Qué valores se desprenden de estos relatos? El de la libertad. Pero tan importante como este es la conciencia de ser liberado por Dios. El israelita toma conciencia de que su comunidad ha sido tocada por la mano divina. Es Dios, un Dios personal que dialoga con el hombre, quien libera y salva, entrando de lleno en la historia humana. Antes que como creador, el israelita ve a Dios como salvador y liberador. 

Otros valores irrenunciables, que se desprenden de la alianza con Dios, son la sacralidad de la vida humana, el rechazo de la esclavitud, la importancia de la buena convivencia y la fraternidad, el cuidado de los pobres y los más vulnerables, muy remarcable en los códigos legales. En otros códigos del antiguo Oriente sería insólito leer, por ejemplo, decretos como este: «No tendrás odio a tu hermano en tu corazón», o «Amarás a tu vecino como a ti mismo» (Lev 19, 17-18).

El aspecto civil y el religioso son inseparables. Delito equivale a pecado. Cumplir la ley es hacer la voluntad de Dios, imitarlo, en cierto modo. A lo largo de todo el Levítico se repite como un estribillo esta frase: harás esto o lo otro «porque yo soy Yahvé, tu Dios». Esta fusión de lo legal y lo religioso llama a una unidad de vida, donde hay una coherencia entre fe y acción, entre pensamiento y obra. La vida del israelita se convierte así en una liturgia, en una continua acción de gracias, ofrenda al Dios que otorga la vida y la libertad.

jueves, 11 de julio de 2013

Antes de leer la Biblia

¿Por qué abrimos una Biblia? Algunos lo hacen por curiosidad, otros por motivos religiosos, otros por su interés literario. Los creyentes estamos habituados a escuchar fragmentos, dispersos y escogidos para un determinado contexto litúrgico. Diría que muy poca gente se pone a leerla de corrido, o al menos un libro entero seguido, como cualquier otra obra literaria. Tal vez no les falte razón a quienes dicen que la Biblia es quizás el libro más vendido y difundido en el mundo, pero uno de los menos leídos.

Quien busque en la Biblia una lectura devota y moralista, pronto quedará abrumado y confundido. Quien la lea solo desde el punto de vista literario, podrá apreciar sus cualidades, pero en algún momento le chocarán sus contradicciones y costuras aparentemente mal cerradas. Quien quiera leerla con ojos de historiador se topará con infinidad de errores o imprecisiones mezclados con datos verídicos. Quien la lea como un filósofo o un antropólogo encontrará mil argumentos para apoyar una idea y los mismos para sostener la contraria.

¿Cómo leer, cómo entender la Biblia?

Desde una óptica literaria y cultural, la profesora Christine Hayes nos habla de no perder la vista del conjunto. El todo es más que la suma de las partes, afirma. Por muy variados y contradictorios que puedan aparecer sus diversos libros y pasajes, el todo que recopilaron los redactores finales de la Biblia forma un conjunto polifónico de gran riqueza, y el lector puede disfrutar si aprende a distinguir y saborear todos sus matices.

Los biblistas recomiendan un estudio básico de la Biblia y tener en cuenta ciertos factores:

―fue escrita por israelitas, en un contexto histórico y en un lugar,
―refleja la mentalidad israelita antigua,
―utiliza un lenguaje, unas imágenes y unos recursos literarios propios de la cultura semítica.

Además, no hay que olvidar otros aspectos: la intención con que la Biblia fue editada y los destinatarios de su mensaje. La redacción de sus libros ocupó un periodo de casi mil años. A lo largo de su historia, Israel fue percibiendo un significado distinto en cada libro y nuevas relecturas se fueron añadiendo al sentido original de los escritos. De ahí que en un libro muy antiguo, como el de Josué, encontremos fragmentos posteriores, comentarios y añadidos a lo largo del relato y al principio y al final de éste. Lo mismo sucede con otros libros, tanto históricos como proféticos.

Historia y Realidad

Quienes quieran ver en la Biblia un libro de historia se van a encontrar con muchas inexactitudes y errores: no se puede leer como una crónica o un reportaje riguroso sobre los hechos. Pero tampoco es cierto que la Biblia sea una serie de fábulas inventadas. Los acontecimientos narrados en la Biblia tienen un sustrato real y han sido referentes para muchos investigadores y arqueólogos. Pero llegados aquí hemos de distinguir entre la mentalidad occidental, heredera de la greco-latina, y la mentalidad oriental, con la que fue escrita la Biblia.

― En la mentalidad occidental la verdad se identifica con la razón y lo comprobable empíricamente. Es una concepción lógica de la realidad. El hombre es un ser que piensa.

― En la mentalidad oriental,  la verdad se asocia a la experiencia vivida. Lo real es lo existencial. El hombre es un ser que actúa.

Por tanto, la Biblia, en este sentido oriental, sí es historia. Es el relato de la experiencia vivida por un pueblo. ¿Qué experiencia? La de una comunidad humana interpelada por Dios. Es una historia interior, si se quiere. Marcada por unas vivencias fundamentales. La más importante de ellas es la liberación del cautiverio y la esclavitud, con la conciencia de que la mano de Dios ha intervenido en su historia.

Más que redactar una crónica, la Biblia recoge una serie de testimonios sobre la vivencia de un pueblo.

Quiénes eran los hebreos

La palabra hebreo, que se puede identificar con el término habiru, presente en fuentes egipcias y mesopotámicas, designaba más que a un pueblo a una serie de gentes nómadas. Formaban tribus mezcladas que se dedicaban a actividades diversas, desde el pastoreo, pasando por el comercio o el transporte, hasta el bandolerismo o la guerra, como mercenarios. Las historias de los patriarcas, especialmente las de Abraham y Jacob, muestran el tipo de vida de estas gentes.

El pueblo de Israel como tal nace a partir de la experiencia del éxodo. Durante la época de los jueces se va consolidando, nucleado en las doce tribus, y en el s. X a.C. se aglutina en un reino, bajo la monarquía de David y Salomón.

Por tanto, en el origen de los israelitas confluyen varios grupos humanos:

Nómadas, de vida precaria y arriesgada. Su experiencia religiosa era la de un Dios que los acompañaba en su camino.

Seminómadas, en busca de una vida más segura y estable. Su experiencia de Dios: es el dador de la tierra, el que fecunda el campo y el ganado.

―Emigrantes: son los desarraigados, que buscan sustento en otros países. En ellos se desarrolla la creencia en un Dios que no soporta la opresión y la esclavitud.

La influencia de los imperios vecinos

Israel no fue ajeno al influjo de las civilizaciones que lo rodeaban. Bebió de la fuente del legado cultural del antiguo Oriente Medio. Su visión rompedora sobre Dios y el hombre convivió con la mentalidad de otros pueblos. Podríamos decir que hubo tres culturas que especialmente incidieron en la hebrea: Egipto, Mesopotamia y Canaán.

Cosmovisión egipcia

La civilización egipcia, ubicada en el fértil valle del Nilo, desarrolló una religiosidad optimista, de dioses más o menos benévolos y generosos, con una firme creencia en la vida en el más allá.

Cosmovisión mesopotámica

Las civilizaciones entre el Tigris y el Éufrates, situadas entre ríos que a menudo se desbordaban y en una naturaleza más hostil, alimentaron una visión más pesimista. Los dioses de estas culturas son caprichosos, celosos y vengativos. El ser humano ve cómo su vida termina en la muerte y el más allá es sombrío y espantoso. Su única forma de pervivencia es conseguir la fama y el honor durante la vida mortal (ver poema de Gilgamesh).

Cosmovisión cananea

En Canaán, corredor de paso entre las grandes potencias del Medio Oriente, tierra de montes y valles fértiles, se desarrolló una cultura agraria muy jerarquizada, entorno a reyezuelos locales, donde los dioses encarnaban las fuerzas de la fertilidad y la naturaleza. Para conseguir buenas cosechas y una vida próspera, el hombre ha de seguir ciertos ritos y prácticas, muchos de ellos relacionados con el sexo y la fecundidad. Se instaura así una dinámica religiosa de retribución-castigo.

Un anuncio que se repite

El leitmotiv o anuncio que recorre las páginas de la Biblia y constituye su hilo conductor es un mensaje de liberación. Resumiéndolo en pocas palabras: éramos esclavos y Dios nos ha liberado. Dios escucha el clamor del pueblo y, viendo la opresión que sufre a manos de otros imperios, actúa para sacarlo de la esclavitud. Israel es libre, ha sido mirado con predilección por Dios y establece un pacto con él.

El siguiente paso, tras la liberación, es la donación de la tierra. La posesión de la tierra, tema crucial en la época de los jueces y la monarquía, deja de serlo después del exilio de Babilonia, cuando el pueblo ha perdido su raíz geográfica y debe sobrevivir en medio de una cultura extranjera. A partir de entonces, ya no será la tierra la que otorgue entidad al pueblo, sino la alianza o pacto con Dios, la Ley.

Una historia que puede ser nuestra historia

Para comprender algo a fondo es necesario no solo el entendimiento racional, sino una implicación emocional más fuerte. Amar una realidad, un escrito, una obra de arte, nos permitirá penetrar en su significado más profundo. Esto ocurre también con la Biblia.

El de la Biblia no es tanto un discurso científico como un discurso creador, destinado a provocar una reflexión y un cambio en el lector.

Aunque la Biblia recoja la epopeya de un pueblo concreto, su sentido puede aplicarse a muchas realidades humanas y a la vida particular de cada persona. Es, en cierto modo, también nuestra historia.

Todos tenemos un génesis, unos primeros años de vida llenos de esperanzas, cambios y promesas. Todos hemos vivido un momento clave de éxodo, de salida de nosotros mismos o de liberación del pasado, ese momento en que forjamos nuestra identidad y nuestro destino. Todos hemos luchado por nuestra tierra prometida y nos hemos establecido en ella, a través de paz y de tormentas. Y posiblemente muchos hemos vivido nuestros exilios particulares, nuestras noches oscuras, periodos de crisis profunda que nos han invitado a la reflexión y a un reenfoque de nuestra vida. De esas crisis hemos salido transformados y, en cierto modo, fortalecidos. La historia de Israel reflejada en las páginas de la Biblia puede ser un espejo de la historia del ser humano en busca de sentido. Por eso la lectura de la Biblia siempre tiene algo nuevo y algo viejo, algo universal y algo personal e íntimo que decirnos.

Descargar presentación de Introducción a la lectura de la Biblia:

domingo, 7 de julio de 2013

¿Qué es la Biblia?

La mayoría sabemos que la Biblia en realidad no es un libro, sino una colección de libros, aunque los encontramos agrupados en un tomo. Mejor aún sería decir que es una biblioteca y, como tal, contiene libros de diferentes autores, épocas y géneros. Pero, ¿cuál es el hilo conductor de esta biblioteca? Los libros incluidos en la Biblia nos relatan la epopeya de un pueblo, Israel, y su relación especial con alguien que les da la razón de ser y la esperanza para seguir existiendo: Dios.

Un pueblo


El pueblo de Israel, como leemos en algunas páginas de la misma Biblia, es posiblemente uno de los más insignificantes de la historia humana. No fundó vastos imperios ni construyó grandes obras arquitectónicas y artísticas. Surgió como un puñado de tribus nómadas y seminómadas que, en un momento dado, se establecieron en el territorio llamado Canaán. A lo largo de su historia fue invadido, deportado, perseguido y su cultura oprimida por diversas potencias. Cualquier otro pueblo de la antigüedad, en estas condiciones, hubiera desaparecido en el olvido y se hubiera diluido en la civilización dominante de cada tiempo. ¿Por qué Israel prevaleció, y sigue existiendo, como comunidad humana, hasta hoy? ¿Cómo sobrevive un pueblo sin tierra propia, sin capital, sin estado, sin rey?

Una idea poderosa


Israel, explica la profesora Christine Hayes en su curso sobre Biblia Hebrea, desarrolló una idea poderosa que le permitió superar todas las vicisitudes y pervivir a los azares de la historia. Se trata del monoteísmo, con todas sus implicaciones. La historia de Israel, si penetramos en el sentido de los libros bíblicos, es la historia de un pueblo que se siente mirado por Dios. Un Dios único, que tiene muy poco que ver con las divinidades de la antigüedad, y con el que entabla un diálogo y una relación estrecha, a menudo tormentosa, pero que lo llevará a adquirir su identidad y una fortaleza singular en los momentos más difíciles.

Dos mentalidades distintas


La novedad de Israel es su idea sobre Dios y sobre el ser humano. Podemos establecer una comparación básica observando los principales rasgos de las religiones politeístas, propias del antiguo Oriente Medio, y el monoteísmo.

El politeísmo


― La naturaleza es de carácter divino.
― Hay muchos dioses, que encarnan las fuerzas naturales o las pasiones humanas, y ninguno tiene un poder absoluto sobre los otros.
― Ningún dios es todopoderoso, todos están sujetos a una fuerza superior.
― Se puede manipular o influir en el plano sobrenatural mediante rituales y la magia.
― Consecuencia: los seres humanos están sometidos a los poderes sobrenaturales, a menudo son víctimas de las peleas y los caprichos divinos, pero pueden aplacar a los dioses si cumplen ciertos ritos o recurren a la magia.

El monoteísmo


― Hay un único Dios, todopoderoso y absolutamente libre.
― Dios es trascendente a la naturaleza, está por encima de ella, que queda desacralizada.
― Dios actúa en la historia y se relaciona con el ser humano.
― No sirve la magia: cualquier prodigio o señal es manifestación del poder divino.
― Consecuencia: el ser humano está sujeto a las leyes de la naturaleza pero tiene la opción de relacionarse con Dios y, a imitación de él, ser libre, es decir, tiene la capacidad de elegir, convertirse en sujeto moral y cambiar su destino.

Una revolución cultural


Aunque Israel bebe del legado cultural común al antiguo Oriente Medio, la Biblia, en realidad, marca un abismo ideológico con ese pensamiento.

Christine Hayes afirma que el monoteísmo hebreo supuso una auténtica revolución cultural. No solo en el plano religioso, sino también social, por su visión del ser humano y su papel en el mundo. Al convertirse en un sujeto moral, libre y responsable, la persona desarrolla un fuerte sentido crítico hacia el entorno que le rodea. La Biblia recoge esta crítica e insatisfacción, especialmente dura hacia las monarquías y los imperios autoritarios que, una y otra vez, acosaron y sometieron al pueblo.

Mitos sobre la Biblia


Veamos ahora cinco mitos o clichés falsos que se han formado acerca de la Biblia.

Mito 1: La Biblia es un libro. No es un libro, sino una biblioteca. Formada por libros de diferentes épocas, autores, estilos. Tampoco hay en ellos uniformidad de pensamiento: podemos encontrar posiciones ideológicas contrarias. Cada libro aporta una nota en la gran sinfonía del conjunto.

Mito 2: La Biblia es un conjunto de historias piadosas. Pues no, no es un “libro de santos” ni un libro beato. Sus personajes son humanos, sujetos a pasiones y anhelos, capaces de crímenes y de heroicidades, a menudo enfrentados a serios conflictos morales.

Mito 3: La Biblia es para niños. En absoluto. Hay historias muy duras, aptas solo para adultos. Pocas veces moraliza o da lecciones. Posee una complejidad y una hondura que requiere cierta madurez y capacidad reflexiva del lector.

Mito 4: Es un libro teológico. No es un tratado de teología ni un catecismo, aunque varias religiones se han basado en él y ha inspirado mucha teología posterior. Es la epopeya de un pueblo y contiene temas religiosos, narrados en diferentes géneros.

Mito 5: Ha sido escrita por Dios. En ningún lugar de la Biblia se hace esta afirmación. Fue escrita, reescrita y recopilada por múltiples autores y escuelas. Esto no es incompatible con la convicción de que estos fueron inspirados por Dios.

El Canon bíblico


Cuando hablamos de Biblia, podemos estar refiriéndonos a varios cánones o compilaciones diferentes. Tenemos el canon hebreo, o Biblia Hebrea, el cristiano católico, el protestante y otros.
En estos apuntes me centraré en el hebreo y en el cristiano católico.

Los manuscritos del mar muerto


Finalmente, ¿qué hay de cierto en la Biblia? ¿Qué podemos saber sobre ella? ¿Es realmente una colección tan antigua como el pueblo de Israel, o ha sido un apaño posterior de rabinos y clérigos medievales?

Un hallazgo vino a echar luz sobre todas estas cuestiones. En 1947, dos pastores beduinos encontraron en una cueva del desierto de Judea una gran colección de pergaminos antiguos. Cuando fueron investigados se descubrió que una parte de estos conformaban la práctica totalidad de la Biblia Hebrea o Tanakh. Los rollos se dataron entre los siglos III y I a.C. Este descubrimiento y la investigación posterior han permitido constatar que la Biblia, tal como hoy la conocemos, ya era una tradición consolidada tres siglos antes del nacimiento de Cristo. Dado que los libros de la Biblia recogen tradiciones y beben de fuentes muy anteriores, podemos afirmar que realmente esta gran colección fue elaborada y escrita a medida que se iba desarrollando la historia del antiguo pueblo de Israel.


NOTA. Estos apuntes de Biblia se basan en varias fuentes:
Curso sobre Antiguo Testamento, impartido por la doctora Christine Hayes en la Universidad de Yale, otoño 2006.
Para leer la Biblia, Cuadernos Bíblicos, de Etienne Charpentier.
Dios camina con los pobres, de Rafael Sivatte.
Apuntes cedidos por un antiguo alumno de la Facultad de Teología de Cataluña.

En esta presentación podéis ver un resumen de los apuntes de forma gráfica y una ampliación de algunos temas arriba mencionados, como los cánones, y un resumen de la historia de Israel.